miércoles, 2 de octubre de 2024

Un Trato Arriesgado: Epílogo

Pedro estaba en el vestíbulo de Ferndown House, observando cómo un montón de niñas salían de la sala que Paula había convertido en un estudio de danza.


–Tu última clase durante un tiempo –le dijo a su esposa cuando por fin se quedaron a solas.


–Sí. Estará bien tener unas cuantas semanas libres. Las niñas van a llegar en cualquier momento –comentó mientras se acariciaba el abultado vientre–. Dentro de un par de años, tendré dos alumnas más.


–No me puedo creer que vaya a haber dos gemelas más en la familia, aparte de las hijas de Luciana. ¿Te imaginas el jaleo que se va a montar cuando nos juntemos todos en Navidad? –comentó él riendo.


Pedro miró a su hijo, que acababa de entrar corriendo del jardín con una pelota de fútbol en la mano. Baltazar tenía tres años e iba persiguiendo a Sofía, su hermana mayor, que acababa de cumplir siete.


–A tu abuelo le gustará tener a toda la familia en casa. Ya sabes que adora a los niños. Igual que tu madre.


Los dos habían tomado la decisión de vivir en Inglaterra después de que naciera Baltazar. Cuando Pedro se convirtió en presidente del Grupo Zolezzi tras la jubilación de Alfredo, insistió en compartir el papel con su hermano. Diego trabajaba en Valencia y Pedro en Londres. Paula y él querían tener su propia casa en la que criar a sus hijos y Ferndown House estaba llena de amor y alegría. Pedro tomó entre sus brazos a su esposa y ella levantó el rostro para que la besara. La adoraba y así se lo decía todos días. El anillo de zafiros y diamantes que le había colocado junto a la alianza de boda era solo una prueba más del profundo amor que sentía por la mujer que le había sacado de la oscuridad.


–Parece que tienen una buena pelea ahí dentro –comentó al sentir una patada en la mano que había colocado sobre el vientre de Paula.


–Sí, creo que nuestras hijas están listas para conocer a su papá. ¿Sabes lo que adelanta el parto?


–Señora Alfonso, ¿Me estás sugiriendo que…?


–Sí, señor Alfonso, amor mío…


Amor y alegría. Pedro no podía pedir más.


Tres días después, cuando tuvo entre sus brazos a las recién nacidas, a las que llamaron Olivia y Filipa, Pedro supo que era el hombre más afortunado del mundo.







FIN

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