Paula se cambió la venda de la barbilla en el pequeño cuarto de baño que tenía en su despacho. En los tres días que habían pasado desde su visita a Urgencias, la carne que rodeaba el corte se había ido transformando de morado a rojo, hasta convertirse en un azul verdoso poco atractivo. En cuanto al corte, le iba a quedar cicatriz. No había duda. Sin embargo, apenas sería visible porque estaba en la parte baja de la barbilla. Nadie lo vería a menos que se colocara debajo y mirara hacia arriba. Todo había sido culpa suya. Había presionado demasiado a Pedro. Llevaba días tratando de olvidarse la expresión culpable de su rostro. En realidad, había hecho todo lo posible para evitar pensar en lo ocurrido y para evitar encontrarse con él. Eso significaba entrar en el apartamento muy tarde por las noches y marcharse al día siguiente antes de que amaneciera. Echaba de menos sentarse en el porche al amanecer, echaba de menos a Pedro… Se llevaba el café a su despacho y tenía siempre la puerta bien cerrada. «¿Eres feliz, Paula? ¿Te sientes realizada?». También hacía todo lo posible por olvidarse de aquellas preguntas. Se aseguró que eran irrelevantes. En cuanto a Pedro, no era asunto suyo si prefería no hacer fisioterapia y permanecer sentado compadeciéndose de sí mismo. En absoluto, aunque pudiera admitir que se sentía atraída por él. Se preguntó por qué entonces seguía sintiendo la necesidad de hacer algo para ayudarlo. Echó la culpa al beso. Había sido un beso maravilloso, pero no tenía por qué convertirla a ella en su guardiana. No hacía que fuera nada para Pedro. Eran adultos. Dos personas solitarias buscando… Nada.
Paula no estaba buscando nada. Tenía un trabajo que adoraba y que deseaba seguir haciendo en el futuro. Para asegurarse de que tenía esa oportunidad, necesitaba mantenerse alejada de los asuntos personales de Pedro. Tarde o temprano, él se aburriría y se marcharía. Entonces, su vida regresaría a la normalidad. La relación de ambos volvería a estar marcada por la correspondencia de trabajo. Decidió ignorar el vacío que sintió en el estómago. Eso era lo que ella quería. Está bien, tal vez no era lo que quería, pero era lo único que podía esperar. Aquella tarde, mientras terminaba de introducir los cambios de última hora que Silvia había realizado en el menú semanal, le llegó un correo electrónico. Conocía bien al remitente. Amantediversión17, un sobrenombre que se podía tomar de dos maneras posibles. Ambivalente. Igual que el hombre. El asunto decía: "Necesito tu ayuda, por favor". ¿Por favor? Los buenos modales suponían un cambio. Como también lo era admitir que necesitaba ayuda. La curiosidad se apoderó de ella y abrió el correo. "Querida señorita Chaves". Volvían a tratarse de usted. A ella debería haberle gustado. La distancia emocional sería lo mejor en ausencia de distancia física. Sin embargo, lo que sentía era desilusión. Irritada consigo misma, se encogió de hombros y siguió leyendo. "Juan tiene la noche libre".
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