viernes, 1 de noviembre de 2024

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 59

Paula encontró el bastón mientras estaba en el almacén buscando un jarrón en el que guardar más caracolas. Era negro, curvado, bellamente tallado y con incrustaciones de madreperla. Examinó la figura que había tallada en el mango. ¿Era un caballito de mar? La cola no parecía la correcta. Era más ancha, escamosa, con más forma de cola de serpiente que de otra cosa y con una aleta de pez en la punta. No obstante, estaba completamente segura de a quién había pertenecido: Al abuelo de Pedro. Además de que él estaría encantado de tener el bastón de su abuelo, el descubrimiento no podía haber llegado en mejor momento dado que la madera que Joe había encontrado en la playa se había partido y aún no habían recibido el que habían encargado.  Esperó hasta la hora de la cena para dárselo. En realidad no se trataba de un regalo, dado que ya le pertenecía, pero ella se lo envolvió de todos modos. Se moría de ganas por ver su reacción cuando lo abriera. En vez de cenar en el comedor, ella sugirió que cenaran en el porche que había fuera. Aquella noche, había pocos comensales cenando fuera porque había amenaza de tormenta. Efectivamente, el cielo estaba completamente gris.

 

—¿Estás segura de que quieres comer aquí fuera? —le preguntó Pedro por segunda vez, cuando una ráfaga de viento les arrancó la servilleta del regazo.


 —Si el viento arrecia, podemos regresar al interior, pero yo prefiero cenar aquí fuera. La Madre Naturaleza va a hacer acto de presencia más tarde.


 —Es una manera de decirlo —replicó él—. Parece que estás deseando. 


—Me gustan las tormentas —admitió ella—, en especial cuando estoy a resguardo. Siempre me han gustado excepto cuando…

 

—¿Cuando qué?

 

—Cuando tenía veintitantos años —contestó ella.

 

—¿Por qué entonces?

 

Ella negó con la cabeza.

 

—Entonces estabas casada, ¿No?

 

—¿Y tú? ¿Qué te parecen a tí las tormentas? —preguntó ella tratando de cambiar de tema.


Para su sorpresa, Pedro chascó los dedos y sacudió la cabeza.

 

—Pensaba que te tenía…

 

—¿Qué quieres decir?

 

—Pensaba que ibas a abrirte un poco, tal vez incluso contarme algunos de tus más profundos y oscuros secretos.

 

—No tengo secretos que contar. Ni oscuros ni de ningún tipo.

 

—Si los tuvieras, ¿Los compartirías conmigo?

 

Aquella pregunta hizo que Paula tragara saliva. Algo estaba ocurriendo entre ellos, algo más fuerte que el viento que los azotaba. Este hecho le causaba el mismo sentimiento de anticipación que la tormenta que se avecinaba. 

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