—¿La voz de la experiencia?
Ella lo miró durante un instante antes de volver a tomar la palabra.
—Me voy al porche otra vez. Tengo unos correos más que enviar antes de ponerme a trabajar. ¿Vienes?
El cambio de tema dejó muy claro que ella sabía algo sobre lo difícil que era recuperar el terreno después de haber tocado fondo. ¿Su divorcio? Parecía lo más evidente, pero no insistió más.
—¿Puedes prepararme un café?
—Claro. Incluso te lo llevaré fuera —le ofreció ella con una sonrisa que parecía ir más allá de la simple cortesía.
Pedro la siguió. Sus pasos eran lentos y medidos, comparados con el nervio de los de ella. Sin embargo, la vista merecía la pena. Fijó la mirada en el modo en el que se contoneaban las caderas de Paula. Cuando llegaron al salón, él miró hacia el sofá. La cama había desaparecido y todo había regresado a su situación normal.
—¿Está Juan ya en el porche?
—No. Ha salido a correr. Se marchó hace unos cuarenta minutos, por lo que debería tardar poco en volver. Estoy segura que estará encantado de prepararte uno de sus batidos.
—Eso es lo que me temo… —gruñó Pedro.
Paula se detuvo junto a la encimera de granito que separaba la cocina del salón y sirvió los cafés. A continuación, se dirigió hacia la puerta que conducía al porche. Aquella mañana hacía algo más de viento que en otros días. La brisa se le enredaba en el cabello y se lo alborotaba por la cara. Ella se lo apartó después de dejar los cafés sobre una mesa y sentarse. Pedro habría deseado realizar la tarea por ella, poder tocarle el cabello… Seguramente, no lo encontraría pegajoso con laca o gel. Sería suave, sedoso… Se concentró en tomar asiento. Había ido mejorando a lo largo de la semana, pero aún le costaba más esfuerzo del que debería. En cuanto a levantarse, no podía hacerlo a menos que colocara la hamaca junto a la barandilla. Cuando por fin se hubo acomodado, vió que Paula ya estaba trabajando en el ordenador. Había dicho que tenía que escribir unos correos. Pedro dió por sentado que tenían que ver con el trabajo, dado que, por lo que había visto hasta aquel momento, ella trabajaba las veinticuatro horas del día. ¿Qué la empujaba a hacerlo? Aunque agradecía profundamente sus esfuerzos, Pedro no pensaba que resultara particularmente saludable. Estuvo a punto de soltar una carcajada. Como si él tuviera algún derecho de juzgar el estilo de vida de otra persona. Miró la pantalla del ordenador, esperando ver algún tema relacionado con trabajo. Demasiado tarde. El mensaje que ella estaba escribiendo era personal.
—¿Lees siempre la correspondencia de los demás?
—Claro que no. Lo siento. Di por sentado que lo que estabas escribiendo estaba relacionado con el trabajo.
—Tengo una vida —replicó ella desafiándole con la mirada.
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