—Pensaba que te habías marchado.
—Tenía miedo de que te hubieras hecho daño. ¿Estás bien?
Pedro se incorporó y se sentó sobre el suelo, de espaldas a la pared.
—No. No estoy bien, Paula.
—Iré por Juan.
—No. Te necesito a tí.
—Pero tú quieres que me vaya… —susurró.
—¡Nunca! Sé que eso es lo que parece en ese documento, pero hice que lo prepararan hace meses, el día de la desastrosa cita con el especialista de Charleston.
—Querías dirigir el hotel sin mí…
—Si tú no querías quedarte, sí. Cuando mi abuelo me dejó este lugar, su deseo era que yo…
—¿Cuándo ibas a contarme tus planes?
Pedro cerró los ojos.
—No tenía una fecha en mente. Luego… Simplemente se me olvidó.
—Estamos hablando de mi futuro. ¿Cómo pudiste olvidarte de algo tan importante como ese documento?
—Por tí, Paula —confesó él—. Tú hiciste que me olvidara de muchas cosas… También me enseñaste otras muchas…
—¿Como dirigir un hotel?
—No. A creer en mí mismo. A aceptar mi vida como es. A tener nuevos sueños. Así lo he hecho. Sueño un futuro muy diferente, aquí en el resort… Contigo. Te amo, Paula.
Ella se quedó sin palabras.
—Nunca me habías dicho nada —musitó por fin.
—Eso es porque nunca antes había estado enamorado. Nunca antes había sentido lo que siento ahora. Quería estar seguro y ya lo estoy. Sin embargo…
—¿Qué?
—Bueno, tú has estado enamorada antes, tanto que te casaste. Tu ex marido te hizo daño y te hizo dudar de tí misma… Por eso, no creí que confiaras solo en mis palabras. Llevo mucho tiempo tratando de demostrarte lo que siento.
Paula tragó saliva. Pedro tenía razón. Jamás hubiera confiado solo en sus palabras. Sin embargo, los actos no dejan lugar a dudas. Él había estado tratando de mostrarle lo que sentía. ¡Qué diferente era del hombre que había llegado aquel día de tormenta al hotel para poner su vida patas arriba con sus órdenes y exigencias!
—Tú me amas… —susurró ella mientras se sentaba junto a él en el suelo.
—Más cada día —replicó él estrechándola entre sus brazos—. Dime que te quedarás. Quiero que estés conmigo para siempre. Quiero que Alfonso Haven sea nuestro hogar. Lo dirigiremos juntos. No quiero un futuro en el que tú no estés. Dime que no te marcharás.
Paula le enmarcó el rostro entre las manos y le besó las húmedas mejillas. Por fin, las últimas piezas de su roto corazón encajaron y se fundieron, para dejarlo de nuevo entero. Por fin.
—No me marcharé, Pedro. Nunca. Yo también te amo…
Justo antes de que sus bocas se juntaran, Paula susurró:
—Tú eres mi futuro.
FIN