En realidad, debería estar dando gracias. Podría haber muerto o incluso haberse quedado tetrapléjico con el accidente. A pesar de sus heridas, se podía decir que era un hombre sano. Conservaba sus facultades mentales y seguía siendo guapo y viril. Su cuerpo comenzó a vibrar al recordar el beso que habían compartido. Sí… El accidente no había afectado en lo más mínimo su atractivo sexual. Era capaz de trabajar, incluso aunque tenía tanto dinero que no tenía por qué hacerlo. Tendría una cojera y debería utilizar bastón el resto de su vida, pero eso no era el fin del mundo. Podía cambiar las pistas de esquí y sus amigos de Europa por un retiro tropical. Podría tumbarse en la playa y rodearse de amistades igualmente vacuas para vivir cómodamente de su herencia sin preocuparse por nada. ¿Cuántas personas podían decir lo mismo? A Paula ciertamente la vida no le había dado muchas opciones después de su divorcio. Recomponer su vida le había supuesto un gran esfuerzo, pero lo había conseguido. Era una mujer feliz… Bueno, feliz no. Satisfecha. Aunque últimamente… Prefirió no pensar en su vida, centrada tan solo en el trabajo, una vida que ya no parecía satisfacerle igual que antes. Decidió no pensar en ella. Aquello tenía que ver más bien con Pedro y su futuro. Y él también podría estar satisfecho con lo que tenía, pero primero, por supuesto, tenía que quererlo y esforzarse lo suficiente para conseguirlo. Cuando llegó con la bandeja de la cena, encontró a Joe en el sofá viendo un partido de béisbol.
—No tenías que traer la cena del señor Alfonso. Yo iba a ir al comedor para cenar en cuanto terminara el partido y se la habría recogido yo mismo.
—No importa. Tenía que venir de todos modos para cambiarme de ropa.
—Es un poco temprano para tu paseo. Ni siquiera ha empezado a refrescar ahí fuera.
Efectivamente, las temperaturas eran muy altas. Por eso, Paula solía esperar hasta que anochecía para salir a pasear.
—Lo sé, pero ha sido un día con poco trabajo. No han llegado nuevos huéspedes y se han quedado pocos a cenar por el festival de música que hay al otro lado de la isla —dijo mientras colocaba la bandeja sobre la encimera de la cocina—. ¿Cómo van? —preguntó señalando a la televisión.
—Va ganando Tampa Bay.
—Me alegro —comentó ella riendo. Entonces, indicó la puerta de Pedro—. ¿Ha salido de su habitación?
—No. Ni siquiera se ha levantado de la cama. Y tiene las gafas puestas. Ahí dentro es como una tumba.
—¿Cuántos días lleva sin hacer fisioterapia?
—Seis. Le va a doler mucho cuando decida reunirse de nuevo con la tierra de los vivos —dijo Juan. Ella frunció el ceño y sacudió la cabeza—. Sé lo que estás pensando…
—Que está tan ocupando compadeciéndose que está saboteando su recuperación… ¿Me equivoco? —preguntó al ver que Juan no decía nada.
—En absoluto.
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