—Si hago que me guarden mi máquina de caminar, ¿Quedaría bastante espacio? La estantería que hay debajo de la ventana se puede quitar también.
Juan frunció el ceño como si estuviera visualizando la habitación sin los objetos que ella había mencionado.
—Sí, creo que con eso servirá.
—Genial. Llamaré al botones.
—No hay necesidad. Luis y yo podemos ocuparnos.
—Está bien —dijo. Entonces, indicó la bolsa que aún seguía encima de la silla de ruedas—. ¿Es eso del señor Alfonso?
—Sí.
—Puedo llevarlo a la habitación principal, si quieres, dado que aún tengo que ir a sacar mis cosas de aseo del cuarto de baño.
—Te lo agradecería —respondió Juan. Se la dió—. Hablando de cosas de aseo, supongo que eso significa que los dos vamos a compartir el cuarto de baño que hay en el pasillo.
Paula tuvo que reprimir un gemido. La invasión de su intimidad era total. Sin embargo, si tenía que compartir el cuarto de baño con alguien, suponía que preferiría hacerlo con el afable Juan en vez de con Pedro. Con el último sería demasiado… íntimo. ¿De dónde había salido ese pensamiento? Forzó una sonrisa y trató de aferrarse al buen humor.
—¿Eres limpio y ordenado?
—Puedo serlo cuando la situación lo requiere.
—Confía en mí si te digo que lo requiere —repuso ella.
—En ese caso, te prometo que haré todo lo que pueda para recordar que tengo que bajar la tapa del retrete.
Paula se echó a reír, pero su alegría se vio interrumpida por un bufido proveniente del salón. Entonces, Pedro les gritó:
—¿Pueden dejar los dos de charlar y terminar lo que están haciendo? Como yo soy el que firma las nóminas, sé que tienen cosas mejores que hacer con su tiempo que flirtear.
¿Flirtear? Paula sintió que se sonrojaba, aunque no fue solo por vergüenza. ¿Cómo podía tener Alfonso la caradura de acusarla de flirtear tan solo por estar unos minutos hablando con un compañero? Y pensar que había empezado a sentir pena por él… Toda compasión se evaporó inmediatamente.
—Lo siento —le dijo Joe en voz muy baja.
Paula asintió, pero se sentía demasiado irritada como para lamentarse. Llevó la bolsa a la habitación principal. Mientras Luis y Juan llevaban la máquina de andar y la estantería al almacén, ella cambió las sábanas de la cama en la que iba a dormir Pedro. Después, recogió sus objetos de aseo y puso toallas limpias. Entonces, satisfecha de que todo estuviera en orden, se dispuso a marcharse.
—¡Ay! El cepillo de dientes.
Abrió el botiquín para sacar el cepillo. Entonces, su mirada recayó en un frasco de ibuprofeno y se le formó una idea en la cabeza. No se pudo resistir. Sacó el lápiz de ojos de la bolsa de maquillaje y, después de anotar su mensaje, sonrió al reflejo de su rostro en el espejo.
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