lunes, 28 de octubre de 2024

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 47

Tragó saliva. Aquel hombre era capaz de hacerle creer en los finales felices después de lo ocurrido con David. La cabeza le decía que declinara cortésmente la invitación, pero el corazón fue al que escuchó. Se sentó en la silla que había frente a la de él y ajustó el ángulo para poder mirar el océano. Mientras él comía, observó el mar y las dunas. Siempre le había gustado aquella vista y la intimidad que ofrecía el porche. Era una noche muy cálida. La humedad resultaba muy opresiva. La gente que no estaba acostumbrada a menudo se quejaba y prefería el frescor del aire acondicionado a cenar en el exterior. A ella le sorprendió que Pedro hubiera preferido estar fuera.

 

—Hace mucho calor —dijo él como si le hubiera leído el pensamiento.

 

—Sí. También hay mucha humedad —replicó ella para entablar conversación. No había tema más seguro que el tiempo—. He oído en las noticias que se espera que las temperaturas suban hasta los cuarenta grados durante el fin de semana.

 

—La playa estará repleta.


 —Sí…

 

Pedro dejó los cubiertos y la miró.

 

—Debes de pensar que soy el idiota más grande del mundo.


Paula parpadeó, sorprendida por aquella afirmación.

 

—En realidad, me reservo ese título para mi ex. Además, no me corresponde establecer juicios.

 

—Porque soy tu jefe.


Ella podría haber estado de acuerdo. Tal vez lo debería haber hecho, pero no era verdad. Aunque no comprendía por qué, se sentía como si se lo debiera.

 

—Yo también hice cosas de las que no me siento orgullosa cuando… Cuando estaba pasando por un mal momento de mi vida.

 

—¿Te refieres a tu divorcio?


No era algo de lo que hablara a menudo, ni siquiera con su hermana o su madre. Le resultaba demasiado doloroso, demasiado humillante. Sin embargo, asintió.

 

—Tuve que tomar una decisión. Podía seguir y aceptar en lo que se había convertido mi vida, que era muy malo, o marcharme. Suena muy sencillo, a menos que seas tú el que tiene que dar el gran salto sin saber dónde vas a caer.


Extendió la mano por encima de la mesa y la colocó encima de la de él. Quería mostrarse amistosa, pero también quería tocarlo. Establecer un vínculo.


 —Los cambios nunca son fáciles, Pedro.

 

—Te admiro, Paula.


 —¿A mí? —preguntó ella sorprendida.

 

—Sí. Y te respeto. Firmo tus cheques, pero no tienes miedo de decirme lo que piensas, aunque sea para decirme que soy un imbécil.

 

—No recuerdo haber utilizado esa palabra.

 

—El sentimiento era el mismo. Tal vez parezca que no me gusta, en especial después del modo en el que reaccioné la otra noche, pero valoro tu opinión y no solo en asuntos relacionados con el resort. Supongo que lo que estoy tratando de decir es que… Te necesito, Paula. 

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