Se frotó el muslo. La dosis diaria de ibuprofeno que tomaba le aliviaba al menos gran parte del dolor, pero nada se lo quitaba por completo.
—¿Estás nervioso? —le preguntó Paula.
—Un poco —mintió—. Bueno, muy nervioso —admitió.
Movió las piernas hacia un lado, decidido a ponerse de pie. No le gustaba tener que mirarla, en especial cuando estaban teniendo una conversación en la que él ya había admitido su vulnerabilidad. Se agarró a la barandilla y se puso de pie. Paula no se ofreció a ayudarlo. Simplemente esperó hasta que él estuvo de pie para hablar.
—Antes, yo solía jugar a un juego conmigo misma… Bueno, antes de que mi marido se hiciera con el control de mi vida. Me preguntaba qué era lo peor que podía ocurrir. Cuando me enfrentaba a ese miedo, me daba cuenta de que podía con todo.
El viento volvió a alborotarle el cabello. En aquella ocasión, Pedro no pudo resistirse y le agarró el mechón con los dedos para colocárselo detrás de la oreja. Tal y como había imaginado, era tan suave como la seda. Después de rozarle suavemente la mejilla, sintió que el calor que emanaba de su piel le caldeaba suavemente la mano. Observó cómo ella abría los ojos de par en par. ¿Sorpresa? ¿Interés? Esperaba que fuera lo último. Necesitaba creer que aún seguía siendo deseable. Le acarició la mandíbula antes de apoyar la mano sobre la curva de la mejilla. Era tan suave… Ella separó los labios ligeramente. Entonces, Pedro se inclinó sobre ella y la besó. Al ver que Paula no se apartaba, lo hizo él durante unas décimas de segundo. Cuando volvió a besarla, lo hizo con firmeza. Las narices de ambos se chocaron. Ella se puso de puntillas e inclinó la cabeza hacia un lado. Problema resuelto. Los cuerpos se acariciaron. O lo habrían hecho si el maldito portátil que ella llevaba en las manos hubiera estado en otro sitio. Ella lo remedió también. Sin romper el beso, lo dejó sobre una de las hamacas. Por fin tenía las manos libres y se las colocó sobre los hombros. La pasión recorrió las venas de Pedro. Le dió la bienvenida. Gozó con ella. Por primera vez en meses, volvió a sentirse vivo. Se sintió… Pleno. Tenía la mano izquierda sobre la barandilla. La necesitaba para apoyarse. Sin embargo, algo le decía que incluso aunque las dos piernas le hubieran funcionado perfectamente, las rodillas se le habrían doblado. El beso era muy potente. Paula se apartó lentamente, parpadeando de incredulidad. Aunque le dejó las manos sobre los hombros, el momento había terminado. Muy pronto, los dos volverían a sus papeles de jefe y empleada. Sin embargo, Pedro no quería que se rompiera aquella magia. Aún no. Le recorrió el labio inferior con la yema del pulgar y sintió que ella se echaba a temblar.
—Pedro… No creo que…
No llegó a terminar la frase.
—Ese juego que mencionaste —dijo él—. ¿Cuál era el mayor de tus temores, Paula?
Ella no respondió. Apartó los brazos y dió un paso atrás. Entonces, sin pronunciar palabra, volvió al interior del apartamento, dejándole a él solo sobre el porche, con muchas más preguntas sin respuesta.
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