—Esta mañana mencionaste que querías la custodia.
—Sí, pero he tenido la oportunidad de pensar desde entonces y me he preguntado si sería posible que alcanzáramos un compromiso. Quiero ayudar en la crianza de este niño, Paula. Estaría dispuesto a pasarte una asignación todos los meses para ayudar.
—No creo que eso sea una buena idea —replicó ella, apartándose de él.
—Escúchame —le suplicó él—. Te propongo una custodia compartida —añadió, al ver que ella no parecía oponerse a que siguiera hablando.
—No.
—El niño viviría seis meses contigo y otros seis meses conmigo.
—No. No pienso darte mi hijo.
—No te estoy pidiendo eso exactamente. Lo que ocurre es que quiero pasar tiempo con mi hijo. Quiero tener la oportunidad de ser padre.
—Le hablaré al niño sobre tí cuando sea mayor.
—¿Y cuándo será eso?
—No lo sé. Más adelante. ¿Es que no lo puedes comprender? Ese niño significa para mí más que nada en el mundo. Lo siento, Pedro, pero no puedo hacer lo que me estás pidiendo.
—¿No puedes o no quieres? —preguntó él. No entendía la necesidad que tenía de tocarla, de reconfortarla. Cuando la vió temblar, se acercó un poco más a ella para hacer que volviera a entrar en el salón y luego la dirigió hasta el sofá, aunque, en realidad, lo que quería era tomarla entre sus brazos, algo que no podía entender—. No he venido aquí para discutir o disgustarte. Al ser una mujer soltera, estoy seguro de que te darás cuenta de que tener un niño será muy costoso económicamente. Quiero hacértelo más fácil. Te estoy ofreciendo ayuda.
—No soy una estúpida, Pedro. Los dos sabemos que no estás pensando en mí. Quieres comprar este niño, pero no puedes —susurró, mientras se sentaba en el sofá—. No pienso permitírtelo.
—¿Por qué? ¿No es eso exactamente lo que hiciste tú?
Al ver el dolor que se reflejaba en el rostro de ella, Pedro se maldijo por haber pronunciado aquellas palabras.
—No es lo mismo —replicó ella, sacando la barbilla—, y lo sabes. Estos problemas son precisamente los que había esperado evitar cuando requerí un donante anónimo.
—Mi esperma estaba destinado a Mariana, mi cuñada, pero se utilizó para fertilizarte a tí. Eso me convierte en el padre de tu hijo —insistió él.
—¿Y concibió Mariana?
—No —contestó él. En aquellas circunstancias, probablemente era una bendición que hubiera sido así—. Mi hermano tiene una concentración de espermatozoides muy baja y creían que ese era el problema. Ahora, no sé qué pensar.
—Lo siento. Si se hubiera quedado embarazada, ¿Habrías compartido la custodia? ¿Qué papel habrías representado para ese niño?
Pedro sabía adónde quería ella ir a parar.
—Habría sido el tío Pedro, pero también habría sido diferente porque hubiera visto al niño todos los días. Habría visto que estaba bien cuidado y, si el niño me hubiera necesitado, yo habría podido ayudarlo.
«Y posiblemente habría demostrado que ya no era tan egoísta, en contra de lo que cree mi padre».
—Yo creo que no podría quedarme al margen y ver cómo otra persona cría a mi hijo.
—Entonces, creo que entenderás mi postura.
—La entiendo, pero este niño lo es todo para mí. Tal vez sea mi última oportunidad. No puedo... No dejaré que me quites este niño — añadió.
Entonces, cerró con fuerza los ojos, como si quisiera recuperar la compostura.
Pedro se arrodilló al lado del sofá y le colocó la mano en el abdomen, sin prestar atención al modo en que abrió rápidamente los ojos y del repentino gesto de pánico que se le reflejó en la cara.
No hay comentarios:
Publicar un comentario