Cuando la noche fue cerrada, Pedro se dió cuenta de que se había tomado dos copas de vino, pero que el alcohol no le había calmado tanto como la presencia de Paula. Solo quedaba media botella de vino, pero él sabía que no serviría de nada pedirle que se tomara otra copa. El día había llegado a su fin. Antes de que ella pudiera decirlo, él se le adelantó.
—Creo que deberíamos dar la velada por terminada.
—Yo estaba pensando lo mismo —replicó ella mientras se ponía de pie. Le tocó suavemente el hombro—. Ha sido… Ha sido muy agradable.
Ella había cargado la bandeja y había desaparecido en el interior del departamento antes de que él pudiera levantarse, pero, cuando llegó a la puerta, Paula regresó. Él tenía los músculos muy rígidos por haber estado sentado. Además, su falta de actividad en los últimos días no lo ayudaba. Como resultado, la pierna se mostraba poco cooperadora y se negaba a obedecer las órdenes del cerebro. No trató de camuflar su incomodidad o incapacidad.
—A por ello y adelante —murmuró.
Era su nuevo lema. No había tenido intención de decirlo en voz alta. Ella lo oyó y frunció el ceño.
—¿Qué has dicho?
—Me estaba animando —respondió con una media sonrisa—. Recientemente, alguien me dijo algo muy similar.
—Parece una persona muy inteligente —dijo Paula mientras le rodeaba la cintura con un brazo para sostenerle.
Pedro hubiera jurado que el calor que emanaba de aquellos dedos era capaz de abrasarle la piel a través de la tela de los pantalones. Sin embargo, lo que realmente despertó su libido fue el roce del seno contra su costado. Firme, pero suave a la vez. Como ella misma.
—Lo es —le murmuró al oído—. Y ella lo sabe.
Paula era una mujer no muy alta, pero su fuerte personalidad hacía que fuera imposible considerarla delicada. Era el poder que emanaba de ella lo que más atraía a Pedro. El ambiente del apartamento era fresco, pero él se sentía muy acalorado. Ardía de deseo. Necesidades que llevaban mucho tiempo dormidas cobraron vida de repente. ¿Lo sentía ella también? Recordó el beso que habían compartido en el porche hacía poco más de una semana. Se había obligado a olvidarlo, diciéndose que se había imaginado la pasión que había surgido entre ellos. ¿Qué querría una mujer con alguien como él? Sin embargo, ya no era posible escapar de la verdad. Ardía dentro de él, más fuerte, más potente y más apasionada que nunca.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó ella.
—No, no me encuentro bien —respondió.
Cuando Paula lo miraba, se sentía perdido.
—Tal vez lo del vino no ha sido muy buena idea. Vamos a tumbarte.
—Sí, vamos —murmuró él, aunque dudaba que los dos tuvieran la misma idea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario