lunes, 11 de noviembre de 2024

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 78

 —Pensaba que te habías marchado.

 

—Tenía miedo de que te hubieras hecho daño. ¿Estás bien?


Pedro se incorporó y se sentó sobre el suelo, de espaldas a la pared.

 

—No. No estoy bien, Paula.

 

—Iré por Juan.

 

—No. Te necesito a tí.


 —Pero tú quieres que me vaya… —susurró.

 

—¡Nunca! Sé que eso es lo que parece en ese documento, pero hice que lo prepararan hace meses, el día de la desastrosa cita con el especialista de Charleston.

 

—Querías dirigir el hotel sin mí…

 

—Si tú no querías quedarte, sí. Cuando mi abuelo me dejó este lugar, su deseo era que yo…

 

—¿Cuándo ibas a contarme tus planes?

 

Pedro cerró los ojos.

 

—No tenía una fecha en mente. Luego… Simplemente se me olvidó.

 

—Estamos hablando de mi futuro. ¿Cómo pudiste olvidarte de algo tan importante como ese documento?

 

—Por tí, Paula —confesó él—. Tú hiciste que me olvidara de muchas cosas… También me enseñaste otras muchas…

 

—¿Como dirigir un hotel?


 —No. A creer en mí mismo. A aceptar mi vida como es. A tener nuevos sueños. Así lo he hecho. Sueño un futuro muy diferente, aquí en el resort… Contigo. Te amo, Paula.


Ella se quedó sin palabras.

 

—Nunca me habías dicho nada —musitó por fin.

 

—Eso es porque nunca antes había estado enamorado. Nunca antes había sentido lo que siento ahora. Quería estar seguro y ya lo estoy. Sin embargo…


 —¿Qué?

 

—Bueno, tú has estado enamorada antes, tanto que te casaste. Tu ex marido te hizo daño y te hizo dudar de tí misma… Por eso, no creí que confiaras solo en mis palabras. Llevo mucho tiempo tratando de demostrarte lo que siento.


Paula tragó saliva. Pedro tenía razón. Jamás hubiera confiado solo en sus palabras. Sin embargo, los actos no dejan lugar a dudas. Él había estado tratando de mostrarle lo que sentía. ¡Qué diferente era del hombre que había llegado aquel día de tormenta al hotel para poner su vida patas arriba con sus órdenes y exigencias!


 —Tú me amas… —susurró ella mientras se sentaba junto a él en el suelo.


 —Más cada día —replicó él estrechándola entre sus brazos—. Dime que te quedarás. Quiero que estés conmigo para siempre. Quiero que Alfonso Haven sea nuestro hogar. Lo dirigiremos juntos. No quiero un futuro en el que tú no estés. Dime que no te marcharás.


Paula le enmarcó el rostro entre las manos y le besó las húmedas mejillas. Por fin, las últimas piezas de su roto corazón encajaron y se fundieron, para dejarlo de nuevo entero. Por fin.


 —No me marcharé, Pedro. Nunca. Yo también te amo… 


Justo antes de que sus bocas se juntaran, Paula susurró:


 —Tú eres mi futuro. 







FIN

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 77

¿Era eso prueba de que no sabía de lo que ella le estaba hablando o más bien de que era como David, un mentiroso y un manipulador de primera clase? De repente, palideció. Paula creyó encontrar en aquella reacción su respuesta.

 

—¿De dónde has sacado eso?

 

—Estaba en la mesilla de noche. Espero que me perdones por haberlo abierto, pero, después de todo, el sobre estaba dirigido a mí.

 

—Paula, eso no es lo que parece…

 

—Pues a mí me parece una carta de despido. ¿Vas a decirme que estoy equivocada?

 

Pedro entró cojeando en la habitación. Dejó la bandeja sobre la cama donde aquella misma mañana habían hecho el amor.


 —No. No estás equivocada. Eso es precisamente lo que es. Cuando volví, mi primer pensamiento era hacerme cargo del negocio. No creí que quisieras quedarte cuando tus obligaciones se vieran reducidas, aunque pensaba pedírtelo.

 

—¡Qué amable de tu parte por darme la opción!

 

—Sé que no suena bien, pero ahora las cosas han cambiado. Hice que redactaran ese documento hace meses, mucho antes de que tú y yo…

 

—Nos acostáramos.


 —No lo digas así, por favor…


 —¿Y cómo debería decirlo, Pedro? Eso es lo que ha sido. Sexo. Con mi jefe.

 

—Has sido más que eso. ¡Es más que eso!

 

—Me has mentido. ¿Acaso vas a negarlo?

 

—Si mentí a alguien, fue a mí mismo, Paula. Cuando nuestra relación comenzó a cambiar, no confiaba en lo que sentía por tí.


Paula no quería escucharle. No quería creerle.

 

—Todo se reduce a una cosa, Pedro. Cuando te hubieras divertido lo suficiente, ibas a echarme de aquí —susurró ella. La vista se le nubló al estudiar el documento—. Por cierto, eres muy generoso. Se me ha compensado muy bien por mis… Servicios.


De repente, sintió náuseas. Toda la belleza que había encontrado en los momentos en los que hacían el amor se convirtió en algo sórdido. Se sentía utilizada. Estúpida. A pesar de que se había aconsejado a sí misma mantener una relación casual con Pedro, se había enamorado de él. Salió corriendo de la habitación. No podía quedarse allí. No podía soportar más mentiras. Estaba ya en la puerta del departamento, con la mano sobre el pomo de la puerta, cuando oyó un fuerte golpe seguido de una maldición. Fueron los sollozos que escuchó a continuación lo que le impidió abrir la puerta y marcharse. Regresó de puntillas al dormitorio. Vió que Pedro estaba tumbado boca abajo sobre el suelo. No trataba de levantarse. Tenía el rostro oculto entre los brazos. Estaba llorando.

 

—Pedro…

 

Él levantó el rostro. Tenía las mejillas mojadas y los ojos enrojecidos.

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 76

Solo quedaba una semana para que terminara oficialmente la temporada de verano. La isla se quedaría mucho más tranquila y la vida sería más normal hasta que empezaran a llegar los jubilados en noviembre, ansiosos por dejar atrás el duro y frío clima del norte durante unas pocas semanas e incluso meses. Paula iba a agradecer ese periodo de descanso. Estaba deseando disponer de más tiempo con Pedro para poder hacer lo que los dos quisieran. Las últimas dos semanas habían sido un revuelo de momentos robados durante el día y de pasión desenfrenada por las noches. La profundidad de sus sentimientos la sorprendía. No había sido su intención enamorarse de su jefe, pero así había sido. El sentimiento la aterraba, pero no podía negar que era muy feliz. Y, aunque él no lo había dicho, estaba segura de que él sentía lo mismo. Caricias, miradas, expresiones… Todo era perfecto. Cuando hacían el amor, era una unión de almas y de cuerpos. Sonrió tumbada en la cama que había sido suya, luego de Pedro y de ambos en aquellos momentos. Los dos la compartían desde la noche de la cena en Charleston. Eran solo las seis, pero él ya estaba levantado. Le había dicho que le esperara en la cama porque regresaría a los pocos minutos con una sorpresa.

 

—¿Qué es lo que te está llevando tanto tiempo? — preguntó ella impaciente.


 —La perfección lleva su tiempo —replicó él desde el pasillo.

 

—No necesito perfección. ¡Lo único que necesito y deseo eres tú! 


Abrió los brazos de par en par al exclamar aquellas palabras. Sin querer, golpeó las rosas que él le había regalado hacía unos días. Las flores y el jarrón cayeron al suelo. El agua mojó la alfombra antes de empapar también el suelo. Rápidamente, abrió el cajón de la mesilla de noche, donde ella siempre había guardado una caja de pañuelos de papel. Agarró un puñado y secó todo lo que pudo. Después, se levantó con la intención de tirarlo todo a la basura, pero un sobre captó su atención. Tenía su nombre impreso en el exterior. Ella no lo había puesto allí, así que tenía que pertenecer a Pedro. Sin poder contenerse, lo sacó del cajón y lo abrió. Sacó un documento de su interior que la dejó muda de incredulidad. Sintió que se le rompía el corazón. No podía ser cierto, pero estaba allí, escrito sin dejar duda alguna. Él planeaba despedirla.


A los pocos minutos, Pedro regresó a la habitación.

 

—¡Sorpresa! ¡Hoy tomaremos el desayuno en la cama!

 

Llevaba una bandeja repleta de deliciosas viandas en las manos y se sujetaba sin la ayuda del bastón. Desgraciadamente, Paula solo podía pensar en el terrible vacío que sentía en el pecho.

 

—¿Cuándo me ibas a hablar de esta sorpresa? —le espetó fríamente mientras le mostraba el documento.

 

Pedro parpadeó un instante, como si no comprendiera. 

viernes, 8 de noviembre de 2024

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 75

Juan estaba sentado en el salón cuando los dos salieron cuarenta minutos más tarde de la habitación de Paula. Lou estaba a su lado. Los dos estaban viendo un partido de béisbol en la televisión. Aparte de saludarlos cuando los dos entraron en el salón, ninguno de los dos hizo comentario alguno. Ella miró la arrugada ropa de Pedro y sonrió con satisfacción. Sabía que tenía que resultar evidente lo que los dos habían estado haciendo. Quería sentirse avergonzada. No era propio de ella comportarse de aquel modo, pero no le importaba lo que nadie pudiera pensar. Y tampoco podía dejar de sonreír.


 —Si sigues sonriendo de ese modo, cielo, todo el mundo sabrá lo que hemos estado haciendo —le susurró Pedro.


 —Sí, y sentirán envidia. Mucha envidia.


Luis se puso de pie.

 

—¿Listo para marcharse, jefe?

 

—Sí.


 —Traeré el coche a la puerta principal —les dijo Luis.


Juan se puso de pie y se sacó un trozo de papel del bolsillo.

 

—Me he tomado la libertad de llamar al restaurante y he anotado las opciones más saludables del menú. Yo tomaría pescado —le dijo mientras le entregaba el papel a Pedro—. El salmón a la plancha parece lo más adecuado, pero por supuesto sin ningún tipo de salsa.

 

—¿Salmón? Pero si la especialidad de ese restaurante es la carne — protestó Pedro.


 —Ya sabe lo que pienso de la carne, en especial de la roja. ¿Y no está usted más saludable y más fuerte siguiendo mi régimen?

 

—Cierto.

 

Juan asintió, como si el asunto hubiera quedado resuelto.


—Por supuesto, patata asada en vez de frita y cuidado con el aliño de la ensalada. Sugiero que pida vinagre y aceite de oliva, aunque poco aceite.


 —Pescado, sin salsa. Ensalada, sin aliño. Patatas asadas. Me muero de ganas de empezar a cenar —musitó Pedro.


Se metió el papel en el bolsillo del pantalón, donde Paula estaba segura de que permanecería el resto de la velada.



Llegaron un poco tarde al restaurante, pero una propina de cincuenta dólares solucionó el problema con el maître. Los acompañaron a la tercera planta del restaurante, reservada para los clientes de más importancia. Paula jamás había cenado allí. Tras examinar el menú, decidió que no era de extrañar. Los precios estaban fuera de su presupuesto. En cuanto se sentaron, un camarero les llevó dos copas de champán y les dejó una botella de Dom en un cubo de hielo.

 

—¿Les sirvo? —le preguntó a Pedro.

 

—Por favor.


Paula comprendió que aquel era el estilo de Pedro. Por muy deslumbrada que se sintiera, también sabía que representaba un mundo del que ella conocía muy poco. Un mundo al que él regresaría en algún momento de un futuro no muy lejano. El pensamiento amenazó con estropear la velada, por lo que lo apartó sin miramientos. Cuando volvieron a estar solos, Pedro dijo:

 

—Esta noche tenía planes para deslumbrarte. Una cena estupenda, tal vez incluso un poco de baile…


 —¿De verdad? —dijo ella muy sorprendida, en especial por lo último.


 —De verdad. Sin embargo, soy yo el deslumbrado. Por tí.

 

Paula brindó con él.

 

—Yo diría que nos hemos deslumbrado mutuamente.


Regresaron a la isla en uno de los últimos ferris. Luis tenía la radio puesta mientras que Paula estaba acurrucada contra Pedro en el asiento trasero. Cuando descendieron del barco, ella comprendió que la noche estaba acabando. Juan estaba ya dormido en el sofá cuando entraron en el apartamento. Paula se detuvo junto a la puerta de su dormitorio.


 —Supongo que ahora es cuando nos despedimos.


 —¿Y tiene que ser así? —preguntó él.


Aquello era precisamente lo que Paula había estado esperando escuchar. Tomó la mano que él le ofrecía y juntos caminaron por el pasillo hasta el dormitorio principal. Tras atravesar el umbral ella supo que, aquella noche, había cambiado algo más que la manera en la que iban a dormir a partir de entonces. 

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 74

Los planes para aquella noche se olvidaron en el instante en el que se unieron sus labios. Pedro podría haber encontrado algo de fuerza de voluntad si Paula no le hubiera agarrado por la corbata y le hubiera hecho entrar en el dormitorio un poco más, lo suficiente para, sin dejar de besarlo, poder cerrar la puerta de una patada. El sonido del pestillo al cerrarse desató sus pasiones. Una enorme ola de necesidad contenida se apoderó de ellos. No hizo falta hablar. Ella retrocedió hasta el futón tirando al mismo tiempo de la corbata de Pedro. Él se dejó llevar. Oyó que el bastón se le caía al suelo, pero no le importó porque por fin pudo estrechar la cintura de Paula. No obstante, dejó que ella tuviera el control de la situación. Paula soltó la corbata, pero tan solo para deshacer el nudo. Se la sacó de debajo del cuello con un ademán de triunfo. A continuación, hizo lo mismo con la camisa, aunque en esta ocasión se la fue desabrochando con desquiciante lentitud. Pedro habría arrancado los botones. Cuando ella terminó por fin, el calor de sus manos le abrasó la piel cuando las extendió sobre el torso para despojarle de la camisa. Después, deslizó las yemas sobre la piel y le acarició suavemente los hombros al tiempo que le besaba el torso y luego bajaba lentamente hacia uno de los pezones. Lo lamió por completo antes de mirarlo de nuevo a los ojos.

 

—¿Cómo estás?

 

—A punto de arder —respondió él.

 

—Me refería a la pierna. Llevas ya unos minutos de pie sin la ayuda del bastón.

 

—Bien, pero no me importaría tumbarme —comentó él con una sonrisa.

 

—Primero hay que quitarte los pantalones…

 

—¿Y tú? —susurró Pedro mientras le acariciaba suavemente el vestido.

 

—Ya nos centraremos en mí dentro de un momento. Ahora, te toca desnudarte a tí. ¿Algún problema?


 —En absoluto.

 

—Bien.


Le agarró el cinturón para quitárselo. Paula jamás había sido tan lanzada. Tenía poca práctica en el mundo de la seducción. Aparte de con David, solo había tenido relación íntima con otro hombre, un muchacho en realidad, dado que había ocurrido después del baile de graduación del instituto. Todas sus experiencias con el sexo habían resultado muy desilusionantes. Estaba segura de que eso iba a terminar. Pedro era un hombre hecho y derecho y la deseaba, a juzgar por la potente erección que se le adivinaba en la bragueta. Al contrario que David, él le estaba permitiendo que llevara la iniciativa y pensaba disfrutar de cada segundo. Ella le bajó los pantalones y se sentó en el futón para poder ayudarlo a quitárselos. Al igual que la camisa, los dejó sobre el suelo. Entonces, se dispuso a quitarse el vestido. Las manos de Pedro encontraron rápidamente la cremallera que tenía en la espalda. Ella se puso de pie para poder facilitarle la tarea. Un instante después, los dos estaban desnudos, con la respiración agitada. Los cuerpos de ambos se apretaban con fuerza, tratando de unirse más aún.


 —Creo que es mejor que no sigas de pie —le dijo ella, entre jadeos.


 —Yo también lo creo.


Juntos, se tumbaron sobre el futón. 

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 73

Paula estaba en el umbral, muy hermosa con un delicado vestido de seda que le ceñía perfectamente las curvas. Además, llevaba zapatos de tacón, porque la boca de ella le quedaba por la barbilla. Sintió que el corazón le daba un vuelco en el pecho, como le solía pasar cuando estaba en lo alto de una pista de esquí esperando a lanzarse por ella.  Aquello era mejor y, al mismo tiempo, más aterrador. Las cosas estaban cambiando entre ellos. Él estaba cambiando.

 

—Estás maravillosa…

 

—Gracias. Tú tampoco estás mal —dijo ella. 


Pedro llevaba unos pantalones de vestir, con camisa, corbata y americana.

 

—Se me había olvidado lo que era ponerse algo que no fueran pantalones de chándal y camisetas. Por suerte, aún recuerdo cómo se hace el nudo de una corbata.


 —Recuerdo haberme preguntado dónde te ibas a poner toda la ropa que Luis te colgó en el armario el día que llegaste.

 

—No sé por qué me la traje. Supongo que es costumbre, pero ahora me alegro de haberlo hecho. Así tengo algo adecuado que ponerme para llevarte a cenar.

 

—A mí no me importaría que fueras en chándal y me llevaras a tomar una pizza a la playa —comentó ella.

 

—Esta noche, tengo en mente algo mucho mejor que la pizza.


Pedro dió un paso al frente y entró en el dormitorio de Paula. A espaldas de ella, el futón estaba plegado, pero él se la podía imaginar fácilmente tumbada sobre él, con la gloriosa melena negra extendida por la almohada. Por las noches, tan solo los separaba una pared. Durante muchas noches, ese pensamiento le había impedido dormir, turbándole con fantasías en las que aparecían los dos… Por fin. Aparte de besos robados y de paseos por la playa, su relación había sido muy casta. Se maravillaba de su contención, pero había preferido proceder con cautela. Paula no era una mujer cualquiera. Todo en ella era diferente… Especial.

 

—Te deseo… No recuerdo haber deseado nunca tanto a nadie…

 

—Yo siento lo mismo.


Pedro esperó que ella añadiera un pero, dada la conversación que habían tenido en la playa, en la que ella le había dejado claro que no quería ningún tipo de relación. A pesar de todo, era una mujer maravillosa. Tenía planes para aquella noche. Una suntuosa cena en uno de los restaurantes más solicitados de la ciudad. Un brindis con champán que marcara el inicio de lo que esperaba sería una larga relación. A pesar de lo que había averiguado sobre Brigit en los dos últimos meses, sabía que había mucho más. Quería saberlo todo. Dudaba que se aburriera incluso entonces. A sus treinta y seis años, por fin había madurado. Después de la cena, había planeado un largo paseo por la playa para que pudieran estar los dos solos. Se llevaría una manta, la extendería en la arena y se sentaría a su lado para contar las estrellas. Luego, tal vez…

 

—Tenemos… Reservas —consiguió decir Pedro.

 

—¿Sí? Yo no tengo ninguna.

 

—¿No?

 

—Ninguna…

 

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 72

A Paula casi se le había olvidado lo que era vestirse para una cita. Se había decidido por un vestido y zapatos de tacón. Los dos tenían ya varias temporadas, por lo que esperaba que no parecieran demasiado pasados de moda. Era lo único que tenía aparte de un traje azul marino y unos zapatos planos de punta redondeada.  Su hermana la llamó justo cuando se estaba mirando en el espejo de su habitación.

 

—Ahora no puedo hablar —le dijo.

 

—Es sábado por la noche, Paula. Tienes que relajarte un poco y dejar de trabajar de vez en cuando. Que se ocupe tu jefe. Haz que razone.


Paula no había dado muchos detalles de su relación con Pedro, en parte porque no estaba segura de adónde se dirigía y en parte porque temía lo que su familia pudiera pensar, sobre todo teniendo en cuenta la imagen pública que él había tenido hasta entonces. A pesar de todo, valoraba la opinión de su hermana y necesitaba consejo.

 

—Esta noche tengo una cita con Pedro.

 

—¿Cómo has dicho? Repítemelo, por favor.

 

—Pedro y yo vamos a ir a Charleston a cenar. Me estoy preparando ahora mismo.

 

—¿Se trata de una cita?

 

—Sí —dijo ella, mientras miraba el sencillo vestido azul celeste y las sandalias—. Me he puesto el vestido que llevé al bautizo de Valentín. No tengo otra cosa. ¿Crees que aún está bien?


 —Ese vestido no pasa de moda. Y el color te sienta muy bien. Hace que destaquen tus ojos.

 

—Gracias. 


—¿Estás nerviosa?

 

—Un poco… Es una cita y hace mucho que no tengo una…


 —Todo saldrá bien. Relájate y diviértete. Supongo que estoy un poco sorprendida —admitió Delfina.

 

—Pedro y yo hemos pasado mucho tiempo juntos, por lo que no resulta tan inesperado.


 —Sin embargo, no me habías dicho ni una palabra incluso cuando te pregunté por él.

 

—Lo sé y lo siento. Solo quería reservarme todo esto un poco más. No estoy segura de lo que siento, ni de lo que siente él, y no estaba preparada para analizarlos.

 

—¿Y ahora sí?


Se miró en el espejo. Iba más maquillada que de costumbre y se había dejado el cabello suelto. No. No estaba lista.


 —Bueno, no estoy buscando un cuento de hadas… Tan solo busco un poco de… Diversión.


 —Eso no me resulta propio de tí.

 

—Bueno, ocurra lo que ocurra entre Pedro y yo, no voy a convertirlo en una historia romántica.

 

—¿Qué quieres decir con eso?

 

—Bueno, sé que no me llevará al altar. Además, ni siquiera estoy segura de que quiera que sea allí donde termine.

 

—Cielo… No dejes que la experiencia con David te haga aborrecer el matrimonio.


Paula oyó pasos en el pasillo, acompañados del repiqueteo de un bastón. Pedro iba a recogerla para su cita. La excitación, aunque no del todo sexual, se apoderó de ella.


 —Lo siento —le dijo a su hermana—, pero voy a tener que dejarte. Ya hablaremos en otra ocasión.

 

—¿Me lo prometes?

 

—Sí.


Cuando Paula abrió la puerta, y a pesar de que le había dicho a su hermana que no buscaba una historia romántica con Pedro, le bastó una mirada a su hermoso rostro y a su elegante apostura para sentirse completamente perdida.

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 71

Llevaba varias semanas esforzándose al máximo y siguiendo los consejos de Juan al pie de la letra. En consecuencia, su fortaleza y agilidad eran mucho mayores, pero lo mejor era que ya no le dolía tanto la pierna. Aún necesitaba un bastón para moverse, pero no se quejaba. Más que la transformación física, lo más importante era la emocional. Parecía en paz con su situación, pero a pesar de todo trataba de mejorarla. Parecía haber encontrado un propósito para su vida. Además, se había esforzado mucho por conocer a todos sus empleados. No le había costado mucho ganarse a Silvia y, por supuesto, se había ganado por completo a Paula, a pesar de que ella le había dicho completamente en serio que no estaba buscando una relación.  Sin embargo, aunque no estuviera buscando una relación, ¿Cómo podía ella evitar enamorarse de un hombre que apreciaba su fuerza, que la consideraba atractiva? Desgraciadamente, lo que el futuro les reservaba a ambos no estaba muy claro. Pedro estaba curándose, fortaleciéndose día a día. Cuando llegó, ella ansiaba el día en el que él volviera a marcharse. ¿Y después de dos meses? Se alegraba de que él hubiera mejorado tanto, pero una parte de ella no podía evitar preguntarse qué ocurriría cuando él se hubiera recuperado lo suficiente. Adoraba la isla y parecía estar tan vinculado con ella como la propia Paula. ¿Significaba eso que se quedaría? Si lo hacía, ¿Cómo sería la relación entre ambos?

 

—Es muy bonito. Tienes buen ojo.


Paula levantó la mirada y se encontró con Pedro junto a la puerta. No lo había oído llegar, otro ejemplo de lo mucho que él había mejorado. Seguía cojeando, pero ya no iba arrastrando tanto el pie.

 

—Gracias.

 

—¿Dónde lo vas a poner?

 

—No lo he decidido aún. Supongo que en alguna de las habitaciones.

 

—Tal vez debería pagarte honorarios por decorar el hotel —comentó él con una sonrisa.


Tenía el rostro bronceado por el tiempo que pasaba al aire libre y ya no tenía un gesto de dolor en los labios. A pesar de tener el cabello muy largo, resultaba muy guapo. No se lo había cortado desde su llegada y las puntas le llegaban hasta el cuello de la camiseta. Le daba un aspecto peligroso.

 

—Me conformo con una cena. ¿Esta noche? —bromeó ella.

 

Cenaban a menudo en el comedor del hotel.

 

—En realidad, sí. Me gustaría llevarte a Charleston para cenar.


 —¿A Charleston?

 

—Sí. A menos que prefieras otro lugar. Donde quieras, pero no puedes decir que no. Esto no está relacionado con el trabajo, Paula. Te estoy pidiendo que salgas conmigo. Es una cita.


Paula sintió que el corazón le daba un vuelco en el pecho. Sintió miedo. Algo había estado formándose entre ellos desde el primer beso, pero había resultado más fácil dejar al margen los sentimientos en el marco de una relación profesional. Pasaban mucho tiempo juntos. En aquellos momentos, él le estaba dejando claro que quería algo más. Como empleada suya, debía declinar la oferta. Salir con el jefe jamás había sido buena idea. Sin embargo, también era una mujer. Una mujer a la que Pedro le parecía muy atractivo y con el que disfrutaba mucho.


 —Me encantaría. 

miércoles, 6 de noviembre de 2024

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 70

 —No viene tanto como solía hacerlo, pero sí. Cuando empecé a trabajar, se presentaba una o dos veces al mes. Ahora, tal vez es una vez a la temporada.


 —Y eso que tienes la orden de alejamiento —murmuró Pedro.

 

—David la cumple. No puede acercarse a unos doscientos metros del hotel. Se limita a sentarse en la playa observando el hotel con los prismáticos —comentó ella encogiéndose de hombros.

 

—No me gusta…

 

—A mí tampoco, pero dado que no incumple la orden, no se puede hacer nada.


Pedro no estaba de acuerdo. A veces, un maltratador tenía que verse maltratado por otra persona para comprender lo que hacer. Tal vez él no resultara muy amenazador, pero Lou sí. Tal vez le pediría a su chófer que tuviera una charla con el ex marido de Paula la próxima vez que apareciera por la isla.

 

—Bueno —dijo ella con un suspiro—, esa es mi historia. ¿Te arrepientes de haberla escuchado?


 —Por supuesto que no —replicó. Normalmente evitaba que las mujeres le contaran la historia de sus vidas, pero no era así en el caso de Paula—. Si hay algo que sienta es todo por lo que has tenido que pasar.


Pedro comprendió que los dos habían sufrido unas heridas tremendas, aunque de modos muy diferentes. Las de ella eran mentales y las de él físicas.

 

—¿Listo para regresar? —preguntó ella.

 

Pedro estaba cansado, pero la fortaleza de Paula le había inspirado. Ella podría haberse rendido al encontrarse con tanta adversidad. Podría haberse escondido y haber vivido oculta para evitar que la acosaran. No había hecho ninguna de las dos cosas.

 

—Todavía no. Sigamos un poco más.


Más que nunca, sentía que tenía algo que demostrar. A ambos. 



Paula estaba sentada al escritorio de su pequeño despacho. Había dejado el papeleo inherente a su trabajo para dedicarse a algo más relajante: Un proyecto de artesanía con las caracolas que había ido recogiendo. Añadió la primera capa a la parte inferior de un jarrón que había comprado. Pensaba ir alternando capas de caracolas con guijarros azulados. Media hora más tarde, cuando terminó su obra, la estudió con satisfacción. El jarrón, las caracolas y los guijarros se habían convertido en algo muy atractivo e interesante. En cuanto a las transformaciones, la más interesante había sido la de Pedro. Habían pasado ya dos meses desde su llegada. Era el mes de agosto y el calor en el exterior era prácticamente insoportable, pero no había utilizado las altas temperaturas como excusa para frenar su rehabilitación. Salía todas las noches a caminar por la playa con ella a pesar de las maratonianas sesiones de fisioterapia a las que le sometía Juan.

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 69

 —Sin embargo, conseguiste salir.

 

—Tardé cuatro años en hacerlo, pero sí. Mi cuñado ya había muerto en la guerra y mi hermana me necesitaba. Me quedé con Delfi y con Valentín hasta que terminó el proceso de divorcio. Entonces… Entonces me vine aquí.


Paula sonrió, pero Pedro seguía preguntándose por la cronología. Ella parecía haberse dejado muchas partes. En particular, le resultaba extraño que ella se hubiera marchado de Pensilvania para mudarse a una remota isla de la costa de Carolina del Sur. Se lo dijo. Ella asintió, pero no respondió inmediatamente. Estuvieron caminando en silencio unos minutos hasta que, por fin, ella estuvo preparada.


 —No podía quedarme en mi lugar de nacimiento.

 

—Demasiados malos recuerdos, supongo…

 

—Sí, pero también buenos, dado que allí fue donde me crie. Esa no fue la razón por la que me marché. Incluso después de que se firmaran los papeles del divorcio y nuestro matrimonio estuviera anulado oficialmente, David seguía tratando de controlarme. Empezó suplicándome que regresara. Me dijo que lo había malinterpretado todo. Que si era culpable de algo era de quererme demasiado. Quería otra oportunidad para demostrarme que había cambiado. Yo solo quería seguir con mi vida. Se presentaba en todos los sitios a los que yo iba. En la tintorería, en el dentista… Empezó a presentarse en la casa de mi madre sin avisar para llevarle flores y fingir que le preocupaba mi bienestar. En aquel momento, ella sabía ya lo suficiente para ver que estaba mintiendo, pero el resto del pueblo… Scott utilizaba todos los argumentos que podía para manipularme y, cuando no le funcionaba nada, empezó a manipular a la opinión pública.

 

—¿Qué quieres decir?

 

—Empezaron a correr rumores por la ciudad de que yo tenía una aventura y que esa era la razón de que lo hubiera dejado. Me retrató como una mujer fría e interesada. Incluso trató de que todo el mundo me viera como poco patriota.

 

—¿Cómo?

 

—Porque él era veterano. Los manipuló de todas las maneras posibles, y aún sigue haciéndolo.

 

—Parece que podrías escribir un libro… Sin embargo, sobreviviste y, por lo que veo, ahora eres más fuerte que nunca.

 

—Es verdad —dijo ella orgullosa.

 

—¿Y sabe tu ex marido dónde encontrarte?

 

—No me he ocultado —replicó ella—. Tuve que marcharme de mi ciudad natal, pero no pienso consentir que él me convierta en una especie de reclusa. Además, jamás recurrió al maltrato físico.


Pedro asintió, a pesar de que pensaba que solo un pequeño salto separaba a alguien tan controlador como Scott de convertirse en un maltratador.

 

—¿Has pensado en pedir una orden de alejamiento?

 

—Ya la tengo. No soy idiota. Mi madre y mi hermana también las tienen.

 

—Muy bien.

 

—Aún se encuentran con él de vez en cuando, pero al menos ha dejado de presentarse en sus casas. Le he dado su foto a todas las líneas de ferry. Me avisan cuando viene hacia aquí.

 

—Espera un momento… ¿Has dicho cuándo? ¿Ha estado aquí? 

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 68

 —¿Qué ocurrió?

 

—Yo me he preguntado lo mismo un millón de veces — admitió paula—. ¿Cómo fue posible que no me diera cuenta de lo que se me venía encima? Lo único que sé es que el muchacho solícito con el que salí y el hombre controlador con el que me casé eran como el doctor Jekyll y el señor Hyde.

 

—¿Te… Te hizo daño?


 —¿Físicamente? No. Es decir, me agarró por los hombros unas cuantas veces y me zarandeó, pero jamás me pegó ni nada por el estilo. Sin embargo, emocionalmente…


Paula tardó en seguir. En ese tiempo, Pedro sintió que la sangre que se le helaba.


 —Todo en nuestra casa tenía que ser como él quería. Las latas perfectamente alineadas, pero sin tocarse. Las toallas dobladas de un modo específico. Todo lo que se metía en el lavavajillas tenía que enjuagarse escrupulosamente. La más pequeña mancha de comida me suponía un buen sermón. Sé lo que estás pensando…


 —Lo dudo.

 

—¿Qué tiene de malo todo esto? Sin embargo, después de un tiempo, sus palabras eran como gotas de agua sobre la piedra. Me iban dejando mella. Empecé a dudar de mí misma. Ese comportamiento obsesivo resultaba enojoso, pero entonces empezó a ser paranoico. Me quitó el móvil y yo tenía que pedirle permiso para utilizar el teléfono fijo. Me decía que era por mi bien. Me decía que yo era demasiado inocente. Que no veía los verdaderos motivos de la gente… En realidad, en eso tenía razón. No vi cómo era él hasta que estuvimos legalmente casados.

 

Pedro no era un experto en matrimonios, pero lo que Paula estaba describiendo era una condena, no un matrimonio. Su ex marido era un carcelero.

 

—Nada de eso fue culpa tuya.


—Lo sé. Ahora.

 

—Sin embargo, en su momento no estabas tan segura, ¿Verdad?

 

—No. Yo me culpaba por lo que estaba ocurriendo. Las gotas de agua, ya sabes… Cuando David se enfadaba o se disgustaba, siempre era por algo que yo había hecho o que no había hecho.


 —Lo que hizo que su mal humor se convirtiera en tu problema.

 

—No lo hagas —dijo ella de repente.

 

—¿El qué?

 

—Compararte con él. No te pareces en nada.

 

—Te lo agradezco, créeme, pero sé que puedo resultar un completo idiota.


 —Por supuesto —afirmó ella, en tono de broma—, pero no te pareces en nada a David. Tú nunca has utilizado la guerra psicológica contra mí o contra los que te rodean. Esa era su táctica. Me culpaba por su mal humor tan a menudo que me lo empecé a creer. Scott era un maestro en conseguir que yo me sintiera inútil y, sobre todo, inadecuada.


Eso era algo que Pedro no había hecho nunca. Jamás había hecho que los que le rodeaban se sintieran inferiores.


 —¿Y qué decía tu familia?


 —Nada porque no lo sabían.

 

—¿No hablaste con ellos? —preguntó él muy sorprendido.

 

—No. ¿Cómo le podía contar a mi madre que tenía razón sobre David cuando ella no hacía más que decirme lo mucho que se alegraba de que yo no la hubiera escuchado? Cuando estaba mi madre, él se comportaba perfectamente, al igual que con mi hermana y mi cuñado. Yo era la única que veía al verdadero David. Y me tenía medio convencida de que yo era realmente así. 

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 67

 —¿Y estaba equivocada?

 

—No. En absoluto —admitió él, aunque le resultó difícil hacerlo con la mujer por la que estaba empezando a desarrollar unos sentimientos muy serios—. No estoy orgulloso, pero yo era todas esas cosas y muchas más.


 —Era —dijo ella—. Me gusta el sonido de esa palabra.


—¿De verdad?

 

—Sí.

 

—A mí también me gusta. He cambiado, Paula. Quiero asegurarme de que lo sepas. Es muy importante para mí.

 

—¿Por qué? ¿Por qué es tan importante? —le preguntó ella mientras lo examinaba con sus hermosos ojos azules.

 

—Es que… Tu opinión me importa mucho. Jamás he conocido a nadie como tú.

 

—Me siento… Halagada. 


Pedro sintió que el alma se le caía a los pies. Aquello no era exactamente lo que había esperado escuchar. Bajó la cabeza.

 

—¿Eso es todo? Podría haber jurado que, el otro día sentías… Algo más.

 

—Eres mi jefe, Pedro. Trabajo para tí.

 

—¿Y si no fuera así? Dime que no te sientes atraída por mí.

 

Ella lanzó una risa ahogada.

 

—Sabes que sí lo estoy.

 

—¿Pero?

 

—Pero no estoy buscando una relación.

 

—Tu ex te hizo mucho daño…

 

—Sí —admitió ella.

 

—¿Quieres hablar al respecto? Tal vez yo esté tan sorprendido como tú, pero en las últimas semanas he aprendido a escuchar.

 

—No se trata de algo que me guste recordar, y mucho menos hablar al respecto.


 —Lo entiendo. No pasa nada.


Pedro se sentía muy desilusionado. Los retazos de información que ella le había dado sobre su ex eran tan escasos que hacían que él sintiera más curiosidad. Sin embargo, sabía que era mejor no presionarla. Echaron de nuevo a andar. Tenían los dedos entrelazados, pero Paula rompió el contacto cuando se agachó para recoger una caracola. Al darse cuenta de que estaba rota, la devolvió al océano. Entonces, volvió a agarrar a Pedro de la mano.


 —David era marine. Un buen amigo del marido de mi hermana. Así nos conocimos. Fue el padrino en la boda de Ignacio y Delfina y yo era la dama de honor. Tuvimos un noviazgo muy rápido y, seis meses después, nos casamos. A mi madre le pareció que era demasiado pronto. Yo estaba terminando la universidad. Ella quería que yo experimentara un poco más la vida antes de sentar la cabeza. Creo que le preocupaba que yo estuviera buscando una figura paterna, dado que jamás había conocido a mi padre.


Pedro comprendía perfectamente los motivos de la madre, pero prefirió guardar silencio y esperar a que Paula continuara.


 —Mientras estábamos saliendo, era el perfecto caballero. Me abría las puertas, me daba su abrigo si tenía frío… Cuando íbamos a cenar a un restaurante, insistía en pedir lo que yo iba a tomar. Cuando íbamos al cine, él escogía la película. Ahora me doy cuenta de que estas dos últimas cosas deberían haber hecho saltar las alarmas, pero no fue así. Pensé que eran ejemplos de caballerosidad algo chapada a la antigua. Pensé que me estaba casando con el hombre de mis sueños, pero estaba muy equivocada. 

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 66

 —Será más fácil andar ahí. La arena es lisa y dura. Por supuesto, tal vez te mojes de vez en cuando.

 

—No me importa.

 

Cuando llegaron a la orilla, caminar resultaba ciertamente mucho más fácil. Paula saltaba para evitar las olas, pero Pedro no tenía ni la agilidad ni la coordinación necesarias para hacerlo, por lo que los pies, con zapatos y todo, estuvieron inmediatamente mojados. No le importó. Aparte de la cita para ir al médico, aquella era la única vez que había salido del hotel desde que llegó. Por supuesto, lo de estar en el porche no contaba, dado que era más un espectador que un participante.

 

—Vas muy bien —comentó ella.


 —Gracias. Estoy tratando de no avergonzarme delante de tí después de lo ocurrido ayer con lo de la bañera.

 

—No sé… A mí me parece que salió todo muy bien considerando todas las cosas…


 —Terminó antes de empezar.


 —No es así como lo recuerdo yo.

 

—¿No? Pues a mí me parece que la llegada de Juan fue de lo más inoportuna.


 —En esto tengo que estar de acuerdo contigo —comentó ella riendo.

 

—Además de ser mi fisioterapeuta, está empezando a parecerme una carabina de las de antes.

 

—¿Acaso la necesito?

 

—Bueno, podrías necesitarla —susurró Pedro. Se detuvo en seco y la agarró de la mano, obligándola a hacer lo mismo—. Aquí es donde, como tu jefe, debería disculparme por mi descarado comportamiento. 


—¿Descarado, eh? A mí me pareció más bien horizontal.


Ella frunció los labios. Pedro sintió la tentación de besarla, pero tenía algo muy importante que decir.


 —Sé la reputación que tengo…

 

—Yo también la conozco. He leído tus hazañas, Pedro. Mucho antes de que llegaras a la isla. De hecho, incluso antes de que empezara a trabajar aquí. Tenía curiosidad por saber cosas sobre el hombre que iba a ser mi jefe.


 —¿Y?


 —Me gustaría decir que no te juzgué y que te dí el beneficio de la duda. Después de todo, los periódicos sensacionalistas son famosos por hacer una montaña de un grano de arena, pero saqué algunas conclusiones.


 —¿Que donde hay humo siempre está el fuego?


Paula asintió. Efectivamente, Pedro había vivido sin preocupaciones, validando la mala opinión que su madre tenía de él.

 

—Déjame adivinar —dijo él—. Pensaste que era un caradura, que vivía gastándome mi herencia en vez de ganarme la vida. Que me iba de juerga siete días a la semana, rodeado de personas tan superficiales y egoístas como yo. 

lunes, 4 de noviembre de 2024

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 65

Comprobó que ella no protestaba, que no se resistía. Cuando los labios de ambos se unieron, ella cerró los ojos. Pedro sintió que ella le rodeaba los hombros con los brazos. En el instante antes de que él profundizara el beso, un sonido, medio suspiro medio gemido, vibró en la garganta de Paula. Ella estaba tan excitada como él… Desgraciadamente, estaba empezando a resultar evidente que él no podía sostenerse así, encima de ella, durante mucho tiempo más. Los brazos estaban empezando a temblarle por el esfuerzo. En cualquier momento, iban a dejar de sostenerle. Aunque aún pesaba bastantes kilos menos de su peso habitual, a él le preocupaba que si bajaba el torso hacia el de ella, le resultaría demasiado pesado, en especial dado que el suelo de azulejos no cedería como lo haría un colchón. Estaba a punto de sugerir que se marcharan a seguir a otra parte, cuando se oyeron pasos. Rompieron el beso y los dos miraron hacia la puerta. Juan estaba en el umbral, con las manos en las caderas, tratando por todos los medios de ocultar una sonrisa.

 

—Veo que no ha necesitado mi ayuda para salir de la bañera, señor Alfonso. 




—¿Vas a dar tu paseo? —le preguntó Pedro a Paula el día siguiente por la tarde al ver que se ponía sus zapatillas deportivas.

 

—Así es. No tardaré mucho. Los desafío a Juan y a tí a una partida de gin rummy cuando regrese.


Aquello no era lo que él quería escuchar. Desde lo ocurrido en el cuarto de baño, Pedro no había podido disfrutar de un momento a solas con ella. Juan estaba siempre con ellos. En su caso, tres eran multitud.


 —¿Te importa si te acompaño?

 

—¿A dar un paseo? —replicó ella muy sorprendida.

 

—Eso es.

 

—A la playa.

 

—Allí es donde sueles ir a pasear, ¿No?


Paula miró a Juan, que estaba en la cocina preparando Dios sabía qué.

 

—¿Qué? —preguntó Pedro con exasperación—. ¿Acaso necesito permiso?

 

—No. Yo solo… Resulta difícil andar sobre la arena.

 

—Estoy dispuesto para el desafío, a menos que prefieras ir sola…

 

—No. No me importa tener compañía —comentó ella con una sonrisa—. Solo quería asegurarme de que a Juan le parecía buena idea.


Juan sonrió.

 

—Hará más ejercicio caminando sobre la arena que sobre la máquina. La sesión de esta noche ha sido bastante intensa, señor Alfonso. ¿Cree que podrá hacerlo?


De lo único de lo que Pedro estaba seguro era de que quería estar a solas con Paula. Sonrió y asintió. 


—Estoy seguro.


Su bastón no le ofrecía mucho apoyo dado que no hacía más que hundirse en la arena. Paula caminaba muy cerca de él, pero avanzaban muy lenta y trabajosamente, a pesar de que habían elegido un camino muy utilizado que había entre las dunas. Cuando llegaron a la playa propiamente dicha, ella señaló la orilla. 

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 64

Pedro comenzó a levantarse, tratando de apoyar la mayor parte del peso en la pierna buena. Paula le agarraba las manos y le sonreía para animarlo. ¿Cómo era posible que aquella mujer pudiera tensarle y deshacer sus preocupaciones al mismo tiempo? «… Promover el bienestar general…».

 

—Lo has conseguido.

 

—Con tu ayuda —dijo él.

 

—Formamos un buen equipo.


Pedro asintió y se inclinó hacia ella, atraído por su aroma. Tardó un segundo en darse cuenta de que ella estaba dando un paso atrás.

 

—Vamos.


Pedro dió un paso. Debía de haber un poco de agua en el suelo, porque notó que el pie comenzaba a resbalársele. Cuanto más se esforzaba él por mantener el equilibrio, más precario era este. Paula abrió los ojos con preocupación y le rodeó con sus brazos al ver que él empezaba a caerse. La caída pareció tener lugar a cámara lenta. No se hizo daño dado que cayó muy despacio y encima terminó haciéndolo sobre el cuerpo de Paula. Desde el suelo, contempló un par de ojos azules que lo miraban tan sorprendidos como él se sentía.


 —¿Te encuentras bien? —le preguntó él, moviendo el peso para que la cadera y la pierna cayeran sobre el suelo. 


La mala, por el contrario, permaneció enredada con las de ella y las manos quedaban a ambos lados de los hombros de Paula. Ella sonrió.

 

—Creo que eso lo debería decir yo.

 

Si Paula podía bromear en un momento como aquel, era porque se encontraba bien. Trató de controlar su alocado corazón, pero este volvió a acelerársele al darse cuenta de lo bonita que estaba con el cabello oscuro extendido por completo sobre las losetas blancas del suelo. Además, la pose era bastante íntima. El torso de él estaba a pocos centímetros de los senos de ella y la erección quedaba apretada contra la cadera de Paula, endureciéndose más y más a cada instante que pasaba. Ya no había manera de ocultar su deseo. El preámbulo. El maldito preámbulo. ¿Qué venía a continuación? Algo de las bendiciones…  «… Y asegurar los beneficios de la libertad para nosotros y para nuestros descendientes…». Paula ya no sonreía. La expresión de su rostro se había vuelto solemne. Los ojos azules que lo observaban se habían vuelto prácticamente opacos. ¿Lo estaba sintiendo ella también? Pedro sabía que estaba luchando una batalla que iba a perder.  «… Ordenamos y establecemos esta Constitución para los Estados Unidos de América».  Terminó de recitar en su pensamiento. En voz alta, murmuró:


 —Al diablo con todo.

 

Al ver cómo ella había cambiado, bajó la cabeza. 

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 63

Paula se le colocó prácticamente a horcajadas sobre la espalda. Pedro tragó saliva y deseó que las posiciones de ambos estuvieran al revés. Deseó que ella no estuviera completamente vestida, sino desnuda como él y que tuviera la piel húmeda y resbaladiza por el agua y el jabón. Lanzó un gruñido.

 

—¿Te duele algo?


Claro que le dolía, pero negó con la cabeza.

 

—Acabemos con esto.

 

—¡Qué impaciente eres! —musitó.

 

—No tienes ni idea —replicó él.


Paula se inclinó sobre él y le deslizó las manos por debajo de los brazos. No llevaba el cabello recogido en una coleta como era su costumbre, por lo que parte del cabello le cayó a Pedro sobre el rostro. Él respiró profundamente y dejó que el aroma de ella lo envolviera.

 

—Vamos a ponerte de pie. A la de tres, ¿De acuerdo?

 

—Mmm —susurró él. No paraba de inhalar el aroma.

 

—Uno… Dos… Tres…


El tirón que ella dió fue sorprendentemente fuerte. Esto, añadido al propio esfuerzo de Pedro, hizo que él consiguiera poner un pie sobre el fondo de la bañera. Se agarró el muslo con las dos manos y, con la ayuda de Paula, pudo conseguir que su pierna mala cooperara. Por fin, se puso de pie. Las manos de Paula ya no estaban debajo de los brazos de Pedro, sino en la cintura. A ella le resultaría tan fácil desabrochar el cinturón e introducir la mano… Allí, encontraría el cuerpo de Pedro dispuesto y ansioso. A pesar de los esfuerzos de él por pararlo, se la imaginó haciendo precisamente eso. Entonces, se encontró deseando que el agua helada aún llenara la bañera. Lo que fuera con tal de hacerle recuperar el sentido común.


 —Ahora, quiero que te sientes en el borde de la bañera. Yo voy a salir. Entonces, te ayudaré a sacar las piernas —dijo Paula. Ella salió mientras Pedro se sentaba—. ¿Estás listo?


Él asintió a duras penas e hizo lo que ella le ordenaba esperando que el albornoz pudiera ocultar su estado de excitación cuando ella lo ayudara a sacar las piernas de la bañera. Tenía que pensar en otras cosas. Recordó que en el colegio, uno de sus profesores le había hecho escribir el preámbulo de la Constitución de los Estados Unidos cuarenta veces por hablar en clase. Se lo había aprendido de memoria. Comenzó a recitarlo mentalmente. Lo que fuera con tal de no pensar en el sexo.  «Nosotros, el pueblo de los Estados Unidos, a fin de formar una unión más perfecta…». Cuando puso los pies sobre el suelo, ella le dió las manos. Se colocó delante de él. Los pechos le quedaban a la altura de la boca. Pedro tragó saliva… «… Establecer Justicia, asegurar la tranquilidad interior, proporcionar la defensa común…».


 —Muy bien. Ahora ponte de pie.


Fuiste Mi Salvación: Capítulo 62

 —¡Pedro! —gritó Paula—. ¿Qué estás haciendo?

 

—Tratando de ponerme de pie.

 

—¡No! De ninguna manera. ¿Me oyes? Tienes que volver a sentarte y esperar a Juan.


El mismo orgullo que le había empujado a lo largo de tantas sesiones de fisioterapia se apoderó de él. No iba a sentarse. No iba a esperar. Iba a ponerse de pie y a salir de la bañera por sus propios medios. Con los dos brazos sobre el borde de la bañera, se puso de rodillas. Quedaba ya muy poco agua en el fondo. Tuvo dudas. Tal vez debería esperar…

 

—¡Pedro! 


—Estoy bien. Puedo hacerlo —dijo esperando poder convencerlos a los dos.


 —Cúbrete porque voy a entrar —anunció ella un instante antes de hacer girar el pomo.


¿Qué diablos…? ¿Sería capaz? Claro que lo fue. Pedro tuvo el tiempo suficiente para tirar de la toalla y colocársela antes de que ella entrara. Tenía los ojos cerrados y llevaba una mano extendida, aparentemente para asegurarse de que no se chocaba con nada.

 

—¿Estás visible? —le preguntó—. ¿Puedo abrir los ojos?


Él estaba descansando sobre los talones, con la toalla sobre el regazo. Aunque estaba lo suficientemente cubierto, se sentía desnudo. Era más fuerte y más pesado de lo que había estado aquel día, cuando ella lo vió sin camiseta, pero distaba mucho del físico esculpido que él había poseído hacía ya mucho tiempo.

 

—Preferiría que no me vieras así, Paula.


Ella abrió los ojos y los fijó en el rostro de Pedro.


 —¿Verte cómo, Pedro? Estás perfectamente cubierto.

 

—No me refería a eso. Yo solía estar… Mucho mejor físicamente que ahora…

 

—A mí me parece que estás bastante bien, en especial para alguien que se está recuperando.


El tono de su voz pareció bastante normal, pero las mejillas se le habían cubierto de un ligero rubor. Al verla de aquella manera, Pedro sintió que su ego engordaba.


 —¿De verdad?

 

—Sí.

 

—Tú también me pareces muy bien a mí. Eres muy hermosa, Paula. Por dentro y por fuera. Tan fuerte…

 

—No hay muchos hombres que aprecien la fuerza en una mujer.

 

—Yo sí.


Las últimas gotas de agua terminaron de salir por el desagüe. El ruido que hicieron rompió la magia.


 —¿Me puedes dar mi albornoz?


Mientras Paula se daba la vuelta para alcanzarlo, él apartó la toalla empapada. Cuando ella se lo entregó, se lo puso y se apretó bien el cinturón.


 —Estoy listo —le dijo mientras volvía a ponerse de rodillas.


Ella se dió la vuelta y lo estudió durante un instante.

 

—Creo que sería mejor que me metiera en la bañera contigo.

 

Ese comentario despertó la libido de Pedro. Mientras estaba tratando de controlar su deseo, vió cómo ella se quitaba los zapatos y se metía en la bañera.

 

—Deja que me coloque detrás de tí —dijo ella. 

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 61

 —Dígame si es demasiado —le había dicho Juan antes de subir la resistencia de la bicicleta estática. 


Pedro estaba convencido de que el fisioterapeuta solo le decía aquellas frases para picarle en su orgullo. Fuera como fuera, el truco había funcionado. Hacía todo lo que Joe le decía e incluso pedía más. Y estaba pagando su orgullo en aquellos momentos. A pesar de tanto sufrimiento, le parecía que estaba haciendo progresos. Los músculos del muslo y de la pantorrilla no parecían estar tan rígidos ni tan fuera de control cuando caminaba. Aún tenía que apoyarse mucho en el bastón, pero le estaba empezando a parecer que la pierna estaba más firme. Y eso después de menos de un mes. Se maldijo por no haber puesto tanto empeño antes. ¿Quién sabía dónde estaría en aquellos momentos si se hubiera aplicado de aquel modo desde el principio? O si hubiera ido antes a Alfonso Haven. Creía que la isla tenía mucho que ver con la mejora de su estado. Y, por supuesto, Paula. En realidad, Paula principalmente. Ella le había dado el empujón que necesitaba para empezar de nuevo a vivir. No estaba seguro de cómo podría pagárselo, pero lo haría. Recordó los papeles del finiquito que había hecho que su abogado redactara. Con ellos, se aseguraba que Paula recibía una compensación más que generosa no solo por sus años de servicio, sino por la ayuda que le había prestado en su recuperación. Sin embargo, eso no era precisamente la recompensa que tenía en mente. De hecho, hacía semanas que no pensaba en los papeles ni quería pensar en el hecho de que ella pudiera marcharse del hotel. Que se marchara de su lado. Más que en cualquier otro momento de su vida, esta parecía fluir. Su futuro distaba mucho de estar determinado. Cosas que Pedro había creído que deseaba ya no importaban. Cosas que había pensado que jamás le gustarían, de repente le gustaban. No estaba seguro cómo, pero Paula había puesto orden al caos. De algún modo, ella figuraba en su futuro. Veinte minutos más tarde, se sentó en la bañera y apagó los chorros. El agua se había enfriado y quería salir. Desgraciadamente, no lo podía hacer sin ayuda. Llamó a Juan tres veces antes de oír por fin pasos junto a la puerta.


 —Entra rápidamente —gritó—. Me estoy convirtiendo en una pasa.

 

No fue Juan quien contestó, sino Paula.

 

—Juan no está…

 

—¿Qué quieres decir con que Juan no está? ¿Adónde ha ido?

 

—No estoy segura, pero no está en el departamento. Yo había venido por un yogur cuando oí que estabas gritando. Puedo ir a buscarle si quieres…


 —No importa. Puedo… Puedo hacerlo —dijo él mientras retiraba el tapón de la bañera. El agua comenzó a salir por el desagüe.

 

—¿Hacer qué? ¿Qué es lo que vas a hacer, Pedro?

 

—Voy a salir de la bañera.


 —Creo que deberías esperar a Juan —comentó ella muy preocupada.

 

El agua bajaba rápidamente. La piel se le puso de gallina.  No iba a esperar.


 —Tendré cuidado —prometió.


Ponerse de pie iba a resultar difícil, pero el verdadero desafío sería pasar la pierna por encima de la bañera. De un modo u otro, tendría que mantener el equilibrio sobre la pierna mala. ¿Le aguantaría la rodilla? 

viernes, 1 de noviembre de 2024

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 60

 —Tendría que confiar en tí.

 

—¿Y ahora no confías en mí?

 

—Estoy empezando a hacerlo.

 

—En ese caso, me esforzaré un poco más.

 

Pedro se rebulló en el asiento. La caña que utilizaba como bastón cayó al suelo.

 

—Eso me recuerda que tengo algo para tí.

 

—¿Un regalo?

 

—Más bien una sorpresa.

 

—Incluso mejor —replicó él con una sonrisa.


Las manos de ambos se tocaron. Un simple roce de la piel producía en ellos el mismo efecto que el de la cerilla al entrar en contacto con las ramas. Kellen le miró los labios y, en ese momento, ella se obligó a romper el contacto visual. Sacó su teléfono móvil.

 

—Tengo que hacer una llamada.


 —¿Ahora? ¿Después de decirme que me vas a dar una sorpresa?

 

—La llamada tiene que ver con la sorpresa.

 

Paula llamó a Pablo. El joven botones respondió inmediatamente dado que estaba esperando la llamada.

 

—Lista —dijo Paula antes de colgar.

 

—Muy enigmático —murmuró Pedro—. Me tienes intrigado.

 

Al ver que Pablo se acercaba a ellos con el bastón envuelto en papel, sonrió.


 —¡Vaya! Me pregunto qué será eso —bromeó mientras tomaba el regalo. El botones regresó inmediatamente al interior del hotel.

 

—Las apariencias pueden resultar engañosas.

 

—Cierto. ¿Lo abro ahora?

 

—A menos que quieras seguir con el suspense…

 

Pedro rasgó el papel.

 

—¡Un bastón! ¿Quién se lo habría imaginado?

 

—No se trata de un bastón cualquiera. Este pertenecía a tu abuelo.


A Pedro se le heló la sonrisa en los labios al mirar el bastón que tenía entre las manos. Lo dió la vuelta con reverencia.

 

—Lo recuerdo… Mi abuelo no necesitaba bastón para caminar, pero un amigo suyo fue a Grecia y se lo trajo.

 

—Entonces, esa criatura que lleva tallada en el mango, ¿Es parte de la mitología griega?

 

—Sí. Se trata de un hipocampo. ¿Dónde lo has encontrado?

 

—En el almacén. Estaba buscando un jarrón cuando lo ví. Podría haber allí más efectos personales de tu abuelo si quieres mirar en alguna ocasión.


 —Lo haré —dijo él—. Gracias. 


Pedro apoyó la cabeza contra el borde de la bañera y sintió cómo los chorros de agua caliente le calmaban los doloridos músculos. Después de tres semanas de tortura, había pensado que Juan le daría el fin de semana libre o que, al menos, aliviaría un poco la rutina de ejercicios. No había sido así. Al contrario, las sesiones de aquel sábado habían sido más intensas que nunca. 

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 59

Paula encontró el bastón mientras estaba en el almacén buscando un jarrón en el que guardar más caracolas. Era negro, curvado, bellamente tallado y con incrustaciones de madreperla. Examinó la figura que había tallada en el mango. ¿Era un caballito de mar? La cola no parecía la correcta. Era más ancha, escamosa, con más forma de cola de serpiente que de otra cosa y con una aleta de pez en la punta. No obstante, estaba completamente segura de a quién había pertenecido: Al abuelo de Pedro. Además de que él estaría encantado de tener el bastón de su abuelo, el descubrimiento no podía haber llegado en mejor momento dado que la madera que Joe había encontrado en la playa se había partido y aún no habían recibido el que habían encargado.  Esperó hasta la hora de la cena para dárselo. En realidad no se trataba de un regalo, dado que ya le pertenecía, pero ella se lo envolvió de todos modos. Se moría de ganas por ver su reacción cuando lo abriera. En vez de cenar en el comedor, ella sugirió que cenaran en el porche que había fuera. Aquella noche, había pocos comensales cenando fuera porque había amenaza de tormenta. Efectivamente, el cielo estaba completamente gris.

 

—¿Estás segura de que quieres comer aquí fuera? —le preguntó Pedro por segunda vez, cuando una ráfaga de viento les arrancó la servilleta del regazo.


 —Si el viento arrecia, podemos regresar al interior, pero yo prefiero cenar aquí fuera. La Madre Naturaleza va a hacer acto de presencia más tarde.


 —Es una manera de decirlo —replicó él—. Parece que estás deseando. 


—Me gustan las tormentas —admitió ella—, en especial cuando estoy a resguardo. Siempre me han gustado excepto cuando…

 

—¿Cuando qué?

 

—Cuando tenía veintitantos años —contestó ella.

 

—¿Por qué entonces?

 

Ella negó con la cabeza.

 

—Entonces estabas casada, ¿No?

 

—¿Y tú? ¿Qué te parecen a tí las tormentas? —preguntó ella tratando de cambiar de tema.


Para su sorpresa, Pedro chascó los dedos y sacudió la cabeza.

 

—Pensaba que te tenía…

 

—¿Qué quieres decir?

 

—Pensaba que ibas a abrirte un poco, tal vez incluso contarme algunos de tus más profundos y oscuros secretos.

 

—No tengo secretos que contar. Ni oscuros ni de ningún tipo.

 

—Si los tuvieras, ¿Los compartirías conmigo?

 

Aquella pregunta hizo que Paula tragara saliva. Algo estaba ocurriendo entre ellos, algo más fuerte que el viento que los azotaba. Este hecho le causaba el mismo sentimiento de anticipación que la tormenta que se avecinaba. 

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 58

Romina entornó la mirada mientras que Pedro trataba de no soltar una carcajada.

 

—¿Te importa? Pedro y yo estábamos teniendo una conversación privada.

 

—¿Te dejo solo? —le preguntó Paula a Pedro.

 

—No. Teníamos una cita para almorzar —respondió él. Entonces, miró a Romina—. Mira, Romi. Te agradezco tu preocupación, pero no hay necesidad. Tal vez no esté bien, pero estoy mejorando. 


—Sí, sobre eso… Bueno, tu madre me dijo que habías ido a Charleston a ver a otro especialista. Ella también me mencionó algunas de las opiniones médicas que ya te habían dado.

 

—En ese caso, estoy seguro de que ya sabe que mis días en la pista de baile han terminado —replicó él.


Sorprendentemente, después de hablar con Paula, ya no le importaba. Romina, por el contrario, lanzó una expresión de dolor.

 

—¡Ay, Pedro! ¡No digas esas cosas! ¡Ni siquiera las pienses!

 

—¿Los dejo solos? —volvió a preguntar Paula. 


El tono seco de su voz le dijo exactamente a Pedro lo que pensaba de la teatralidad de la otra mujer.

 

—No hay necesidad. Jen ya se marcha —afirmó él mirando a la rubia—. Te agradezco tu preocupación, pero no es necesario. De verdad.


Ella frunció los labios y asintió. Pedro sabía que ella no le creía del todo.


 —Si cambias de opinión, mi padre conoce a un cirujano ortopédico en Johns Hopkins. El doctor Taft es relativamente joven, pero mi padre dice que es excelente en su trabajo. Un verdadero visionario en lo que se refiere a la implementación de nuevos protocolos de tratamiento. Muchos atletas profesionales lo buscan después de sufrir lesiones que podrían terminar con sus carreras. Es capaz de hacer milagros.

 

Por segunda vez, ella se inclinó para darle un beso. Después de mirar a Paula con desprecio, se marchó.

 

—¿Vas a llamarlo?

 

—¿A quién?

 

—A ese médico milagroso del que ha hablado tu novia.

 

—En primer lugar, Romina no es mi novia. Lo fue en el pasado. Nada más. De eso hace mucho tiempo.

 

Paula se encogió de hombros.

 

—¿Y en segundo lugar?


 —En segundo lugar, no. No voy a llamarlo. No quiero ni más médicos ni más opiniones.


 —¿Cómo dices?

 

—El diagnóstico sería el mismo. Mi evolución, sin embargo, depende de mí.

 

—Así es.


Paula sonrió. Parecía satisfecha. Contenta. Algo en ella era diferente. Pedro la estudió de cerca y trató de descubrir de qué se trataba exactamente. Su atuendo era el mismo. Como siempre, llevaba el cabello recogido en una coleta. El maquillaje era mínimo, tan solo un poco de rímel en las pestañas. Algunas personas podrían decir que ella no era nada del otro mundo. Bonita, pero nada llamativa. Pedro podría haber sido uno de ellos si no hubiera visto la determinación y el acero que había debajo de aquella piel. Para él, Paula era muy hermosa y lo era cada más con cada cosa que aprendía sobre ella.


 —¿Por qué me miras de ese modo?

 

—Por nada en particular —mintió él, a pesar de que la verdad le aguijoneaba por dentro como si fuera una abeja fuera de control.

 

Por primera vez en su vida, corría el riesgo de enamorarse. 

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 57

Ella le ofreció una paternalista sonrisa mientras que él rechinaba los dientes. Tan solo una semana antes, él le habría preguntado si había ido a la isla para ver al inválido. La habría tratado muy groseramente y habría sido insufrible. Al contrario de Paula, que le había hecho ver su mal comportamiento, Romina se habría echado a llorar y se habría marchado corriendo.

 

—¿Recibiste las flores que te envié? —le preguntó ella.

 

—¿Flores?

 

—Sí. Hice que te las enviaran al hospital después del accidente.

 

Pedro recordaba una serie de ramos, plantas y tarjetas que habían llenado su habitación, aunque no se había preocupado en saber quién las enviaba. Sin embargo, asintió de todos modos.


 —Gracias. Muy amable de tu parte.

 

—Era lo menos que podía hacer. Estaba muy preocupada por ti y sigo estándolo, Pedro. Si hay algo que pueda hacer para ayudarte, lo que sea, solo tienes que decirlo.

 

—Eres muy amable —repitió. Romina se inclinó hacia él y le dijo:

 

—¿Sabes una cosa? Jamás he conseguido olvidarte…

 

—Romi…


 —Tantos años y aún sigo esperando que… 


Pedro jamás le había hecho promesas, pero, tras salir durante cuatro años, era normal que ella hubiera sacado conclusiones. Él lo lamentaba. También lamentó que, justo en el momento en el que Romina acababa de admitir lo que sentía por él, Paula se presentó en la mesa. Los miró a ambos con una ceja levantaba, pero no dejó entrever lo que estaba pensando en ningún momento.

 

—¿Debería traer otra silla? —preguntó cortésmente.

 

Romina la miró. Aparentemente, se dió cuenta de que ella llevaba un logotipo del hotel en el polo y, antes de que Pedro pudiera decir nada, replicó:


 —No hay necesidad. La mesa ya tiene dos sillas.

 

—Sí, pero la que queda libre está ocupada.

 

—¿Por quién? —le preguntó Romina con tono molesto. Se irguió.


Con zapatos de tacón, era tan alta como Pedro, por lo que era mucho más alta que Paula.

 

—Por mí.

 

Paula tomó asiento y se desdobló la servilleta sobre el regazo.  Romina la miró asombrada, para luego hacer lo mismo con Pedro. Como no estaba seguro de qué hacer, él las presentó.


 —Paula Chaves, ésta es Romina Cherville. Romi, Paula.

 

—Paula, ¿Eh? Veo que trabajas aquí —comentó Jennifer.

 

—Así es. Llevo cinco años trabajando como directora de Alfonso Haven.

 

—Muy bien —replicó Romina en tono condescendiente—. Pedro y yo nos remontamos a más de una década. Éramos novios en la universidad.

 

—Muy bien —repitió Paula, usando el mismo tono burlón. 

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 56

Ya se había vestido y tenía el pelo empapado, lo que significaba que acababa de darse una ducha. Tenía una manzana a medio comer en la mano. 


—Veo que no tengo que despertarlos a ninguno de los dos — comentó. Entonces, miró a Pedro—. ¿Está preparado, señor Alfonso?


 —Vamos —respondió él.

 

—Esa es la actitud que estaba esperando. He pensado que vamos a empezar por unos ejercicios básicos de estiramiento antes de empezar con los de fortalecimiento —dijo él. Entonces, miró a Paula—. Podemos empezar en el salón con unas bandas de tensión y el balón terapéutico, pero luego necesitaremos todo el equipamiento.


 —Por supuesto. No hay problema. Dame veinte minutos para ducharme, vestirme y recoger mis cosas y el departamento será todo de ustedes —afirmó. Entonces, miró a Pedro con lo que esperaba que fuera una sonrisa de ánimo en el rostro—. Buena suerte.



 Más tarde de aquel mismo día, Pedro estaba sentado en solitario en una de las mesas del comedor. Estaba cansado, dolorido y tenía sueño, dado que no había podido dormir muy bien. Sin embargo, había resistido el impulso de tumbarse. Había prometido pasar página y, además, Paula le había prometido que almorzaría con él. Desgraciadamente, ella aún no había hecho acto de presencia. Se había comido la mitad de su ensalada, con la aprobación de Joe, cuando oyó una voz familiar.

 

—¡Vaya! Pero si es Pedro Alfonso en persona.


Se dió la vuelta y se encontró con Romina Cherville. En el pasado, habían tenido una relación. Habían estado saliendo en la universidad y, tras la graduación, Romina había esperado el anillo de compromiso. Pedro, por su parte, se había comprado un par de esquís nuevos y se había adquirido un billete de avión para Suiza. Mientras que ella quería sentar la cabeza y tener hijos, él tan solo había querido desafiar a la muerte en las pistas de esquí. La vida de Pedro habría sido muy diferente si ella se hubiera salido con la suya. A pesar de todo, no se arrepentía de nada. Romina no era la mujer junto a la que quería despertarse por las mañanas.  La imagen de una fiera y decidida belleza de cabello negro ocupó su pensamiento. Cuando ella llegó junto a su mesa, él trató de levantarse.

 

—No, no. Pobrecito. No te levantes —dijo ella mientras le obligaba a sentarse y le daba un par de besos en las mejillas—. Había oído que habías vuelto. Brenda… ¿Te acuerdas de Brenda Dobson?… El otro día estuve cenando con ella en el club y nos encontramos con tu madre y tu padre.

 

—Padrastro.

 

—Como sea. Ella me dijo que habías vuelto —concluyó Romina. Inclinó la cabeza hacia un lado. El tono de su voz se volvió meloso y compasivo—. ¿Cómo estás?


 —Estoy bien.

 

—Ay, Pedro… Eres tan valiente…