lunes, 21 de octubre de 2024

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 31

 —Yo salía a correr todos los días…

 

—¿Sí?

 

—Sí. Corría unos siete kilómetros cada dos o tres días cuando estaba esquiando. Todos los días cuando no esquiaba —dijo. Entonces, señaló a Juan—. Me gustaría pensar que no tenía el mal aspecto que tiene Juan en estos momentos.


Paula soltó una carcajada. 


—Esa es precisamente la razón de que yo no salga a correr. Nadie parece disfrutar cuando lo está haciendo. Y es muy malo para las rodillas. Yo salgo a andar. Además, se puede admirar mejor el paisaje de ese modo y los beneficios para la salud son los mismos que correr si llevas un buen paso.

 

—¿Dónde sales a andar?

 

—Cuando el tiempo es malo, uso una máquina de andar.

 

—¿La que se han tenido que llevar al almacén?

 

—Esa misma. No pasa nada. Últimamente, el tiempo ha sido muy bueno. Además, me gusta andar por la playa. Soy adicta a las caracolas.


Pedro recordó haberlas visto en tarros por todo el departamento.

 

—¿Y hay un programa de ejercicios para eso?

 

Ella parpadeó.

 

—¿Acabas de gastarme una broma?

 

—Yo solía tener un buen sentido del humor.

 

—¿Se te rompió también en el accidente?


Pedro soltó una carcajada.

 

—Muy graciosa. ¿Y con cuánta frecuencia sales a andar? 


—Trato de reservarme una hora todas las tardes.


¿Todas las tardes? Pedro no lo sabía. En realidad, sabía muy poco de ella. Habían pasado muy poco tiempo juntos aparte del café que compartían por las mañanas.


 —¿Y por qué lo haces?

 

—Es una buena manera de reagruparme mentalmente. Además, es unbuen modo de quemar calorías para mantener los kilos a raya.


Ella no parecía tener ningún problema con el peso. En opinión de Pedro, tan solo podía pecar de estar demasiado delgada. Se lo dijo.

 

—Yo solía pesar más —confesó ella, para sorpresa de Pedro—. Fue hace mucho tiempo. Una vida prácticamente. Durante una época muy infeliz de mi vida.


Paula cerró el ordenador y se levantó. Justo en aquel instante, Joe comenzó a subir los escalones que llevaban al porche desde la arena. Cuando llegó a lo alto de la escalera, el fisioterapeuta dobló la cintura y respiró trabajosamente.


 —¿Has disfrutado corriendo? —le preguntó Paula.


 —Sí… Ge-genial… Es… una… Mañana perfecta… La brisa… Me ha refrescado… Va ser un día precioso.


 —Sí. Seguramente la playa estará repleta. Muchos excursionistas vendrán de tierra firme para refrescarse en un día como este.

 

—Al menos, Luis no tendrá que pelearse con el tráfico — comentó Juan, tras haber recuperado por completo el aliento. Entonces, se retiró al interior de la casa.

 

El comentario de Juan recordó a Pedro que, aquel día, iba a ver a un nuevo especialista en Charleston. Y a su abogado. 

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