—Muy lentamente. Tantas cicatrices no ayudan. Hay días que no quiere hacer sus ejercicios.
—Eso debe de hacer que su trabajo resulte muy difícil.
—Así es. También le llena a él de frustración, porque, deprimido o no, se niega a rendirse.
—¿A andar sin ayuda?
—Sí. Andar sin ayuda para empezar. Luego correr, esquiar… Quiere volver a ser el de antes.
—Y no es probable que eso ocurra, ¿Verdad? —comentó Paula recordando que los médicos habían querido amputarle la pierna.
—En realidad, no debería estar hablando sobre el señor Alfonso con nadie. Solo quería que supiera a qué se debe su actitud.
—Comprendido. Gracias.
Cuando Paula llegó a la habitación principal, el conductor la estaba esperando. Las enormes maletas de Pedro estaban abiertas sobre la cama.
—Necesitaré unos cuantos cajones del escritorio para poder poner sus cosas. Espero que le parezca bien.
—Claro —respondió Paula. Agarró una bolsa del armario y comenzó a llenarla de calcetines y ropa interior—. Me marcharé enseguida —dijo por encima del hombro.
—No hay prisa, señorita Chaves.
—Llámeme Paula.
—Y a mí Luis —dijo el hombre, con una sonrisa que dejó al descubierto un diente de oro.
—¿Y dónde te vas a alojar tú, Luis? Supongo que no será aquí. Espero que Juan y tú no jueguen a ver quién duerme en el sofá cama con una moneda.
—No. El chico se quedará con el salón para él solo. Yo tengo familia al otro lado de la isla. Me alojaré allí, aunque estaré siempre preparado para lo que el señor Alfonso pueda necesitar durante su estancia. ¿Te preocupaba tener que hacerle sitio a otro huésped inesperado?
—En absoluto. Cuantos más, mejor —comentó ella secamente.
Los dos se echaron a reír.
Mientras terminaba de llenar su bolsa con la ropa de los cajones, Luis fue colgando las camisas y los pantalones en el vestidor. Todas las prendas eran muy caras y mucho más formales que los pantalones y la camisa que Pedro llevaba puestos en aquellos momentos. Al ver toda la ropa que Luis estaba colocando, Paula tuvo la sensación de que la visita iba a ser larga. Terminó de vaciar los cajones y rápidamente sacó una serie de prendas del armario, que se llevó a la otra habitación. Juan ya había terminado de vaciar su única maleta. Estaba mirando a su alrededor con las manos en las caderas.
—¿Te puedo ayudar con algo?
—Tengo material que debo traer para las sesiones del señor Alfonso. Algunas cosas ocupan mucho sitio y no creo que lo quieras en el salón.
—En el hotel hay un gimnasio en la planta principal. Es pequeño, pero debería haber sitio para ese equipo del que hablas.
—El señor Alfonso prefiere la intimidad.
Paula asintió. No podía culparlo. Ella también la prefería, aunque desgraciadamente iba a pasar solo Dios sabía cuánto tiempo antes de que pudiera volver a disfrutarla.
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