—Tendría que confiar en tí.
—¿Y ahora no confías en mí?
—Estoy empezando a hacerlo.
—En ese caso, me esforzaré un poco más.
Pedro se rebulló en el asiento. La caña que utilizaba como bastón cayó al suelo.
—Eso me recuerda que tengo algo para tí.
—¿Un regalo?
—Más bien una sorpresa.
—Incluso mejor —replicó él con una sonrisa.
Las manos de ambos se tocaron. Un simple roce de la piel producía en ellos el mismo efecto que el de la cerilla al entrar en contacto con las ramas. Kellen le miró los labios y, en ese momento, ella se obligó a romper el contacto visual. Sacó su teléfono móvil.
—Tengo que hacer una llamada.
—¿Ahora? ¿Después de decirme que me vas a dar una sorpresa?
—La llamada tiene que ver con la sorpresa.
Paula llamó a Pablo. El joven botones respondió inmediatamente dado que estaba esperando la llamada.
—Lista —dijo Paula antes de colgar.
—Muy enigmático —murmuró Pedro—. Me tienes intrigado.
Al ver que Pablo se acercaba a ellos con el bastón envuelto en papel, sonrió.
—¡Vaya! Me pregunto qué será eso —bromeó mientras tomaba el regalo. El botones regresó inmediatamente al interior del hotel.
—Las apariencias pueden resultar engañosas.
—Cierto. ¿Lo abro ahora?
—A menos que quieras seguir con el suspense…
Pedro rasgó el papel.
—¡Un bastón! ¿Quién se lo habría imaginado?
—No se trata de un bastón cualquiera. Este pertenecía a tu abuelo.
A Pedro se le heló la sonrisa en los labios al mirar el bastón que tenía entre las manos. Lo dió la vuelta con reverencia.
—Lo recuerdo… Mi abuelo no necesitaba bastón para caminar, pero un amigo suyo fue a Grecia y se lo trajo.
—Entonces, esa criatura que lleva tallada en el mango, ¿Es parte de la mitología griega?
—Sí. Se trata de un hipocampo. ¿Dónde lo has encontrado?
—En el almacén. Estaba buscando un jarrón cuando lo ví. Podría haber allí más efectos personales de tu abuelo si quieres mirar en alguna ocasión.
—Lo haré —dijo él—. Gracias.
Pedro apoyó la cabeza contra el borde de la bañera y sintió cómo los chorros de agua caliente le calmaban los doloridos músculos. Después de tres semanas de tortura, había pensado que Juan le daría el fin de semana libre o que, al menos, aliviaría un poco la rutina de ejercicios. No había sido así. Al contrario, las sesiones de aquel sábado habían sido más intensas que nunca.
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