viernes, 4 de octubre de 2024

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 4

Pedro siguió a la eficiente señorita Chaves al interior del ascensor tras permitir a Luis y a Juan que lo arrastraran dentro. La había molestado, pero no le importaba. No era de extrañar, dado que se había mostrado tan grosero con ella. En otro momento, se habría sentido muy mal por haberla tratado de aquel modo. Desgraciadamente para ella, tanto su habitual buen humor como el encanto que lo acompañaba habían desaparecido. Más bien, se le habían fracturado como la pierna derecha, tal vez sin posibilidad de recuperación. O por lo menos eso era lo que los médicos afirmaban. Se equivocaban. Tenía que ser así. No se podía pasar el resto de su vida de aquel modo, casi sin poder andar. Una mera sombra del hombre activo y saludable que era antes. Las puertas del ascensor se abrieron. El vestíbulo parecía muy diferente a como él lo recordaba. Estaba pintado de color turquesa muy hermoso, acompañado de amarillo que parecía querer hacer recordar la arena de la playa. Esto, junto con las potentes luces que brillaban en el techo, le daban al vestíbulo un aspecto muy acogedor a pesar de la tormenta que rugía en el exterior.  Respiró profundamente, aliviando parte de la tensión que lo atenazaba. Distaba mucho de sentirse relajado, pero sabía que había hecho bien en ir allí a pesar de que llevaba dudando de su decisión de marcharse de Suiza desde que su avión aterrizó en Raleigh. Habían pasado ya doce años desde la última vez que pisó Charleston. Y mucho más desde la última vez que estuvo en la isla. Miró a su alrededor.

 

—Esto… Esto está muy bonito.

 

—Terminamos la remodelación el otoño pasado. Todas las habitaciones se han decorado con un esquema de colores muy similar — comentó Paula—. Creo recordar que le mandé por correo electrónico muchas fotografías.

 

Pedro no recordaba las fotografías. Probablemente ni siquiera se había molestado en abrir los archivos adjuntos. Estaba demasiado ocupado gastándose su dinero como para que aquello pudiera importarle. Bueno, todo eso había terminado. En cierto modo, el accidente le había venido bien. No podía seguir ignorando sus responsabilidades. Era hora de poner a trabajar sus conocimientos y ganarse el sustento.

 

—No le hacían justicia —murmuró.

 

Ni tampoco la imagen que Pedro se había formado de Paula Chaves. Durante cinco años, se había limitado a firmarle los cheques, echando una ligera ojeada a los informes que ella le enviaba a primeros de mes y dando su aprobación a todas las mejoras que ella planeaba sin poner nada de su parte. Jamás había visto a la mujer a la que le había confiado todo lo que en aquellos momentos le quedaba de su fortuna. 

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