Pedro no estaba seguro de por qué le había puesto de mal humor ver el calendario con los días tachados. Solo sabía que un instante antes había estado a punto de bromear, pero ver que ya habían pasado cuatro meses desde su accidente le había quitado las ganas. El ibuprofeno que Paula le había recomendado le había quitado gran parte del dolor físico, pero sus sentimientos eran un asunto completamente aparte. Deseó que el tiempo fuera mejor para poder salir y sentarse en el muelle. Cuando era un niño, el mar siempre había ejercido un efecto tranquilizador sobre él. Al salir de nuevo al vestíbulo, vió que los huéspedes ocupaban las zonas comunes, tal y como era de esperar en un día tan horrible como aquel. En la biblioteca, un par de mujeres muy bien vestidas leían junto a las puertas que llevaban hacia la galería. Unos chicos con aspecto de ser universitarios jugaban al póquer en una mesita. Recordaba haber estado allí mismo jugando a las cartas de niño. A veces con su abuelo y en otras ocasiones con Mario, el jardinero. Los recuerdos le hicieron sonreír, a pesar de que la tristeza también lo embargaba. Echaba tanto de menos a su abuelo… Héctor Alfonso había sido el único adulto en la vida de Pedro a partir de los once años. Después de la muerte de su padre, su madre había estado demasiado ocupada buscando un nuevo marido como para prestarle a él demasiada atención. Entonces, volvió a casarse y una vez más, él quedó al margen. Se negaba a considerar lo desesperada que debía haberse sentido su madre al ver cómo se quedaba sin sustento. Su abuelo, sin embargo, había sido más condescendiente con ella. Durante la última visita de Pedro a la isla, sentados en aquella misma sala, Héctor le había dicho:
—No trato de excusar el modo en el que tu madre te ha tratado desde que ha vuelto a casarse, pero intento ver las cosas desde su perspectiva.
—¿Qué quieres decir? —le había preguntado él.
—Tú te pareces mucho a tu padre.
—Lo dices como si eso fuera algo malo…
—Yo amaba a mi hijo, pero no por eso dejo de ver las cosas que hacía mal. Tomó decisiones muy malas a lo largo de los años, decisiones que tu madre ha tenido que pagar en más de un sentido.
—¿Qué quieres decir?
—Digo que asegúrate de que las que tú tomes son mejores. Haz que me sienta orgulloso, Pedro.
Él había fallado a la hora de cumplir lo último que su abuelo le había pedido. ¿Qué pensaría su abuelo de las decisiones que él había tomado? La respuesta más probable hizo que Pedro volviera cojeando a la intimidad de sus habitaciones.
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