No se podía creer que no se pudiera hacer nada más, que su estado físico actual fuera lo único que pudiera esperar en lo que se refería a su recuperación. Lo más probable era que aquel médico le dijera exactamente lo mismo que los anteriores. El fuerte sentimiento de derrota que llevaba ya cuatro meses experimentando se apoderó de él. Después de permanecer tumbado en la cama durante una hora, apartó por fin la sabana y se levantó con gran dificultad de la cama. Tenía la pierna rígida y muy dolorida, como siempre le ocurría a primera hora de la mañana. Realizó algunos de los estiramientos que Joe le recomendaba y se vistió con unos pantalones de deporte y una camiseta. Salió de su habitación y al pasar junto al otro dormitorio, se dió cuenta de que la puerta estaba entreabierta. Miró dentro, con la seguridad de que Paula ya no estaría dentro. A aquella hora, ya estaría en la terraza, con el ordenador sobre la mesa y una taza de café. Así era como ella empezaba los días. Por lo tanto, desde hacía siete días, así era también como Pedro comenzaba su jornada. De repente, un ligero movimiento llamó su atención desde el interior. No solo Paula seguía en el dormitorio, sino que se estaba… Desnudando. Pedro debería apartar la mirada. Debería marcharse, pero no podía hacerlo. Paula estaba de espaldas a él, pero Pedro pudo ver el encaje azul cielo que le recorría la espalda después de que se quitara una camiseta para ponerse otra. Sus movimientos eran prácticos, precisos, en absoluto diseñados para seducir. Sin embargo, la belleza de aquella piel de marfil hizo que a Pedro se le secara la boca y que, por un ridículo instante, le resultara difícil respirar. Cuando consiguió hacerlo, notó que un agradable aroma se apoderaba de él. Era la misma fragancia que lo torturaba por las noches, mientras dormía en la cama de Paula, un aroma que lo hacía anhelar, arder… Ese mismo calor lo envolvía en aquellos momentos, amenazando con incinerar lo que le quedaba de buenos modales. Dió un paso al frente y se aclaró la garganta para anunciar así su presencia. Paula no tardó en acercarse a la puerta y abrirla de par en par.
—Buenos días —dijo.
—Buenos días.
La camiseta que se había puesto era prácticamente idéntica a la de siempre. Él no pudo evitar mirarle los pechos, por lo que apartó rápidamente la mirada y se centró en el futón. Frunció el ceño.
—Eso no parece muy cómodo —murmuró.
Paula miró por encima del hombro.
—No tanto como la cama en la que tú estás durmiendo, pero no estátan mal.
—¿No? —repuso él—. Jamás me he disculpado por los inconvenientes que mi estancia te está causando.
—No, no lo has hecho —replicó ella.
Abrió los ojos ligeramente, única señal de que aquellas palabras la habían sorprendido.
—Lo siento, Paula.
—No pasa nada.
—Creo que debería dormir en la otra habitación. Puedo hacer que Juan traslade mis cosas hoy mismo. Así tú podrás recuperar tu antiguo dormitorio.
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