viernes, 4 de octubre de 2024

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 5

Ella se había quitado el impermeable y estaba frente al mostrador de recepción con un polo de color aguamarina que llevaba el logotipo del resort y unos pantalones cortos de color blanco. Tenía unas bonitas piernas. Bronceadas y tonificadas, también muy largas. Le miró la estrecha cintura antes de fijarse en los senos, que tenían el tamaño adecuado para llenar las manos de un hombre. Apartó inmediatamente la mirada, sorprendido de estar mirando de aquel modo a una empleada. Al mismo tiempo, le aliviaba su reacción, por básica que fuera. Llevaba tanto tiempo sintiéndose muerto…

 

—Necesito sentarme, señorita Chaves. Y pronto, si no le importa.

 

—Por supuesto —replicó ella—. Sígame.

 

El orgullo lo empujaba a hacerlo por sus propios medios, a pesar de tener que hacerlo muy lentamente. Agarró el bastón y se volvió a mirar a Juan.


 —Ayuda a Luis con el equipaje.

 

Oficialmente, Luis era su fisioterapeuta, pero a él no le importaba ayudar en lo que fuera cuando se le necesitaba. Se le pagaba bien y, además, no estaba especialmente ocupado dado que Pedro solía saltarse sus ejercicios diarios de estiramiento y fortalecimiento. Sabía que tenía que hacerlos, por supuesto, pero saberlo y hacerlo eran dos cosas muy diferentes. En realidad, algunos días tenía suerte de levantarse de la cama, en especial cuando todos los especialistas le ofrecían un diagnóstico tan pesimista. A pesar de utilizar el bastón para andar, el dolor era insoportable. Contuvo un gruñido de dolor y se preguntó por millonésima vez si habría hecho bien en dejar los analgésicos que el médico le había recetado, a pesar de que le dejaban algo atontado y mareado. Le preocupaba que el hecho de poder olvidarse de todo terminara convirtiéndole en un adicto. Avanzaba muy lentamente, con paso lento, a pesar de que al menos podía soportar su peso. Paula se volvió en una ocasión, con la preocupación marcada en su rostro, pero no se ofreció a ayudarlo. Se limitó a mantener las distancias y a no decir nada. Aparentemente, había tomado nota de lo ocurrido en el exterior. Se alegraba. Odiaba que la gente estuviera siempre dispuesta a ayudarlo. Al inválido. Las mujeres eran normalmente las peores. Por eso había dejado de recibir a las que solían ir a visitarle a su chalet de la montaña. En cuanto a los hombres, sus amigos habían desaparecido cuando resultó evidente que ya no iba a celebrar ninguna de las fiestas por las que se había convertido en leyenda. Se preguntó qué era lo que decía sobre él el hecho de que la única lealtad que pudiera conseguir entre la gente fuera con personas como Juan y Luis y, sí, la señorita Chaves. Personas a las que pagaba. 

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