Estaban muy distanciados desde que él era un niño. En realidad, desde poco después de que la enfermedad y la muerte de su padre los dejara sin un centavo. Ella había conseguido superar la situación volviéndose a casar. Como único heredero de su abuelo, Pedro había estado bien cubierto. En cierto modo, eso solo había conseguido que ella le odiara más, en especial dado que él había seguido con las costumbres de gastarse todo el dinero como su padre. Como resultado de todo esto, él y su madre jamás habían vuelto a compartir un fuerte vínculo. Él había sido lo suficientemente necio como para pensar que las cosas podrían haber cambiado por sus lesiones o por el cambio de su situación económica. Sin embargo, en lo que no se había equivocado había sido en lo de ir a Hadley Island. Había ido allí para encontrar un propósito. Algo que pudiera darle significado a su vida si resultaba ser cómo la predecían los médicos. Los mejores recuerdos de su infancia estaban allí. El lugar había sido su santuario, tanto durante la enfermedad de su padre como después de su muerte. Su relación con su madre había sido siempre complicada, pero el joven Pedro había sido el ojito derecho de su abuelo.
—Eres inteligente y ambicioso. Vas a ser un buen hombre cuando crezcas, Pedro.
Se preguntó lo que pensaría su abuelo si pudiera verlo en aquellos instantes. Lo de la pierna no. Más bien pensaba en lo que había hecho con su vida hasta aquellos momentos. Eso no le parecería bien al abuelo. Él había confiado mucho en Pedro, le había dejado su fortuna y todas sus propiedades, la más importante de las cuales era el resort. Desgraciadamente, la mayoría de lo que él aún poseía de su abuelo estaba hipotecado y terminaría subastándose para pagar las tremendas deudas contraídas después del accidente. A excepción del resort. Lo había mantenido intacto. La culpabilidad se apoderó de él. Gracias a Dios que Paula fuera tan buena en su trabajo. Los directores que había tenido antes de ella se habían dejado llevar, sin querer correr riesgos. Ella había actualizado el antiguo hotel y lo había convertido en una máquina de generar ingresos. Cuando todo estuviera hecho y dicho, se aseguraría de que ella recibía una compensación adecuada.
—¿Necesita algo, señor Alfonso? —le preguntó Juan que, con la ayuda de Luis, estaba metiendo una camilla portátil y un banco de pesas en el departamento.
—No. Voy a tumbarme un rato.
Juan frunció el ceño.
—¿Le parece buena idea, señor Alfonso? Seguramente tiene los músculos muy tensos del trayecto en coche, en especial dado que esta mañana no hemos tenido sesión.
—He dicho que voy a tumbarme —repitió Pedro y se dirigió hacia el dormitorio.
Juan se encogió de hombros, pero Luis se aclaró la garganta.
—En cuanto terminemos de descargar todo esto, yo me voy a marchar. ¿Le parece bien?
Luis llevaba con Pedro más de diez años, trabajando para él principalmente como chófer, aunque también había actuado de gorila cuando las fiestas se desmadraban demasiado. Últimamente no había tenido mucho trabajo en ese sentido. Los días de juerga de Pedro habían terminado. En realidad, habían durado más de lo que deberían incluso antes del accidente.
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