—Me llamo Pedro Alfonso. Soy el padre de su hijo.
María Paula Chaves miró al hombre, al que conocía como ayudante del fiscal del distrito. Ni podía pensar ni podía aceptar lo que él acababa de decir. Nadie, a excepción del personal de la clínica, sabía que estaba embarazada.
—No —replicó, al tiempo que la sala empezaba a darle vueltas.
—¡Diablos! Sabía que era mejor esperar y hablar con usted cuando estuviera en casa esta noche, pero tenía miedo de que, si se enteraba de lo que había ocurrido en la clínica, saldría huyendo.
A pesar de las protestas de Paula, la tomó en brazos y la acomodó en uno de los sillones de la sala de conferencias.
—Hábleme, María... ¿Se encuentra bien? —añadió, mientras la miraba atentamente con sus ojos azules.
Sin esperar a que ella respondiera, echó hielo en un vaso de plástico y lo llenó de agua de la jarra que había en una bandeja que Ashley había llevado con anterioridad a la sala.
—Paula... Llámeme Paula —susurró ella, mientras se recuperaba poco a poco de lo que acababa de escuchar.
Él asintió y le llevó el vaso a los labios.
—Bébete esto.
Paula obedeció, aunque él no le dió mucha opción. Cuando la sala dejó de dar vueltas a su alrededor, apartó el vaso y respiró profundamente y vió la preocupación que había en los ojos del recién llegado. Aquella actitud la sorprendió casi tanto como la afirmación que él acababa de realizar. No sabía mucho sobre Pedro Alfonso, pero nunca se lo hubiera imaginado preocupándose por los demás, ya que siempre lo había considerado agresivo, condescendiente y desagradable. Y aquellas eran sus mejores cualidades.
Pedro miró las manos de la mujer, que ella tenía entrelazadas fuertemente encima del vientre, de su hijo. Se miraron a los ojos y entonces él le aplicó el vaso en la sien, para luego deslizárselo por la frente. Aquellos tiernos cuidados parecían estar en oposición directa al hombre que ella había visto en acción.
—¿Te sientes mejor? —le preguntó él.
Paula le agarró la mano y se la apartó de la cara. Algo afectada por su cercanía y por la reacción de confusión que estaba experimentando, solo pudo asentir. Sin embargo, le resultó imposible apartar la mirada del atlético abogado que, vestido con un traje oscuro que se le ceñía seductoramente a los hombros, se inclinaba sobre ella.
—Yo... Me enteré ayer. Esa información es confidencial. ¿Cómo puede saberlo?
—La clínica cometió un error. Me llamaron porque los resultados de tu prueba de embarazo estaban adjuntos al informe de mi cuñada.
—Eso es imposible.
—Tengo pruebas de que han fertilizado tus óvulos con mi esperma.
—Yo hablé con la clínica largo y tendido antes de decidirme a acudir allí. No puedo creer que esto haya ocurrido.
—Ahora están investigando. Créeme, para cuando yo haya terminado con ellos, estarán completamente seguros de que esto no vuelve a ocurrir.
Cuando Pedro le ofreció otro vaso de agua, Paula declinó con un movimiento de cabeza. Notó unas ligeras líneas de expresión que le cubrían la sien desde aquellos ojos azules, unos ojos que hacían que le resultara muy difícil concentrarse.
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