—No estoy hablando de fisioterapia, señor Alfonso.
La expresión del médico era amable, paciente… Condescendiente. Pedro estuvo a punto de darle el puñetazo en aquel momento. Para impedir que así fuera, apretó los puños sobre el regazo y permaneció así durante el resto de la consulta.
—Lo siento, señor Alfonso —le dijo Juan en cuanto salieron de la consulta—. Sé que estaba esperando mejores noticias.
Pedro no respondió. Cuando estuvieron en el todoterreno, le rugió a Luis una dirección. Al menos, el abogado no le contradiría en los planes que tenía para el futuro. Más que nunca, necesitaba ponerse al frente del resort. Con tantas cosas que se escapaban a su control, necesitaba sentirse al mando de algo. El resort, el paraíso de su infancia, era lo único que le quedaba.
Después de llamar a su hermana Paula permaneció sentada en el escritorio de su pequeño despacho durante la mayor parte del día con el pretexto de ponerse al día con el papeleo. En realidad, se estaba escondiendo. Se sentía avergonzada, confusa. ¿Qué era lo que había hecho? ¡Había besado a su jefe! En realidad, Pedro había sido quien había iniciado el contacto. Sin embargo, él le había dado la oportunidad de negarse cuando se apartó unos segundos. ¿Y qué había hecho ella? Le había colocado las manos en los hombros y le había devuelto el beso. Incluso había dejado el ordenador para poder hacerlo… Cerró los ojos y se agarró la cabeza con las manos. Lo peor de todo era que le había gustado. Cada segundo y cada caricia de labios y lengua. Había sido todo ello una delicia. No estaba segura de que le gustara él como hombre, a pesar de que lo encontrara atractivo. A lo largo de los últimos siete días, habían desarrollado una relación cordial fruto de las conversaciones que habían tenido en el porche, una relación que resultaba segura porque estaba dentro de los límites de una relación profesional. Sin embargo, aquel beso no había tenido nada de cordial. La había encendido por dentro, como si se tratara de una bombilla de las luces del árbol de Navidad. Después de su divorcio, se había jurado que se mantendría alejada de los hombres. Sentía deseos de valerse por sí misma. Estaba decidida a demostrar que no volvería a ser maleable, inútil o invisible. Tampoco había echado de menos a los hombres. Hasta entonces. Maldito Pedro… Maldita fuera su propia locura… ¿Qué iba a hacer al respecto? ¿Cómo iba a poder volver a estar junto a él? ¿Debía ella pedirle una disculpa o disculparse frente a él? ¿Y si él estaba esperando que se repitiera el beso? Se echó a temblar con solo pensarlo y se odió a sí misma cuando la anticipación fue lo primero que sintió.
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