¿Era eso prueba de que no sabía de lo que ella le estaba hablando o más bien de que era como David, un mentiroso y un manipulador de primera clase? De repente, palideció. Paula creyó encontrar en aquella reacción su respuesta.
—¿De dónde has sacado eso?
—Estaba en la mesilla de noche. Espero que me perdones por haberlo abierto, pero, después de todo, el sobre estaba dirigido a mí.
—Paula, eso no es lo que parece…
—Pues a mí me parece una carta de despido. ¿Vas a decirme que estoy equivocada?
Pedro entró cojeando en la habitación. Dejó la bandeja sobre la cama donde aquella misma mañana habían hecho el amor.
—No. No estás equivocada. Eso es precisamente lo que es. Cuando volví, mi primer pensamiento era hacerme cargo del negocio. No creí que quisieras quedarte cuando tus obligaciones se vieran reducidas, aunque pensaba pedírtelo.
—¡Qué amable de tu parte por darme la opción!
—Sé que no suena bien, pero ahora las cosas han cambiado. Hice que redactaran ese documento hace meses, mucho antes de que tú y yo…
—Nos acostáramos.
—No lo digas así, por favor…
—¿Y cómo debería decirlo, Pedro? Eso es lo que ha sido. Sexo. Con mi jefe.
—Has sido más que eso. ¡Es más que eso!
—Me has mentido. ¿Acaso vas a negarlo?
—Si mentí a alguien, fue a mí mismo, Paula. Cuando nuestra relación comenzó a cambiar, no confiaba en lo que sentía por tí.
Paula no quería escucharle. No quería creerle.
—Todo se reduce a una cosa, Pedro. Cuando te hubieras divertido lo suficiente, ibas a echarme de aquí —susurró ella. La vista se le nubló al estudiar el documento—. Por cierto, eres muy generoso. Se me ha compensado muy bien por mis… Servicios.
De repente, sintió náuseas. Toda la belleza que había encontrado en los momentos en los que hacían el amor se convirtió en algo sórdido. Se sentía utilizada. Estúpida. A pesar de que se había aconsejado a sí misma mantener una relación casual con Pedro, se había enamorado de él. Salió corriendo de la habitación. No podía quedarse allí. No podía soportar más mentiras. Estaba ya en la puerta del departamento, con la mano sobre el pomo de la puerta, cuando oyó un fuerte golpe seguido de una maldición. Fueron los sollozos que escuchó a continuación lo que le impidió abrir la puerta y marcharse. Regresó de puntillas al dormitorio. Vió que Pedro estaba tumbado boca abajo sobre el suelo. No trataba de levantarse. Tenía el rostro oculto entre los brazos. Estaba llorando.
—Pedro…
Él levantó el rostro. Tenía las mejillas mojadas y los ojos enrojecidos.
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