lunes, 28 de octubre de 2024

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 48

A ella se le formó un nudo en la garganta. Nunca la habían necesitado antes, al menos un hombre. No sabía qué decir.

 

—Veo que te he dejado sin palabras —dijo él después de un largo silencio.


 —Más bien me siento halagada.


Él se rebulló en su silla e hizo un gesto de dolor.


 —¿Qué te dijo el médico sobre el dolor? —le preguntó ella.

 

—Que es normal, pero que debería disminuir con el tiempo — respondió Pedro. Tomó su cuchillo y su tenedor para seguir comiendo—. A veces, creo que debería haberles dejado que me amputaran la pierna. Me dolería menos.

 

—Hubiera sido rendirse.


 —Sin embargo, no me estoy rindiendo.

 

—Me alegro.

 

—Mientras tanto, se ofreció a darme algo.

 

—Y tú lo rechazaste.


 —No. En realidad, le pedí una alternativa que no fuera narcótica. Me recetó el ibuprofeno más fuerte que hay — comentó con una sonrisa—. ¿Crees que este médico podría estar equivocado?

 

—Equivocado es una palabra muy fuerte —dijo Paula. Lo último que quería hacer era darle a Pedro falsas esperanzas—. Podrías mejorar el diagnóstico.

 

—Si me esforzara más, ¿No?

 

—Sí. No te estoy diciendo que volverás a estar al cien por cien, Pedro, porque eso no va a ocurrir y tienes que aceptarlo. Sin embargo, aceptarlo no es lo mismo que admitir derrota. No hay razón alguna para que tu estado actual no mejore.


Él asintió. Tomó el vaso y dió un sorbo. Hizo un gesto de asco que resultó cómico.

 

—Llevo tiempo queriendo decirte que esto está muy malo.

 

—Es té. Té helado. 


—Pero no está dulce. Estamos en el sur, Paula. Aquí se toma el té helado con mucho azúcar.


Paula se preguntó si él se dió cuenta de que hablaba con un notorio acento sureño.


 —Sí, bueno. No todos los huéspedes que se alojan en Alfonso Haven son del sur. De hecho, un gran número de ellos vienen del norte, en especial en invierno. Tenemos azúcar en la mesa, por lo que los comensales pueden edulcorar sus propias bebidas. Debí haberte puesto azúcar en la bandeja. Si quieres, puedo ir a buscarlo. 


—En realidad, preferiría tomar una copa de vino —dijo él— . ¿Qué te parece si te traes mejor una botella de tinto? No tengo que conducir — añadió, cuando vió que ella dudaba.


Tampoco tomaba medicación que pudiera restringir el consumo de alcohol.


 —Está bien.


Cuando estaba a punto de llegar a la puerta, él la detuvocon una nueva petición.

 

—Y trae dos copas —le ordenó con una sonrisa.

 

—No, yo no tomo vino. Estoy trabajando. ¿Qué diría mi jefe? — comentó guiñándole un ojo.


 —Te diría que ya no estás trabajando. Tienes la noche libre. Haz que  te sustituya Pablo.


 —¡Es el botones y tiene diecinueve años! —exclamó ella—. Además, ya se ha ido a su casa.

 

—Entonces, otro.

 

—Pedro…

 

—Tómate una copa conmigo, Paula… Por favor…


Paula se había sentido atraída por el hombre que no dejaba de darles órdenes. Por el hombre que le pedía las cosas cortésmente y con educación, se sentía completamente entregada. Eso debería haberla puesto nerviosa, pero sospechaba que las mariposas que tenía en el estómago tenían un origen muy diferente.

 

—Marchando una botella de vino tinto y dos copas. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario