lunes, 7 de octubre de 2024

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 8

En aquel momento, los dos hombres que le acompañaban entraron en el departamento. El conductor llevaba un par de maletas muy grandes. El más joven, empujaba la silla de ruedas, sobre la que llevaba una maleta más pequeña con una bolsa para trajes. A Paula se le encogió el corazón. Pedro se había llevado mucho equipaje. Empezó a preocuparle profundamente el tiempo que tendría que estar sin un lugar en el que vivir.

 

—¿Dónde le ponemos las cosas, jefe? —le preguntó el conductor.

 

Sin abrir los ojos, Pedro le dijo:

 

—Ponlas en la habitación principal, Luis.


 —¿Y las mías? —le preguntó el tipo que empujaba la silla de ruedas.

 

Pedro abrió entonces los ojos y se incorporó en el sofá.

 

—Cambio de planes, Juan. La señorita Chaves va a tener que dormir en la habitación que queda libre. Tú tendrás que dormir aquí en el sofá.


Paula se quedó boquiabierta. En un abrir y cerrar de ojos, él los había convertido en compañeros de piso.  Una vez más, trató de protestar.


 —Eso no es necesario. Como le he dicho, yo puedo dormir en una cama plegable en el despacho.

 

—Y yo he dicho que no —le replicó Pedro—. No quiero ser grosero, pero si pudiera trasladar sus cosas a la otra habitación y marcharse, se lo agradecería. Tengo que tumbarme.


 No esperó a que Paula respondiera. Reclinó la cabeza una vez más sobre el cojín y volvió a cerrar los ojos. A ella le había dicho que se marchara como la empleada que era. Bueno, empleada o no, la manera en la que se dirigió a ella hizo que le hirviera la sangre. Necesitó hacer un esfuerzo, pero consiguió tragarse la respuesta que con toda seguridad le habría supuesto el despido. En vez de eso, siguió a los dos hombres hacia la habitación.  Aunque todo estaba limpio y ordenado, tendría que cambiar las sábanas antes de que Pedro pudiera utilizar la cama. Había pensado hacer esa tarea a lo largo de la mañana, junto con lo de recoger sus cosas. Dado que él se había presentado un día y medio antes de lo esperado y que además iba acompañado, le hacía sentirse inadecuada por no haber estado preparada.  Se tragó la bilis que amenazaba con amargarle la garganta. Como si estuviera leyéndole el pensamiento, Juan le dijo:

 

—Siento los inconvenientes que todo esto le está causando.

 

Ella se giró para mirarlo. Imaginaba que Juan era unos años más joven que ella, lo que suponía que tendría casi treinta años.

 

—No pasa nada —mintió. 

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