Paula contempló cómo tomaba un sorbo de té y no pudo evitar fijarse en cómo se le movía la nuez al tragar el líquido. Notó que la temperatura de su cuerpo iba subiendo considerablemente, por lo que, solo por librarse de él, decidió estar de acuerdo. Aquello no le obligaba a que después cambiara de opinión.
—Lo pensaré. Podría funcionar —dijo, aunque lo dudaba.
En aquel momento, la camarera colocó un enorme plato, que contenía un grueso filete y patatas fritas, delante de Hunter. Entonces, volvió a llenarle el vaso de té.
—¿Quiere usted más leche? —le preguntó a Paula, antes de marcharse.
—No, gracias.
—¿Tú no vas a comer nada? —quiso saber Pedro, antes de meterse un trozo de filete en la boca.
—No —respondió ella. Miró fijamente el líquido rosado que empezó a cubrir el fondo del plato de él—. Pedro, creo que esa vaca no está muerta.
—Está un poco cruda, pero las he tomado peores.
—¿Un poco cruda? Parece que vaya a salir corriendo del plato.
Le estaba revolviendo el estómago. Cuando Pedro cortó otro trozo, ella se echó a temblar. Empezó a sentir ganas de vomitar.
—Estás un poco pálida. ¿Te encuentras bien?
Paula cometió el error de mirar de nuevo lo que él estaba comiendo. Sintió que los jugos gástricos le subían a la boca, por lo que agarró su bolso y se puso rápidamente de pie. De repente, sintió una náusea y se quedó quieta, con una mano encima del vientre. Pedro dejó caer el tenedor y se colocó inmediatamente a su lado, rodeándole la cintura con el brazo.
—¿Ocurre algo?
—Solo ha sido una pequeña molestia. Ahora ya estoy bien —susurró ella, tras respirar profundamente. Entonces, se apartó de él y volvió a tomar asiento—. Pedro, siéntate. La gente nos está mirando.
—¿Necesitas ir al hospital? —preguntó él, sin moverse.
—¿Al hospital? Claro que no. No ha sido nada. Las mujeres embarazadas tienen muchas pequeñas molestias que no significan nada.
Al menos eso era lo que le había dicho su vecina la noche anterior. Después de que Pedro se hubiera marchado, Paula había empezado a sentirse un poco extraña, por lo que había ido a ver a Marta, que era enfermera y había tenido tres hijos. Marta le había asegurado que, a menos que hubiera otros síntomas, aquella clase de molestias no era nada por lo que hubiera que preocuparse. Según Marta, las náuseas eran algo completamente normal.
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