—¿Te puedo hacer una pregunta? —dijo ella después de un instante.
—Claro. ¿De qué se trata?
—¿Te molestaste en leer los informes que llevo enviándote todos los meses desde hace cinco años?
Pedro decidió que se merecía la verdad.
—No. Miré algunos, pero no… No los leí.
—Entonces, cuando dabas tu aprobación a mis ideas y me dabas luz verde a mis planes de reforma, ¿Lo hacías a ciegas?
—Tenía una agenda muy apretada —dijo él riéndose sin alegría alguna—. Todas esas fiestas… Ya sabes.
—No quiero saberlo. Yo trabajo para ganarme la vida, incluso los fines de semana.
—Sé que debería haberlos leído —admitió él—, pero confiaba y sigo confiando en tu buen juicio. Además, nos graduamos en la misma facultad de Empresariales.
—¿Tienes un título de la Universidad de Connecticut?
—No lo he utilizado mucho, pero sí, allí fue donde me saqué mi título unos años antes de que tú empezaras tus clases. Cuando te entrevisté para el trabajo —dijo él. Por supuesto, la entrevista se había hecho por teléfono y correo electrónico mientras esquiaba en Grindenwald—, me quedé muy impresionado por tus credenciales a pesar de que no tenías mucha experiencia práctica.
Paula apartó la mirada.
—Me casé después de terminar la universidad. Mi esposo no creyó que yo tuviera que trabajar.
—¿Estás casada? —preguntó él muy sorprendido, aunque desagradablemente a juzgar por el nudo que se le había hecho en el estómago.
¿Por qué tenía que importarle que ella estuviera casada? Él era su jefe. El estado civil de Paula no debería ser asunto suyo. Por eso no se lo había preguntado nunca.
—Felizmente divorciada —le corrigió.
Pedro se dijo que no sintió alivio. Eso habría sido inapropiado. Sin embargo, se sentía intrigado no solo por lo que había ocurrido en el matrimonio de Paula, sino por la clase de hombre con el que aquella atractiva e inteligente mujer se había casado. Sin embargo, decidió guardarse para sí esas preguntas. Debía centrarse en los negocios. Aquella era la base de su relación. Y en los negocios, a pesar del título que él tenía más de diez años antes, tenía mucho que aprender de ella.
—Ninguno de los tres directores que ocuparon el puesto antes de tí pensó en implementar mejoras de capital.
—La primera vez que recorrí este lugar, vi mucho potencial. Este lugar es maravilloso. Las vistas del océano… Debería haber estado lleno todo el año, pero incluso tenía habitaciones libres en la temporada alta. Las opiniones en Internet eran muy malas. La gente quiere divertirse. Cuando se van de vacaciones, están dispuestos a pagar por tener lo mejor de lo mejor. Si encima les das la posibilidad de disfrutar de una excelente cocina, no solo reservarán un fin de semana, sino que regresarán y nos recomendarán a sus amigos.
—Tus cambios se han asegurado todo eso. Tal vez no haya leído como debía tus informes ni tus cartas, pero eso lo tenía claro.
—Supongo que las cifras hablan por sí solas.
—Claro que sí —afirmó él—. Los ingresos han subido un doscientos cincuenta por ciento desde hace cinco años.
—Un trescientos por ciento —le corrigió Paula con los ojos llenos de orgullo. No era de extrañar.
El sentimiento de culpabilidad se apoderó de él al recordar que sus planes para el futuro incluían despojarla a ella de su trabajo. Dudaba que alguien de la capacidad de Paula quisiera compartir el trabajo con él cuando Pedro estuviera lo suficientemente capacitado para tomar las riendas. Le ofrecería la opción, por supuesto. Lo más probable era que ella se marchara. Si así ocurría, se aseguraría que recibiera una compensación adecuada.
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