Lo que Pedro quería era una taza de café bien cargado y un par de pastillas de ibuprofeno, pero necesitaba estar a solas unos minutos con Paula. Juan acababa de proporcionarle la excusa perfecta.
—Sí.
—¿De verdad? —preguntó Juan muy sorprendido.
—Bueno, siempre me estás hablando de los beneficios que tiene para la salud.
—No creía que me estuviera escuchando —replicó el fisioterapeuta.
—También me tomaré un par de analgésicos y una taza de café cuando puedas prepararlo.
Juan sonrió.
—Enseguida. ¿Quieres tú algo, Paula?
—No. Estoy bien.
Cuando estuvieron solos, Pedro se acercó a la hamaca que estaba junto a la de ella. Como era muy baja, le costaría mucho sentarse. Apoyó todo el peso en el bastón y trató de bajarse muy lentamente, pero la pierna le falló a mitad de camino y cayó sobre la hamaca de golpe. Sería imposible levantarse sin ayuda. Decidió no pensar en eso en aquellos momentos.
—Te ofrecería mi ayuda, pero sé que no la quieres —dijo ella al ver lo que a él le costaba colocar las dos piernas sobre la hamaca.
—Resulta deprimente necesitar ayuda para realizar algo tan sencillo como sentarse.
Paula lo miró durante un instante. Luego volvió a concentrarse en el ordenador.
—Hace una bonita mañana —dijo él intentándolo de nuevo—. La tranquilidad después de la tormenta.
Ella asintió, pero aquella vez sin levantar la vista del teclado. No eran ni las seis de la mañana y ya se había duchado y se había vestido. La mayoría de las mujeres que él conocía dormirían aún algunas horas para recuperarse de las fiestas de la noche anterior. Se aclaró la garganta.
—Yo… Yo quería hablar contigo, Paula.
—¿Paula? Estamos sentados en el porche. ¿Crees que deberíamos seguir llamándonos por nuestro nombre de pila? —le preguntó sin dejar de teclear en el ordenador.
Pedro se pasó una mano por la cara. Se lo merecía.
—Te debo una disculpa por lo que te dije ayer y por cómo me comporté.
—Así es —dijo ella. Tap-tap-tap.
—¿Podrías… Podrías dejar de trabajar un momento y mirarme?
Ella tecleó unas cuantas veces más. Entonces, respiró profundamente y cerró el portátil. Se giró para mirarlo, pero Pedro casi deseó que no lo hubiera hecho. Unos maravillosos ojos azules, enmarcados por largas y negras pestañas lo hicieron sentirse completamente desnudo.
—Lo siento. El modo en el que me comporté… Las cosas que te dije… Estaba fuera de lugar.
—Disculpa aceptada. Gracias. Y yo debería haber esperado para ir a recoger mi cinturón.
—Te lo dejaste en el suelo, por cierto. Hemos empezado muy mal. Yo debería haberme dado cuenta de que el hecho de que llegara antes de lo esperado causaría… Cierto revuelo.
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