lunes, 25 de noviembre de 2024

Nuestros Bebés: Capítulo 29

 —Creo que no. Se casó con su secretaria. He oído que ella lo ha endeudado hasta el punto de hipotecarle hasta el título de licenciado en Derecho.


—¿Es abogado?


—Sí. Ejerce en un bufete muy grande de Austin.


Pedro se puso de pie y empezó a pasear por la sala.


—Entonces, no veo que nos quede mucha elección.


—No te comprendo —respondió ella, incorporándose en el sofá.


—Vas a tener que venirte a vivir conmigo.


—¡Ni hablar! —exclamó ella, al tiempo que apartaba la manta y se ponía de pie. 


Pedro le bloqueó rápidamente la escapada.


—¿Quieres escucharme? Se trata de mis hijos. Es mi deber ayudarte.


—¿Sabes una cosa, Pedro? No sé lo que les pasa a los hombres y a su sentido del deber, pero estoy harta de que se me diga qué es lo que tengo que hacer —le espetó ella, golpeándole con el índice en el pecho y dando un paso adelante.


—Estoy pensando en tí y en los niños.


—Tienes que recordar que también son mis hijos.


—En eso tienes razón, pero acuérdate de lo que dijo el médico sobre guardar reposo —añadió, en un tono muy suave de voz. Entonces, la agarró por los hombros y la volvió a tumbar en el sofá, para cubrirla enseguida con la manta—. Tenemos que hablar de esto.


—No es necesario —replicó ella, al ver que Pedro se sentaba a su lado, en una silla.


—¿Por qué no? No tendrás miedo de mí, ¿Verdad?


—¿Miedo? Nunca he... De acuerdo, antes me sentía un poco intimidada por tí, pero ya no.


—Bien. ¿Por qué no crees que sea necesario que te quedes a vivir conmigo?


—Estamos hablando de solamente dos semanas. Después de eso, si todo va bien, podré volver a trabajar. 


—El médico dijo que podría ser incluso un mes y que después de eso quiere que solo trabajes media jornada. Eso significa que tendrás que salir adelante con la mitad del dinero al que estás acostumbrada.


—Si tengo cuidado, lo que tengo en el banco junto con mi sueldo será suficiente.


—No hay razón para terminar con tus ahorros cuando yo estoy dispuesto a...


—Pedro —dijo ella, mientras le colocaba la mano en la rodilla—. Discutir no nos va a llevar a ninguna parte.


—En eso tienes razón.


—¿De verdad? —preguntó Paula, sorprendida de que estuviera de acuerdo con ella.


—Sí. Necesitamos unir fuerzas.


—¿Qué quieres decir con eso? —quiso saber ella. Cuando trató de apartar la mano, él se la atrapó con la suya.


—Nuestro objetivo debería ser que nuestros hijos estén saludables. En vez de discutir, deberíamos estar utilizando nuestras energías combinadas para asegurarnos de que se queden donde están durante el mayor tiempo posible.


—¿Y cómo te propones que lo hagamos?


—Vente a vivir conmigo. Déjame cuidarte.


—No sé...


—Tenerte en mi casa no me supondrá gastos extraordinarios, pero piensa en lo que tú ahorrarás en alquiler y todo lo demás.


—Tal vez mil dólares al mes —admitió Paula. 

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