Él miró a su alrededor y asintió. Dado que resultaba mucho más fácil hablar del trabajo que intercambiar comentarios afables, Paula siguió hablando.
—La cámara necesitaba algunas reparaciones también, pero estaba en muy bien estado. Por supuesto, su inversión prácticamente ya se ha amortizado. Añadir al precio por habitación una tarifa por las comidas ha resultado ser bastante lucrativo. Gracias al talento de Silvia, también vienen al restaurante muchas personas que no son huéspedes. El alcalde viene a almorzar al menos dos domingos al mes.
—Excelente —afirmó Pedro, pero a Paula le daba la sensación de que él tan solo había escuchado a medias lo que ella le había dicho.
—¿Tiene hambre? El servicio de cenas no empieza hasta dentro de una hora, pero…
—No importa. Juan me ha preparado una tortilla —comentó él con una sonrisa—. Por cierto, hemos utilizado sus huevos. Y su pan. Juan se sintió un poco desilusionado al ver que no era integral.
—Oh…
Paula no sabía cómo sentirse ante la idea de que dos desconocidos hubieran estado revolviendo en su cocina. Todo su espacio privado se había visto invadido. A pesar de todo, mantuvo un tono de voz casual cuando respondió.
—Siento no tener más cosas en el frigorífico y en la alacena. Silvia es una cocinera tan buena que casi siempre como y ceno aquí en la cocina.
—Querrás decir en tu despacho —comentó la chef—. Esta mujer es una adicta al trabajo —le dijo a Pedro—. Y probablemente se merece un aumento.
Paula sonrió débilmente.
—Silvia y yo vamos a ir a tierra firme mañana muy temprano para hacer la compra para el resort. Vamos el primer y el tercer viernes de cada mes. Si me da una lista, puedo comprarle lo que necesite.
—Haré que la prepare Juan. No se preocupe si no puede encontrar todo —respondió Pedro—. A él le gusta hacer batidos de pasto de trigo y otras… Cosas saludables.
—¿Considera que el cuerpo es su templo?
—El mío es más bien una ruina de la antigüedad, pero sí, esa es su filosofía.
Pedro apartó la mirada y volvió a fruncir el ceño. Ella no creía que fueran aquellos comentarios lo que le habían irritado tanto, pero algo lo había hecho. Miró hacia el lugar que él estaba mirando, al otro lado de la cocina. Lo único que había allí era el enorme calendario de Silvia, en el que los días que habían pasado estaban marcados con una cruz roja.
—¿Ocurre algo? —le preguntó ella.
Pedro negó con la cabeza y, sin decir nada más, se dió la vuelta y salió cojeando de la cocina.
—Qué simpático es, ¿No? —musitó Silvia sarcásticamente cuando
Pedro ya no podía oírla. Durante un instante, lo había sido. Paula retomó su tarea. Se colocó delante de la tabla de cortar y agarró el cuchillo.
—Creo que es mejor que hagamos todo lo posible para mantenernos alejados de él, ¿No te parece? Supongo que se irá pronto y todo regresará a la normalidad.
Al menos, eso era lo que Paula esperaba.
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