miércoles, 2 de octubre de 2024

Un Trato Arriesgado: Capítulo 72

Si Pedro permitía que Paula siguiera allí hasta su primer aniversario de boda, vería cómo su cuerpo cambiaba a medida que fuera progresando el embarazo y sentiría la tentación de esperar un milagro. Solo faltaban siete meses para el nacimiento, pero eran nueve meses de matrimonio, lo que significaba cierta implicación con el bebé. No podía correr ese riesgo.


–¿Tanto odias la idea de tener un hijo que estás dispuesto a renunciar a ser el sucesor de tu abuelo? –le preguntó ella, llorando–. En ese caso, estará mejor sin padre en vez de crecer junto a uno que no lo ama.


–¿Él? ¿Es un niño?


–Aún es demasiado pronto, pero sé que es un niño. Mira, Pedro, no tiene por qué ser así. Comprendo que no me quieras a tu lado, que te sientas atrapado… Pero tu hijo te necesita.


–¿Y si soy como mi padre? –le espetó él con dureza–. Ningún niño se merece un padre como el mío.


Pedro miró a Paula y vió confusión en su rostro. El dolor que se reflejaba en su mirada era como una flecha que le atravesaba el corazón. No podía seguir estando a su lado, por lo que, sin decir una palabra más, se marchó.


Paula se acurrucó sobre la cama y lloró hasta que los ojos le ardieron. Se quedó dormida al alba y, cuando se volvió a despertar, lloró porque no encontró a Pedro tumbado junto a ella. Se dirigió al cuarto de baño y se lavó la cara. Tantas lágrimas le habían dejado muy hinchado el rostro. Era una suerte que él no estuviera allí para verla así. No había regresado al departamento desde su conversación de la noche anterior, pero le había enviado un mensaje para comunicarle que se había ido a su ático y que organizaría que su avión privado las llevara a Sofía y a ella de vuelta a Londres. Los ojos volvieron a llenársele de lágrimas, pero se las secó enseguida. Había conseguido salir adelante cuando Sofía nació y lo volvería a hacer con su segundo hijo sin la implicación de Pedro. Sentirse segura económicamente la ayudaría. Había considerado rechazar el dinero, pero, aunque su orgullo se había resentido por ello, no podía permitir que sus hijos crecieran en la pobreza. Él le había dejado muy claro que no quería un hijo, pero estaba dispuesto a mantenerlo. Aquel rechazo la obligó a aceptar que todo lo que había sentido hasta entonces había sido una ilusión. Se había advertido una y otra vez que no debía enamorarse de él, por lo que había sido culpa suya que él le hubiera roto el corazón. Tras unos instantes, se negó a seguir dejándose llevar por la autocompasión. Fue a buscar a Sofía al cuarto de juegos. Luciana estaba allí, con las gemelas. Al ver a Paula, se quedó atónita.


–¿Ha ocurrido algo? Tienes un aspecto terrible.


–Creo que debo de haber contraído un resfriado o tal vez sea alergia – mintió.

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