lunes, 14 de octubre de 2024

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 19

 —Señor Alfonso… —dijo Joe asomando la cabeza por la puerta.

 

Aunque Pedro estaba despierto, mantuvo los ojos cerrados y fingió estar durmiendo. Llevaba dos horas tumbado en la cama pensando y tratando de planear los detalles de su plan B. Un plan que a Paula Chaves no le iba a gustar cuando él se lo dijera por fin. Su abuelo le había legado el hotel con la esperanza de que fuera él quien lo dirigiera, en vez de dedicarse simplemente a firmar cheques y a autorizar mejoras desde las pistas de esquí de Europa. Había llegado el momento de empezar a tomar las decisiones que a su abuelo le habrían parecido correctas.

 

—¿Jefe? —preguntó Juan.

 

Pedro mantuvo los ojos cerrados y la respiración profunda. Esperaba que Juan terminara marchándose y que él pudiera seguir tumbado en silencio. Sin embargo, su fisioterapeuta no estaba solo.

 

—Está profundamente dormido —le dijo Juan a quien lo acompañara—. Entra y toma lo que necesites.

 

—No querría molestarle —afirmó la voz de Paula.


Pedro esperaba que ella no pudiera verlo. Cuando regresó a la habitación, se había quitado la ropa y estaba tumbado sobre la cama, vestido tan solo con un par de pantalones cortos de deporte. Se había puesto una camiseta cuyo eslogan tenía la intención de inspirar al deporte. Dado que solo parecía burlarse de él en su estado, Kellen se la había quitado y la había arrojado al suelo. Nunca antes se había avergonzado de ir sin camiseta, pero en aquellos momentos era tan solo una pálida imitación del hombre que había sido. Sin embargo, prefería que mirara su torso desnudo en vez de fijar la mirada en la telaraña de cicatrices que le recorría la pierna derecha. 


—Tal vez sea mejor que regrese más tarde —susurró ella.

 

—¿Preferirías verlo cuando está despierto? —le preguntó Juan en tono jocoso.

 

Paula se echó a reír. Pedro se sintió muy molesto. No le gustaba ser el centro de sus bromas.

 

—Tienes razón —dijo Paula—. Está bien. Voy a entrar. Trataré de no hacer ruido para no molestarle.

 

—Lo sé —comentó Joe—. Voy a preparar unos batidos de pasto de trigo. Pásate por la cocina cuando termines. Te prepararé uno.


 —¿Batido de pasto de trigo?

 

—Están deliciosos y son muy buenos.

 

—Claro. Me muero de ganas.

 

Pedro sabía que estaba mintiendo. Se escucharon unos pasos. Aguzó el oído y trató de captar algún sonido que le indicara lo que estaba ocurriendo. Oyó que una puerta se abría al otro lado del dormitorio. No sabía si sería el cuarto de baño o el vestidor. Se arriesgó a abrir los ojos. Aún no había atardecido, por lo que pudo ver que Paula estaba en el vestidor con la luz encendida. Estudió su perfil mientras ella se ponía de puntillas y bajaba una cesta de una de las estanterías. Era esbelta y guapa de un modo que le hizo pensar si ella no trataría de no hacer destacar su belleza. Después de recoger lo que fuera que había ido a buscar, se dió la vuelta. Cerró un poco más los ojos y a través de las rendijas, vió que ella apagaba la luz y cerraba suavemente la puerta del vestidor. Entonces, de puntillas, se dirigió hacia la puerta del dormitorio. De repente, se detuvo a los pies de la cama. Si le hubiera mirado al rostro, se habría dado cuenta de que él estaba despierto. Tenía los ojos completamente abiertos. Sin embargo, ella no miraba su rostro ni ninguna parte de su anatomía por encima de la cintura. Estaba mirando la pierna derecha. La rotura había sanado, pero no los daños. La pantorrilla estaba mucho menos desarrollada que la de la otra pierna. Juan decía que se debía a una atrofia muscular, aunque no podía garantizar que los ejercicios continuados pudieran solucionar ese problema. La rodilla tampoco era algo bonito de ver. No se podía hacer nada para solucionar las cicatrices de donde el hueso partido había atravesado la carne ni de las múltiples cirugías que ese hecho había ocasionado. 

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