lunes, 18 de noviembre de 2024

Nuestros Bebés: Capítulo 13

Pedro trató de no prestar atención al modo en que la falda se le ceñía a las esbeltas caderas y al trasero, pero fracasó. Sí, efectivamente, necesitaba agua. Mucha agua para apagar las llamas de deseo que ella había prendido antes, cuando la tuvo entre sus brazos. Una vez más, se preguntó qué era lo que lo atraía tanto de aquella mujer, lo que lo excitaba y le hacía comportarse como un torpe adolescente en su primera cita. De hecho, ni siquiera era su tipo. Como medía casi un metro noventa, prefería las rubias altas y de largas piernas que le llegaban al hombro. Paula ni siquiera se acercaba. Y, en vez del pelo rubio, lo tenía castaño. Sin embargo, su cabello o su estatura no tenían nada que ver con la razón que le había llevado a estar dos horas esperando. Había acudido allí por una razón: Su hijo. Ya iba siendo hora que pusiera riendas a su deseo y se pusiera a hablar de lo que importaba. Había demasiado en juego para perderlo por una cara bonita. Bueno, de hecho, mucho más que bonita. Tras sacar la bolsa del microondas, siguió a Paula a un pequeño salón, que le hacía sentirse torpe y fuera de lugar.


—¿Ha sido un día duro? —preguntó, al ver que ella volvía a arquear la espalda.


—Se podría decir que sí —musitó ella, mientras ponía los vasos encima de la mesa—. Mi jefe sospecha que hay algo entre nosotros. Cuando traté de marcharme, me recordó que tener una relación contigo es un incumplimiento de la póliza de confidencialidad. Y tiene razón.


—Solo se puede considerar así si hablamos de casos. Dado que esa no es la razón por la que he venido aquí, no hay problema. Si te preocupan las apariencias, podríamos ir a otro lugar.


—No. No puedo consentir que nos vean juntos por la noche.


—Porque la gente daría por sentado que estamos saliendo juntos, ¿No?


—Exactamente —le espetó ella—. Y me despedirían.


—No a menos que Williams pueda demostrar que me has revelado secretos de sus clientes. 


—Tú eres el enemigo jurado de cualquier bufete que se dedique a la defensa de sus clientes en los juzgados.


—Enemigo, ¿Eh? —replicó él, mientras sacaba una hamburguesa de la bolsa y la colocaba en el plato de papel que ella le entregó.


Entonces, Paula tomó una patata frita, le pegó un mordisco, cerró los ojos y gimió. A continuación, se lamió la sal que le había quedado en los labios.


—No me había dado cuenta de que tenía tanta hambre. 


Arrancando la mirada de la boca de la joven, Pedro sintió que perdía el control de sus pensamientos al ver los contornos de una torneada pierna por debajo de la falda azul marino que ella llevaba puesta.


—No te puedes preocupar de lo que piense la gente —le dijo—. Cuando se sepa que vas a tener un hijo mío, todo el mundo dará por sentado que...


—¿Qué? —preguntó ella, observándole atentamente.


—Que hemos sido amantes —contestó Pedro, preguntándose por qué le resultaba tan intrigante la idea de hacer el amor con aquella mujer.


—Eso es absurdo.


—¿Tú crees? ¿Cómo tienes la intención de convencer a la ciudad entera de que no... Que no hemos...?


—Nadie va a saber quién es el padre de mi hijo —replicó ella, mientras ponía el plato encima de la mesa de café—. Después de que vinieras a visitarme, llamé a la clínica. Se negaron a identificar al donante de esperma. Por lo tanto, creo que podrás ver lo inútil que sería continuar afirmando que tú eres el padre.


Pedro se sacó el papel que llevaba en el bolsillo interior de la chaqueta y se lo entregó. 

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