—Nunca creí que...
—Sí, claro que lo pensaste. Lo has pensado desde el primer día en que entraste en la sala de reuniones.
—Si eso es lo que he hecho, no me dí cuenta. Fui a buscarte porque estaba preocupado por tí. Quería asegurarme de que estabas bien.
—Te lo agradezco mucho, pero soy una mujer hecha y derecha, no una niña. Ahora —añadió, mientras sacaba las llaves del coche—. Necesito estar sola durante un rato.
—Estás muy pálida y parece que vas a desmayarte en cualquier momento. Déjame llevarte a casa.
—De verdad no...
—Piensa en los niños, Paula. En su seguridad. Y en la tuya.
Por ahí la tenía agarrada y lo sabía. No le gustaba que él tuviera razón, especialmente en aquellos momentos, cuando todo lo que quería era alejarse de él para poder pensar. Sin decir una palabra, se dirigió hacia la furgoneta de Pedro. Se sentía herida y traicionada. ¿Cómo había sido posible que todo se escapara de su control de aquella manera? ¿Y por qué, después de todo lo que había ocurrido, lo seguía como un cachorrillo? Dejaría que la llevara a casa porque en aquellos momentos no estaba segura de tener las fuerzas suficientes ni para apretar el embrague del coche. Sin embargo, aquello era todo lo que pensaba concederle. Cuando estuviera en su dormitorio, lo pensaría todo muy bien y luego tomaría una decisión, sin importarle lo que Pedro Alfonso quisiera.
Después de que Paula se hubiera negado a responder a los dos intentos que Pedro hizo por entablar conversación, el trayecto a casa se realizó en un completo silencio. Sin embargo, aquello no detuvo la tensión que se siguió creciendo entre ellos. Durante la cena, ella sintió que él la miraba, pero decidió ignorarle mientras pensaba en todo lo que había ocurrido. En aquellos momentos, mientras estaba frente al fregadero, atacando la sartén al ritmo del tambor que le resonaba en la cabeza, Hunter estaba sentado detrás de ella, horadándole la espalda con la mirada. A pesar de todo, ella sentía que había logrado llegar a una conclusión. Era mejor decirle aquella noche lo que había decidido.
—No puedo seguir viviendo aquí tal y como están las cosas. No funcionará a menos que dejes de tratar de arruinar mi vida.
—Sabes que eso no es lo que estoy haciendo —replicó él, mientras se ponía de pie.
—Pues me habías engañado.
—Si te estás refiriendo a lo de esta tarde, ¿Qué habrías preferido que hiciera? —inquirió él, mientras se apoyaba de lado contra el fregadero.
—No deberías haber venido a mi despacho.
—Paula, siento mucho lo que ocurrió, pero Williams, tarde o temprano, habría descubierto lo nuestro.
—Sí, más tarde, pero al menos habría tenido mi trabajo durante más tiempo.
—Entonces, ¿Me culpas a mí?
—Me defendiste y te lo agradezco —contestó ella, secándose las manos.
—¿Pero?
—No me gustó que te entrometieras. Dadas las circunstancias, no creo que quedarme aquí sea una opción para mí.
—¿Por qué no?
—Creo que ya no puede ir bien.
—Claro que sí. Ha ido bien hasta este momento. Lo que ocurre es que ahora estás enfadada conmigo, pero cuando se te pase...
No hay comentarios:
Publicar un comentario