Al ver que él no comprendía a lo que ella se refería, Paula se abrió un poco la bata para mostrarle su camiseta. Sin embargo, la imagen fue mucho más sugerente de lo que ella había esperado. Los pezones se erguían contra la tela bajo el logotipo de la Universidad.
—Ese logo nunca tuvo mejor aspecto —comentó él.
Como se había aflojado el cinturón, éste se le bajó un poco más sobre las caderas. Pedro lo enganchó con un dedo y, sin querer, rozó el vientre de Paula a través del fino algodón de la camiseta. Entonces, tiró suavemente del cinturón y este cayó al suelo, llevándose consigo el sentido común. Cuando la mirada de Pedro devoró las piernas desnudas de Paula, ella sintió que la carne se le inflamaba de deseo. No había estado con un hombre desde el divorcio. Por eso, con Pedro, sentía que estaba jugando con fuego. La mirada que él tenía en los ojos le decía que estaba encantado con lo que veía y con haber provocado las llamas. Al menos uno de ellos tenía que comportarse de un modo inteligente y adulto en vez de como un adolescente enloquecido por el sexo. Paula suponía que ese papel le correspondía a ella. Después de todo, era la que más tenía que perder. Él era el dueño del resort. Su jefe. No iba a estar en la isla más tiempo del que tardara en recuperarse. Mientras tanto, se estaba jugando su trabajo, el modo de ganarse la vida, su casa. Y su corazón. Tragó saliva y apartó aquel pensamiento. No era su corazón lo que estaba en peligro. Además, Pedro la necesitaba. Él se lo había dicho la noche anterior. Lo que él necesitaba, lo que los dos necesitaban, era que ella permaneciera en su sitio. Por lo tanto, se cerró la bata y se cruzó de brazos.
—¿Necesitabas algo?
Aparentemente, él se había estado echando la misma charla interna, porque apartó la mirada y contestó:
—Solo quería que supieras que no voy a tomar café en el porche.
La desilusión se apoderó de ella.
—¿Y eso?
—He decidido que lo primero va a ser enfrentarme a la tortura.
—Ah, muy bien. Y yo que pensaba que me ibas a decir que habías decidido tomar el consejo de Juan y pasarte al té verde —bromeó ella, para mantener la conversación con un tono ligero y amistoso.
—No nos dejemos llevar…
En ese momento, Juan apareció en el pasillo.
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