viernes, 25 de octubre de 2024

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 42

Pedro se sentía asqueado consigo mismo. ¿En qué clase de monstruo se había convertido? Por supuesto que no había tenido intención de romper el bastón y herir a Paula, pero lo había hecho… Su ira le había causado una herida. Y lo único que ella había estado intentando hacer era ayudarlo.  Se frotó el rostro con la mano y se deslizó por la pared hasta sentarse en el suelo. Nunca antes se había odiado más. Paula tenía razón. Tenía mucho por lo que sentirse agradecido. La autocompasión no le iba a llevar a ninguna parte. Su madre tenía razón. Necesitaba crecer, aceptar sus responsabilidades y ser el hombre que su abuelo había creído que podía ser. Había creído que lo iba a conseguir yendo a la isla, decidido a hacerse con las riendas del hotel. Sin embargo, se había estado engañando. Había ido allí solo para esconderse, no para mejorar. Seguía viviendo en el pasado en vez de vivir en el presente. No tenía sueños para el futuro. Seguía sentado en el suelo cuando Juan entró en el departamento unos minutos más tarde.

 

—¿Señor Alfonso? —le preguntó el joven mirándolo con preocupación—. Paula está en su despacho y… ¿Qué ha ocurrido aquí? ¿Se encuentra bien?


Pedro no estaba seguro de cómo responder. No estaba bien, pero no tenía nada que ver con su pierna. Por lo tanto, en vez de responder, preguntó.

 

—¿Me puedes ayudar a levantarme? ¿Por favor?

 

—Claro.


Con la ayuda de Juan, Pedro se encontró enseguida de pie, con la espalda apoyada contra la pared.


 —¿Qué le ha ocurrido a su bastón? —le preguntó Joe mientras recogía uno de los trozos del suelo.


 —Si no te importa, preferiría no hablar de eso en estos momentos.

 

—Claro. No hay problema —afirmó Juan.

 

Juan siempre estaba dispuesto a hacer lo que él quería. Era incapaz de llamarle la atención a su jefe por sus actos o por su actitud. Al contrario de Paula, que le había dejado a Pedro muy claro lo que pensaba.

 

—Me gustaría regresar a mi dormitorio. Quiero… Quiero ir a tumbarme.

 

—¿Ahora, señor Alfonso? —le preguntó Juan frunciendo el ceño—. Pero si se acaba de levantar.

 

—Lo sé, Juan. A mi habitación —repitió—. Te prometo que mañana haré la sesión, pero ahora tengo mucho en lo que pensar.


Juan señaló la bandeja.

 

—Puedo hacer que le calienten la cena, si quiere. El pollo está muy bueno esta noche y es una buena fuente de proteína.

 

Pedro negó con la cabeza. Dado el modo en el que le ardía el estómago, dudaba que pudiera mantener nada en él aquella noche. 

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