miércoles, 23 de octubre de 2024

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 38

Fue Pedro el que pronunció aquellas dos palabras. Estaba en el pasillo, de pie al lado de la puerta de su habitación. A pesar de la distancia, había escuchado todo lo que los dos decían.


 —Lo siento —susurró ella.

 

—Por favor, no arruines tu sinceridad con una disculpa —le dijo a Paula mientras se acercaba a ella—. Tu sinceridad es una de las cualidades que más me gustan sobre tí.


 —Está bien. Pues no lo siento. Lo que estoy es… Desilusionada.

 

—¿Desilusionada? —preguntó él sorprendido.

 

—Eso es lo que he dicho —replicó ella colocándose las manos en las caderas.

 

Juan eligió aquel momento para murmurar algo y marcharse a cenar. Pedro esperó hasta que la puerta del departamento estuvo cerrada para proseguir.


 —Bueno, pues ponte a la cola detrás de mi madre. En su opinión, jamás he hecho nada bien —murmuró él—. Y tiene razón, por supuesto. Nadie tiene la culpa más que yo.


Aquel comentario sorprendió a Paula. ¿Qué diablos tenía su madre que ver con todo aquello? Dió un paso hacia él.


 —¿Cómo puedes esperar que vas a mejorar si lo único que haces es estar tumbado, ahogándote en tu autocompasión todo el día?

 

—¿No te lo ha dicho Juan? No voy a mejorar. ¡Me voy a quedar así, Paula! ¡Así!


La voz de Pedro rugió por todo el departamento. Él levantó el bastón para darle más énfasis a sus palabras. Entonces, perdió el equilibrio. Pudo agarrarse a uno de los taburetes para no caer al suelo, pero tuvo que soltar el bastón para hacerlo. Él comenzó a maldecir. Paula dejó que él se desahogara antes de volver a tomar la palabra.

 

—No vas a volver a esquiar en Europa. No vas a poder correr un maratón ni medio maratón, ni siquiera la carrera anual de la isla. Y parece también que el baile de salón te está vedado.


 —¡No necesito que me des el listado completo de todas las cosas que no puedo hacer! —le gritó él con el rostro congestionado por la ira.


Paula recogió el bastón y se lo ofreció. Pedro lo agarró de mala gana. Estaba furioso, pero ella se tomó su reacción con calma. Después de David, ella se había jurado que no cedería ante nadie cuando supiera que tenía razón. Y en aquel asunto la tenía. Tenía que conseguir que Pedro canalizara su ira en su beneficio. Tanta fuerza, bien utilizada, podía resultar beneficiosa. Eso era precisamente lo que ella había hecho y se enorgullecía de lo que había conseguido desde que se animó a agarrar al toro por los cuernos en vez de sucumbir a la desesperación. Por lo tanto, ignoró la reacción de él y siguió hablando.

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