viernes, 4 de octubre de 2024

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 3

¿Vital, saludable, en forma? Nada de lo que había leído o visto anteriormente parecía encajar con el hombre que tenía ante sus ojos.

 

—Iré por la silla de ruedas, señor Alfonso —dijo el hombre que se había bajado del asiento del copiloto.


 —¡No! Iré andando —le espetó él con voz airada.

 

—Pero señor Alfonso… —empezó el conductor.

 

—¡He dicho que iré andando, Luis! —lo interrumpió él—. ¡No soy un maldito inválido!

 

Pedro sacó la pierna izquierda sin demasiado esfuerzo, pero cuando tuvo que hacerlo con la derecha, tuvo que utilizar las dos manos para levantarla. Después, fue descendiendo con mucho cuidado hasta el suelo. Tenía un bastón en una mano y con la otra se agarraba al vehículo. Desgraciadamente, ninguno de aquellos dos apoyos pudo salvarle. Un segundo después de que los dos pies tocaran el suelo, la rodilla derecha se le dobló. El hombre al que él había llamado Lou consiguió agarrarlo antes de que se golpeara contra el suelo. Se escucharon unas airadas exclamaciones de furia. El otro hombre se acercó rápidamente para ayudar, lo mismo que Paula.


 —¿Quién diablos es usted? —le gritó Pedro mientras apartaba la mano que ella le había colocado sobre el brazo.

 

Ella se retiró la capucha del impermeable y le dedicó lo que esperaba que fuera una sonrisa muy profesional. Ciertamente, presentaba el peor aspecto posible para la ocasión. A pesar de la capucha, tenía el cabello mojado y el flequillo del que esperaba deshacerse en pocos meses se le había pegado por completo a la frente. En cuanto al maquillaje, dudaba que el poco que se había aplicado aquella mañana en pestañas y mejillas siguiera existiendo. Iba descalza y tenía las pantorrillas manchadas de arena húmeda. No se podía decir que fuera la imagen profesional que ella había planeado transmitirle cuando lo viera en persona por primera vez.

 

—Soy Paula Chaves. Hemos hablado por teléfono y por correo electrónico en muchas ocasiones a lo largo de los años, señor Alfonso. Soy la directora de Alfonso Haven.

 

La noticia no causó en él una cortés sonrisa, sino un bufido que bordeaba en el desprecio.


 —Por supuesto —dijo él mirándola de arriba abajo—. Me lo imaginé enseguida. 


¿Significaba eso que Pedro Alfonso se había hecho una imagen preconcebida de ella? En realidad, eso no le sorprendía y, para ser justos, ella había hecho lo mismo con él. Sin embargo, el comentario le escoció. Le molestó profundamente que, tan solo con una mirada, él fuera capaz de etiquetarla tanto profesionalmente como, sin duda, personalmente. Paula se aclaró la garganta y se irguió. No era una mujer muy alta. Dado que él estaba algo agachado aún, los colocaba a ambos a la misma altura. Cuando sus miradas se cruzaron, ella ni siquiera parpadeó.

 

—No le esperaba —replicó ella en tono neutro y profesional—. Recibí un correo suyo esta misma mañana en el que me decía que no llegaría hasta pasado mañana.

 

—He cambiado de opinión.

 

—Evidentemente.

 

—Estaba en Charleston de visita… Y ahora estoy aquí. Confío en que eso no suponga ningún problema, señorita Chaves.

 

—En absoluto —le aseguró con una tensa sonrisa—. Solo quería explicarle que sus habitaciones aún no están listas.

 

—¿Y se supone que tengo que esperar aquí hasta que lo estén? —le preguntó con irritación.

 

A pesar de que el pórtico los resguardaba de la lluvia, el viento los mojaba de vez en cuando.

 

—Por supuesto que no —respondió ella. Se dió la vuelta y se dirigió hacia la entrada que conducía al vestíbulo—. Síganme, caballeros —añadió por encima del hombro. 

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