A la mañana siguiente, Pedro salió al porche antes de que saliera el sol. Como no tenía bastón, había tenido que llamar a Juan para que lo ayudara. Había esperado ver a Paula sentada en su sitio habitual. Necesitaba disculparse, pedirle perdón. Se había comportado de un modo abominable. Desgraciadamente, el porche estaba vacío.
—Parece que hoy he ganado a Paula —dijo, esperando que sonara como un comentario casual en vez de uno que había pronunciado un hombre desesperado por hacer las paces.
Juan lo ayudó a sentarse.
—Creo que hoy va a dormir hasta más tarde.
—¿Por qué dices eso?
—Anoche no regresó de las Urgencias de Charleston hasta las tres de la mañana.
—¿Urgencias? —repitió Pedro. No había pensado que se podría sentir peor de lo que ya se sentía.
—Llamé a Luis y le pedí que la llevara. Ella no quería ir, pero el corte que tenía en la barbilla era un poco feo.
—¿Feo? —preguntó Pedro tragando saliva.
—Lo suficiente como para tuvieran que darle puntos —le dijo Juan mirándole sin parpadear. Se notaba que ardía en deseos de preguntarle muchas cosas. No lo hizo—. Es una pena que se cayera al suelo y se golpeara la barbilla con la encimera.
—¿Es eso lo que dijo que ocurrió?
—Sí. Eso fue lo que dijo.
Por primera vez desde que Pedro conocía a Juan, vió que él había perdido su afable sonrisa y su alegría. No podía culparle por sospechar. A pesar de que no le debía explicaciones, Pedro sintió la necesidad de aclarar el aire y enfrentarse a sus propias responsabilidades.
—Fue culpa mía —dijo.
La mirada de Juan se tornó gélida.
—Golpeé la encimera con el bastón. Se rompió y las dos mitades salieron volando. Una de ellas golpeó a Paula en la barbilla —añadió.
Tragó saliva, pero el regusto amargo no desapareció.
—Entonces, fue un accidente —dijo Juan, menos tenso que unos instantes antes.
—Sí, pero fue culpa mía y me siento fatal. Ella solo estaba tratando de ayudarme.
Había llegado el momento de que se ayudara a sí mismo. Lo había comprendido la noche anterior, mientras estaba solo en su habitación recordando cómo se había pasado los cuatro meses transcurridos desde el accidente. En realidad, cómo se había pasado su vida de adulto. Había tenido que enfrentarse a algunos duros reveses, pero eso no era excusa para su comportamiento. Había hecho falta que una empleada le dijera cuatro verdades para que por fin viera la luz. Se imaginó a Paula y se corrigió. Una hermosa mujer de ojos azules que había visto el hombre que realmente él era. De repente, le resultó muy importante que a ella le gustara lo que veía.
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