miércoles, 23 de octubre de 2024

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 36

Una hora más tarde, aún seguía regañándose mentalmente cuando oyó uno pasos al otro lado de la puerta de su despacho. Iban acompañados por el sonido inconfundible de un bastón. Había también otra persona que andaba sin ayuda. Sería Juan. Pedro y Juan. Habían regresado de Charleston. Decidió que debía comportarse de un modo natural, profesional. Como si no estuviera afectada por lo ocurrido. Respiró profundamente y se puso de pie. Cuando se dirigía a la puerta, preparó la expresión de su rostro para transformarla en una de cortés interés.

 

—¿Cómo ha…?

 

Eso fue lo único que pudo decir. Juan se lo impidió sacudiendo la cabeza. Pedro ni siquiera la miró. Miraba al frente, con el ceño fruncido, como la primera vez que se vieron. Fueran cuales fueran las noticias que había recibido, no habían sido buenas. Paula sintió que el alma se le caía a los pies. Sabía que aquel era el peor miedo de Pedro.



Él iba a cenar en su habitación. Paula lo comprobó cuando llevó la bandeja al departamento. Juan estaba en la encimera de la cocina, preparando sus batidos. Al ver que ella regresaba, sonrió.

 

—Eh, Paula. Eres un cielo. Deja la bandeja sobre la encimera. Se la llevaré en cuanto termine con esto —le dijo.

 

Mejor. Cuanto menos relación tuviera con Pedro, mejor. Para los dos.


—¿Es eso también para Pedro? —le preguntó a Juan.

 

—¿Estás de broma? Tal y como se encuentra ahora, el señor Alfonso probablemente me lo echaría por la cabeza.


 —¿Tan malas han sido las noticias?


 —No necesariamente, pero ciertamente no las noticias que él quería escuchar —suspiró Juan—. El especialista le dijo básicamente lo mismo que los otros. No va a volver a esquiar. Ni tampoco volverá a andar sin cojear ni sin bastón. Cuanto antes lo acepte y siga con su vida, mejor.


Juan siguió preparando el batido. Paula sintió un profundo sentimiento de pena. Pobre Pedro. Debía de estar destrozado. Dejó de sentir lo mismo cuando, una semana más tarde, él seguía encerrado en su habitación con las cortinas echadas. Joe había sido el único al que se le había permitido entrar y solo para llevarle las comidas.  Al principio, casi se sintió aliviada. Después del beso que habían compartido, era lo mejor. Sin embargo, cinco días después de su regreso del médico, ella había dejado de sentir compasión y paciencia. Pedro había recibido un golpe muy duro, pero con esa actitud no conseguiría cambiar nada. Paula sabía de primera mano que la autocompasión no servía de nada. Él tenía que concentrarse en lo que era posible hacer en vez de hacerlo en lo que era imposible.

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