lunes, 14 de octubre de 2024

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 20

Ella no le parecía la clase de mujer que sentiría asco o miedo, pero vió que Paula cerraba los ojos brevemente. ¿Acaso tenía repugnancia ante lo que veía? ¿Pena, tal vez? No estaba seguro de cuál reacción era peor. Solo sabía que no toleraría que ella siguiera examinándolo.

 

—¿Has visto ya bastante?

 

Paula estuvo a punto de dejar caer el cinturón que había ido a recoger.


 —Me ha sobresaltado.


Pedro se incorporó sobre un codo.

 

—No has respondido a mi pregunta.


 —No era mi intención mirar. Simplemente, sentía… Sentía…


 —¿Curiosidad? —preguntó él.


Ella se aclaró la garganta. Con la escasa luz que había ya en la habitación, Pedro sabía que ella se había sonrojado. ¿Avergonzada? Ciertamente. No excitada. ¿Por qué iba a estarlo? Él tan solo era un inválido repulsivo.

 

—Tal vez tenga la pierna destrozada, pero te aseguro que todo lo demás funciona perfectamente —le espetó en tono sugerente.

 

—¿Cómo ha dicho? —le preguntó ella. En esa ocasión, sí dejó caer el cinturón.


 —Creo que me has oído.


Con eso, Pedro esperaba que ella saliera rápidamente de la habitación. Debería haberse imaginado que una mujer tan concienzuda como ella no haría nada parecido. De hecho, Paula se acercó un poco más y rodeó la cama.


 —Claro que le he oído. Estaba tratando de darle el beneficio de la duda.

 

—Y ahora esperas que me disculpe —dijo él en tono insolente.


 —De hecho…


Paula apretó los puños y se los colocó sobre las caderas. Bonitas caderas. Ni demasiado anchas ni demasiado estrechas. Redondeadas y, con el firme trasero, perfectas. Dada la posición que Pedro tenía en la cama, éstas le quedaban prácticamente a la altura de los ojos. La boca se le hacía agua mientras que otras partes de su cuerpo que llevaban dormidas durante meses comenzaron a cobrar vida. Parte de su frustración y de su ira se disipó, para verse reemplazada por unos sentimientos que resultaban mucho más peligrosos.  Aunque sabía que estaba jugando con fuego, no podía evitar mirarla, acariciando con los ojos todas las partes que le interesaban.


 —¿Y bien? —preguntó ella.

 

Sus miradas se cruzaron. Pedro no vió chispas saltando de los ojos de ella, pero las sintió. Aquella sensación sobre la piel le devolvió la vida. Gozó con ella.

 

—Tú primero —dijo.

 

—¿Cómo?

 

—Que te disculpes primero tú.

 

—¿Espera que yo me disculpe? —preguntó ella con incredulidad.

 

—Eso es.

 

—¿Y por qué tendría que disculparme?

 

—Bueno, para empezar, estás en mi habitación sin permiso…

 

—Hasta esta mañana, esta habitación era la mía. No creo que se pueda considerar un allanamiento…


 —Técnicamente, como dueño del resort…

 

—Mire, solo he venido a recoger un cinturón del armario. Le habría pedido permiso, pero estaba dormido y no quería molestarle. El hecho es que no se me dió tiempo para recoger mis pertenencias antes de que usted se instalara aquí. Si quiere que me disculpe por eso, bien. Siento haberle causado este inconveniente.

 

Paula no parecía sentirlo. De hecho, sonaba irritada. 

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