Tragó saliva y pensó en él tumbado en la cama. Ciertamente, le había mirado antes de salir. Tal vez había mirado un par de segundos más de lo que era cortés. Bien. Se lo había comido con los ojos, lo que ciertamente no era su estilo. Sin embargo, Pedro Alfonso sin camiseta y con pantalones cortos había llamado su atención. Dado que pensaba que él estaba dormido, se había imaginado que no haría ningún daño satisfaciendo su curiosidad. Y vaya si lo había mirado. El accidente había pasado factura a aquel cuerpo. Pedro estaba mucho más delgado, incluso más de lo que parecía vestido. Exactamente, no se podía decir que estuviera en los huesos. Estaba esbelto, fibroso… Fuera como fuera, su cuerpo era muy masculino y ver sus extremidades desnudas, a pesar de las cicatrices, había producido un turbador efecto en su respiración. Trató de recordar el tiempo que había pasado desde que había sentido algo parecido por un hombre. No pudo. En el primer año de matrimonio, las cosas habían pasado de aceptables a francamente malas. Desde ese momento, la relación había sido cada vez más horrible. Todo ello había supuesto cuatro años de su vida desperdiciados. Aún la avergonzaba admitir que se había permitido ser un felpudo durante todo ese tiempo. Después del divorcio, se había sentido demasiado dolida por todo lo ocurrido para volver a pensar en los hombres. Cuando empezó su trabajo en el hotel, se había centrado exclusivamente en su carrera. No había tiempo para los hombres. Sin embargo, mirando a Pedro, había empezado a pensar de otro modo.
—Supongo que me puedo imaginar a quién te refieres — dijo Silvia sacando a Paula de su introspección.
Sea como fuere, una buena directora no se dejaba llevar por los cotilleos, y mucho menos hablar poco respetuosamente del jefe, por lo que Paula sacudió la cabeza y se esforzó en esbozar una sonrisa.
—Simplemente me encuentro muy frustrada con uno de nuestros proveedores —mintió—. No hace más que tratar de subirme los precios que ya hemos acordado.
—¿Proveedor, eh? —le preguntó Silvia. No parecía que la hubiera engañado.
Paula se aclaró la garganta.
—Gracias por dejar que me desahogue. Ahora, te dejaré tranquila.
Eran más de las once de la noche cuando Paula por fin regresó al departamento. Juan estaba sentado en el sofá viendo la televisión. Afortunadamente, Pedro no estaba. Soltó el aire que había estado conteniendo y sonrió al fisioterapeuta.
—Espero que no estuvieras esperando por mí —le dijo. Entonces, hizo un gesto de dolor—. No te he preparado la ropa de cama.
—No importa —replicó Juan—. ¿Todo bien?
—Sí. ¿Por qué me preguntas?
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