viernes, 29 de noviembre de 2024

Nuestros Bebés: Capítulo 40

 —¿Enfadada? ¡Vaya! —exclamó ella. No la había visto enfadada aún—. Pedro, me puse más que enfadada cuando le dijiste a mi jefe que eras el padre de mis hijos. En estos momentos, estoy furiosa contigo.


—Pero soy el padre y enfadarte conmigo no lo va a cambiar. Además, ¿Por qué estás fregando los platos? —le espetó, arrancándole el paño de las manos y colocándolo en la encimera.


—No me estás escuchando. No tengo trabajo. No tengo apartamento. Y hablar contigo es como hacerlo con una pared. Me estás volviendo loca. 


—El sentimiento es mutuo y ya he tenido toda la locura que puedo soportar —rugió él. 


Entonces, le rodeó la nuca con los dedos y la besó. Un murmullo llenó los oídos de Paula. Cuando todo empezó a darle vueltas, lo agarró por la pechera de la camiseta y se aferró a él como si le fuera en ello la vida. Pensó en apartarse, pero cuando la lengua de Pedro le dibujó los labios, tentándola y aturdiéndola, ya no pudo pensar. Ella se abrió ante él como una flor con el sol de la mañana. Pedro se aprovechó inmediatamente y le recorrió rápidamente el interior de la boca. Ella agradeció el ardiente calor de sus labios, las caricias de las manos. Los movimientos de la lengua fueron disolviendo poco a poco su ira y se encontró queriendo más, necesitando más. Momentos antes, había querido matarlo. En aquellos instantes, solo quería que la estrechara con más fuerza contra su cuerpo. De repente, Pedro rompió el beso y, al apartarse de ella, lanzó una maldición. Paula trató de controlar su agitada respiración mientras se tocaba los labios con las yemas de los dedos.


—¿Por qué has hecho eso? —preguntó ella, con una voz tan ronca que no parecía pertenecerle. 


¿Y por qué se lo había permitido ella? ¿Y peor aún, por qué le había gustado tanto?


Pedro se dirigió de nuevo a la mesa y recogió los platos que quedaban allí. Entonces, se reunió de nuevo con ella junto a la encimera.


—Aparte de estar de pie cuando no debes hacerlo, has estado trabajando muy duro. Además, sofocarte no puede ser bueno para tí.


—¿E hiciste eso para que me callara? Pedro, ¿Estás loco? No me puedo creer que puedas ir por ahí haciendo estas cosas cuando te apetezca —le espetó. Cuando vió que él se inclinaba sobre ella, levantó una mano para detenerlo—. Ni lo pienses. Eso ha sido lo más ridículo que...


—¿Es que no te ha gustado?


—¿El qué?


—El beso.


Paula lo miró, preguntándose si aquella era una estrategia para tratar de confundirla.


—Acabo de perder mi trabajo, gracias a tí, y lo único que te preocupa es lo que pienso del modo en que...


—Te he besado. 


Ella tragó saliva. Entonces, le miró la boca, aunque trató de no hacerlo. Sin embargo, el recuerdo de aquellos labios se lo hizo imposible. De hecho, quería que volviera a besarla... 

Nuestros Bebés: Capítulo 39

 —Nunca creí que...


—Sí, claro que lo pensaste. Lo has pensado desde el primer día en que entraste en la sala de reuniones.


—Si eso es lo que he hecho, no me dí cuenta. Fui a buscarte porque estaba preocupado por tí. Quería asegurarme de que estabas bien.


—Te lo agradezco mucho, pero soy una mujer hecha y derecha, no una niña. Ahora —añadió, mientras sacaba las llaves del coche—. Necesito estar sola durante un rato.


—Estás muy pálida y parece que vas a desmayarte en cualquier momento. Déjame llevarte a casa.


—De verdad no...


—Piensa en los niños, Paula. En su seguridad. Y en la tuya.


Por ahí la tenía agarrada y lo sabía. No le gustaba que él tuviera razón, especialmente en aquellos momentos, cuando todo lo que quería era alejarse de él para poder pensar. Sin decir una palabra, se dirigió hacia la furgoneta de Pedro. Se sentía herida y traicionada. ¿Cómo había sido posible que todo se escapara de su control de aquella manera? ¿Y por qué, después de todo lo que había ocurrido, lo seguía como un cachorrillo? Dejaría que la llevara a casa porque en aquellos momentos no estaba segura de tener las fuerzas suficientes ni para apretar el embrague del coche. Sin embargo, aquello era todo lo que pensaba concederle. Cuando estuviera en su dormitorio, lo pensaría todo muy bien y luego tomaría una decisión, sin importarle lo que Pedro Alfonso quisiera.


Después de que Paula se hubiera negado a responder a los dos intentos que Pedro hizo por entablar conversación, el trayecto a casa se realizó en un completo silencio. Sin embargo, aquello no detuvo la tensión que se siguió creciendo entre ellos. Durante la cena, ella sintió que él la miraba, pero decidió ignorarle mientras pensaba en todo lo que había ocurrido. En aquellos momentos, mientras estaba frente al fregadero, atacando la sartén al ritmo del tambor que le resonaba en la cabeza, Hunter estaba sentado detrás de ella, horadándole la espalda con la mirada. A pesar de todo, ella sentía que había logrado llegar a una conclusión. Era mejor decirle aquella noche lo que había decidido.


—No puedo seguir viviendo aquí tal y como están las cosas. No funcionará a menos que dejes de tratar de arruinar mi vida.


—Sabes que eso no es lo que estoy haciendo —replicó él, mientras se ponía de pie.


—Pues me habías engañado.


—Si te estás refiriendo a lo de esta tarde, ¿Qué habrías preferido que hiciera? —inquirió él, mientras se apoyaba de lado contra el fregadero.


—No deberías haber venido a mi despacho.


—Paula, siento mucho lo que ocurrió, pero Williams, tarde o temprano, habría descubierto lo nuestro.


—Sí, más tarde, pero al menos habría tenido mi trabajo durante más tiempo.


—Entonces, ¿Me culpas a mí?


—Me defendiste y te lo agradezco —contestó ella, secándose las manos.


—¿Pero?


—No me gustó que te entrometieras. Dadas las circunstancias, no creo que quedarme aquí sea una opción para mí.


—¿Por qué no?


—Creo que ya no puede ir bien.


—Claro que sí. Ha ido bien hasta este momento. Lo que ocurre es que ahora estás enfadada conmigo, pero cuando se te pase... 

Nuestros Bebés: Capítulo 38

 —Soy el padre. ¿Es un problema?


—Claro que lo es —afirmó Williams, lanzándole a Paula una mirada llena de ira—. Te advertí lo que ocurriría si salías con él. No me dejas alternativa. Quedas despedida por incumplimiento de nuestra política de confidencialidad. Los de contabilidad te darán un cheque por lo que se te deba.


—Williams, piensa en lo que estás diciendo. Te estás poniendo a tiro para una demanda por despido improcedente.


—No trates de enseñarme la ley, Pedro. Sal de aquí antes de que llame a Seguridad.


—No hay razón para tratarla de este modo. Por lo que he visto, Paula ha trabajado hasta muy tarde cuando se lo has pedido y, en todo, ha sido una empleada ejemplar.


—Te aseguro que en esto no vas a ganar. ¿Cómo te sientes?


—Entonces, esto es por mí y no por ella, ¿Verdad?


—Señor Williams —dijo Paula, para tratar de recobrar el control de la situación—, necesito este trabajo. —Deberías haberlo pensado antes de acostarte con Alfonso.


—Pero yo no...


—Paula —le indicó Pedro, agarrándola por el brazo—, no desperdicies tus palabras.


Ella se apartó de él. Necesitaba hacerle comprender lo importante que era aquel trabajo para ella.


—Tengo que mantener mi trabajo. No tengo nada más.


—Me tienes a mí. 


Si la situación no hubiera sido tan seria, tal vez habría admirado la caballerosidad de Hunter, pero acababa de perder la única estabilidad que tenía en la vida.


—No estamos hablado de un juego en el que se trate de ser mejor que otra persona. Es mi vida.


—Estamos en esto juntos, ¿Te acuerdas? ¿Dónde está tu abrigo?


La convicción que tenía en el tono de voz le despertó algo en su interior.


—Detrás de la puerta —susurró Paula, mientras recogía su bolso. No sabía si estaba más enfadada con Pedro o con su jefe.


Él le entregó el abrigo y salió al pasillo. Entonces, Paula se enfrentó con su jefe.


—Sé que no siente simpatía por Pedro, pero se equivoca en su presunción sobre él y yo.


Williams extendió la mano, con la palma hacia arriba.


—La llave del despacho.


Ella se sacó el llavero del bolsillo del abrigo y sacó una llave, que colocó en la mano de su jefe. Entonces, salió detrás de Pedro. Los pasos le fallaron al ver que todas las secretarias y los abogados llenaban el pasillo, susurrando especulaciones sobre lo que habría ocurrido. Paula sintió que el rostro le quemaba por la humillación que sentía. Cuando Pedro trató de agarrarla por el codo, se soltó bruscamente. Quiso gritar, pero, después de mirar a las personas que se agolpaban a su alrededor, decidió guardar silencio. Levantó la barbilla y salió hacia la puerta. Él la abrió y cruzó el umbral detrás de ella. Paula salió corriendo por la acera, sin saber dónde ir, sabiendo que todo se le escapaba de su control. Tenía miedo y, además, estaba sin trabajo. Admitió que no era completamente culpa de Pedro, pero tenía que desahogarse. Y él estaba a mano.


—Dejaremos tu coche aquí. Puedo hacer que alguien lo recoja mañana y que te lo lleve a la casa —dijo él, a sus espaldas.


Paula se dió la vuelta para mirarlo.


—No soy una inútil, Pedro. Puedo pensar y tomar decisiones. Y sé cómo hacerlo. 

Nuestros Bebés: Capítulo 37

 —Me parece estupendo —dijo. 


Y así era. Su alegría no era por la cena, sino por pensar que iba a pasar una velada con Pedro.


—Mira. El alguacil está llamando a todo el mundo para que vuelva a entrar en el juzgado. Tengo que darme prisa. Intenta marcharte enseguida, ¿De acuerdo?


—Me marcharé dentro de diez minutos como máximo.


—De acuerdo. Nos veremos en casa.


Paula colgó el teléfono y corrigió el documento antes de llevárselo al señor Williams. Después, tomó asiento con la intención de hablar con él cuando terminara de revisarlo, pero se vio interrumpida por dos llamadas.  Entonces, llegó un abogado para discutir un caso. Al final, se dió por vencida y regresó a su despacho. Allí, dobló los brazos encima de la mesa y descansó la cabeza en ellos, mientras esperaba que se abriera la puerta de su jefe. Quería irse a casa. Casi no podía mantener los ojos abiertos, pero necesitaba hablar con el señor Williams antes de marcharse... Miró al reloj. Entonces, volvió a bajar la cabeza. Eran las tres. Durante las últimas dos semanas, aquella había sido la hora de su siesta...


—¿Por qué estás todavía aquí?


Paula levantó bruscamente la cabeza al oír el sonido de una voz que le resultaba muy familiar.


—¿Pedro?


—¿Qué es lo que te pasa? —preguntó, haciéndola girar en su silla.


—¿Qué estás haciendo aquí? —replicó ella.


—¿Te encuentras bien?


—Sí, claro que estoy bien.


—He visto tu coche fuera. Deberías haberte marchado hace tres horas.


—Lo sé. He estado tratando de hablar con el señor Williams — respondió, tras ponerse de pie. Entonces, lo agarró del brazo y se lo llevó hacia la puerta—. Tienes que irte antes de que alguien te vea.


—No hasta que me des tu palabra de que te marcharás ahora mismo.


—Pedro...


—Bien. Te llevaré a tu coche.


—¡Ni te atrevas! Estoy embarazada, pero no soy una inválida.


—¿Embarazada?


La voz hizo que Paula se diera la vuelta. Aquellas palabras habían confirmado sus peores temores. El señor Williams estaba en la puerta del despacho. De todas las personas que podrían haber entrado en su despacho en aquellos momentos y ver cómo el ayudante del fiscal del distrito se inclinaba sobre ella, ¿Por qué había tenido que ser su jefe?


—¿Has dicho embarazada? —repitió Williams. 


—He intentado hablar con usted varias veces a lo largo de esta mañana —respondió ella. Había decidido contarle la verdad. Al menos parte de ella—, pero no hacían más que interrumpirnos. Estoy embarazada. De gemelos. Mi médico cree que sería mejor que yo trabajara media jornada. Ya le he dado todos los papeles necesarios a Personal y mi petición se ha aprobado.


—¿Y qué tienes que ver tú en todo esto, Pedro? —le espetó Williams.

Nuestros Bebés: Capítulo 36

A Pedro no le gustaba que interfiriera, pero no podía dejar que su testarudez impidiera que sus hijos tuvieran una familia, algo que ella echaba terriblemente de menos. Al estar embarazada de gemelos, seguramente se le notaría muy pronto y su pequeño secreto dejaría de serlo. Le daría un periodo de tiempo razonable para darles las noticias y, a continuación, se haría cargo personalmente del asunto.


Paula se sentó en su silla y encendió el ordenador. Se alegraba de haber regresado a su trabajo, aunque solo fuera a tiempo parcial. Se había aburrido como una ostra durante las últimas dos semanas. Su preocupación inicial por vivir con Pedro se había evaporado rápidamente. Se había hecho amiga de Kira y de los gatos porque él se había pasado casi día y noche en el despacho, preparándose para un juicio que tenía que empezar aquel mismo día. En las pocas noches en las que habían cenado juntos, se había sentido muy atraída por el misterio que se ocultaba detrás de él. Durante aquellos encuentros, había creído ver una breve imagen de un aspecto muy diferente de la personalidad de él que la sorprendió y la intrigó. Parecía como si la fachada del fiscal apareciera solo cuando se ponía traje y corbata. Lo prefería con unos vaqueros gastados, aunque el modo en que se le ceñían a las caderas la turbaba profundamente, y con una camiseta, porque, vestido así, era un hombre completamente diferente. Guapo, sexy y encantador, pero, sobre todo, vulnerable. Sus frecuentes llamadas habían evitado que se volviera completamente loca. Sin embargo, por fin había regresado a su trabajo y, a juzgar por la pila de expedientes que tenía encima de su escritorio, sus días de aburrimiento habían llegado a su fin. Algún tiempo después, estaba imprimiendo un documento cuando el teléfono empezó a sonar.


—Paula Chaves. ¿En qué puedo ayudarlo?


—¿Todavía estás ahí? —le preguntó una voz, baja y furiosa. Era Pedro.


—Bueno, sí. ¿Es que se supone que tengo que estar en otro sitio?


—El médico dijo que no debías trabajar más tarde del mediodía.


—Pero si son solo las... Oh. Es la una. He perdido la conciencia del tiempo.


—Estarías ya a punto de marcharte, ¿No?


—Más o menos. Solo me queda por transcribir una cinta, porque va a venir a recogerla un cliente.


—¿Qué te dijo Williams cuando le contaste tus intenciones?


—Todavía no se lo he dicho.


—¿Por qué no?


—No es tan fácil.


—¿Y por qué tiene que ser difícil? Solo tienes que entrar en su despacho y decírselo. 


—Lo sé, lo sé. No ha estado en su despacho en toda la mañana. Cuando regresó, cada vez que intentaba hablar con él, o recibía una llamada o nos interrumpía alguien. Ya he rellenado los papeles para llevarlos a Personal, aunque había esperado decírselo personalmente.


—¿Sabe por qué te has tomado libres las dos últimas semanas?


—No. Temía que hiciera muchas preguntas que no estaba preparada para responder, así que me tomé los días de vacaciones que me quedaban.


—No podrás ocultar tu embarazo mucho más.


—No es mi embarazo lo que tengo que guardar en secreto, sino a tí. No quiero arriesgarme a perder mi trabajo hasta que tenga que hacerlo.


—Tal vez te sorprenderá.


—Tal vez —susurró ella, aunque lo dudaba.


—Pareces cansada. ¿Te encuentras bien?


—Sí. Es que me he hecho perezosa con tanto descanso, eso es todo. ¿Cómo va tu juicio?


—Todavía no hemos terminado de escoger el jurado. Dado que la vista ha llevado tanto tiempo, no creo que se empiecen a presentar las pruebas hoy.


—¿Significa eso que va a ser otra noche de trabajar hasta tarde? — preguntó. Tuvo que admitir que lo había echado de menos.


—No. Estoy agotado. Estoy deseando pasar una noche en casa. Tengo que revisar una declaración jurada, pero no me llevará mucho tiempo. ¿Qué te parece si compro algo para cenar cuando me marche de mi despacho? 

miércoles, 27 de noviembre de 2024

Nuestros Bebés: Capítulo 35

 —Entonces, ¿Qué es lo que te parece realmente? —quiso saber, mientras se acercaba un poco más.


—¿El qué?


—La casa, al menos lo que has visto.


Paula se apartó de él, confundida por el modo en el que el corazón le latía cuando él estaba cerca. Tras echar una rápida mirada alrededor de la sala, dijo:


—Deberías estar orgulloso de lo que has hecho. Me sentí bienvenida en cuanto entré por la puerta. Esta casa tiene un aire muy acogedor. Parece como si fuera mi casa —añadió.


De repente, sintió algo que no había experimentado desde hacía mucho tiempo. Cerró los ojos, tratando así de apartar los tristes recuerdos que le vinieron al pensamiento. Pedro lanzó una maldición, la tomó entre sus brazos y la llevó al sofá.


—Te dejo hacer demasiado. 


—¡Tonterías! No he hecho nada en todo el fin de semana aparte de dar órdenes, y tú me has hecho que lo hiciera desde el sofá. No me encuentro mal, de verdad. Venga, Pedro, déjame en el suelo.


—Entonces, ¿Qué te pasa? Parece que te duele algo.


Efectivamente así era, pero no del modo que él pensaba.


—La escalera me recordó a cuando yo era pequeña. Nuestra casa era grande y muy vieja, como esta. No teníamos mucho dinero, pero teníamos mucho amor.


—¿Viven tus padres en Texas?


—Lo hicieron hasta que, durante mi primer año en la universidad, murieron en un accidente de coche.


Pedro la dejó encima del sofá y se sentó a su lado.


—Lo siento. No lo sabía.


Paula no había compartido mucho de su pasado con nadie, pero se imaginó que el padre de sus hijos tenía derecho a saberlo.


—Hace muchos años. Debería estar acostumbrada a que no estuvieran aquí, pero no es así. Algunas veces, como ahora, veo algo que me trae recuerdos y es como volver a perderlos de nuevo.


—¿No tienes más familia?


—No. Tú me dijiste que tenías un hermano. ¿Vive en Hale?


Pedro se puso de pie y cruzó el salón para ir a mirar por una ventana.


—Federico y su esposa, y también mis padres, viven en la ciudad. Federico y Horacio tienen un bufete en ese nuevo edificio que hay al otro lado de la ciudad.


Hasta que Pedro le había abierto las puertas de su vida, había pensado criar a su hijo sola, pero después de las complicaciones que había tenido en los primeros días de su embarazo, ya no quería estar sola. Si le ocurría algo como les había pasado a sus padres, quería que sus hijos tuvieran a alguien fuerte para que cuidara de ellos, alguien como él.


—Tienes mucha suerte de vivir tan cerca de tu familia. Al menos nuestros hijos tendrán unos abuelos, un tío y una tía.


—Todavía no se lo he dicho a mis padres —replicó él, muy serio.


—Pero piensas hacerlo, ¿Verdad? Como mis padres ya no están, solo nos quedan los tuyos. Tienes que decírselo.


—No lo sé —musitó, mientras se daba la vuelta y volvía al sofá—. No voy a decirle nada a nadie hasta que no descubra cómo decírselo a mi hermano. Después de que fallara el último intento de la inseminación, Federico y su esposa decidieron dejar de intentarlo durante un tiempo. Me imagino lo que les haría sufrir enterarse de esta noticia.


—Lo siento. Sé lo doloroso que es pasar por esas pruebas, rezar todo el tiempo, tratando de no hacerte ilusiones pero siendo incapaz de no hacerlo. Tienes mucha razón al tener en cuenta sus sentimientos. Siento haberte puesto en una posición muy difícil. Si quieres, podemos hacer que vengan una noche y se lo diremos entonces.


—No. Me iré con mi hermano a alguna parte, solos los dos. No sé ni cómo decirle que voy a ser padre cuando él es el que se merece tener un hijo —añadió, antes de marcharse hacia la cocina.


—Pedro, ¿Y tus padres? —le preguntó, haciendo que se detuviera—. ¿Qué te parece si se lo dices primero para que puedan ser un apoyo moral para tu hermano cuando hables con él?


—No conoces a mis padres —respondió él, sin volverse, desde la puerta de la cocina—. No recibirán de bien grado esta noticia. Mi madre se alegrará cuando se recupere de la conmoción inicial, pero las cosas son diferentes con mi padre. Creo que será mejor que se lo diga a Federico solo.


Paula escuchó cómo los pasos de Pedro se perdían en la distancia. Entonces, se oyó que cerraba de un golpe la puerta trasera. Su temor era tan tangible que estaba haciendo que se sintiera como una extraña. 


Nuestros Bebés: Capítulo 34

 —Pedro...


—¿Sí? —preguntó él, mientras abría la puerta.


—Soy una mujer hecha y derecha. Puedo ir a darme un paseo sin perderme.


—¿Tienes buen sentido de la orientación?


—Sí.


—¿Y qué te parecen las serpientes? 


—¿Las serpientes? —preguntó ella, atemorizada—. ¿Es demasiado tarde para que pueda cambiar de opinión sobre vivir en esta casa?


—Sí. No quiero que corras ningún riesgo hasta que yo tenga oportunidad de cortar todas esas hierbas. ¿O hay algo más que te haga querer salir corriendo de aquí? Sé que este lugar no parece mucho desde el exterior, pero creo que estarás cómoda. Me he centrado en remodelar el interior desde que lo compré y había planeado pintar la casa y el granero cuando venga el buen tiempo, en primavera.


Paula nunca habría creído que él era el tipo de hombre que hacía lo que su ex había considerado trabajos despreciables. Todo lo que había averiguado sobre Pedro desde el día en que él había anunciado que era el padre de sus hijos era completamente opuesto a lo que ella había creído de él.


—¿Acaso crees que algo tan insignificante como una mano de pintura va a impedir que me quede aquí?


—Supongo que no —contestó Pedro, mientras abría la puerta de par en par.


Encendió las luces e hizo que Paula pasara al interior para cerrar la puerta. El suelo, que era de madera, relucía bajo una lámpara hecha con la rueda de un carro. Lo que vió privó a Paula de la capacidad para hablar. Se sintió como si la hubieran transportado a otra época. Miró a su alrededor. Todo estaba decorado en estilo rústico, lo que le daba a la enorme sala un aspecto muy cálido. Pedro le indicó el camino más allá de una preciosa escalera hasta un pasillo. Pasaron una puerta cerrada, que él identificó como su dormitorio y luego le mostró otra habitación, que era donde había puesto su cama. A continuación, le mostró el cuarto de baño y la cocina. Allí abrió una puerta que ella creyó que era una alacena, pero que resultó tener escaleras.


—No quiero que bajes al sótano.


—¿Es que hay serpientes?


—No, pero la escalera es muy inestable y tengo miedo de que te caigas. Además, no hay nada de interés ahí debajo, a excepción de unas cuantas herramientas —explicó. Tras cerrar la puerta, la acompañó de nuevo al salón y le mostró la escalera—. Esta lleva al segundo piso y a la buhardilla, aunque lo tengo cerrado dado que no he trabajado más allá de esta planta. Todavía me queda mucho por hacer, pero voy avanzando. 


—Esto no es lo que yo hubiera esperado —admitió, acariciando suavemente la barandilla de madera.


—¿De verdad? ¿Pero dónde creías que vivía? ¿En un chamizo?


—No, pero cuando entras en nuestras oficinas, siempre llevas puesta una camisa bien almidonada, un traje oscuro y un ceño bien puesto en el rostro. Si una se basa en tu reputación, eres un profesional de mucho éxito.


—Es decir, que esperabas jardines bien cuidados y un vecindario de postín, ¿Verdad? Me has confundido con mi padre.


—Pedro, yo... —susurró ella, sin saber qué decir—. Eso era antes de... Lo único que quería decir era que esto no era lo que yo esperaba.


Él dió un paso al frente y se acercó a Paula hasta que impidió que ella pudiera ver más allá. Así, no le quedó más remedio que levantar la vista y mirarlo.


—No tengas miedo de decir lo que piensas. Si queremos que esto salga bien, tenemos que ser sinceros el uno con el otro, aunque resulte difícil.


—De acuerdo. 

Nuestros Bebés: Capítulo 33

Paula no sabía en qué clase de casa esperaba que viviera Pedro, pero desde luego no era una enorme granja de aspecto victoriano. A la izquierda del edificio principal había un granero cuya pintura estaba ajada por el tiempo y el sol de Texas. Una puerta estaba descolgada y la otra le faltaba. Notó una pequeña caseta, visible a cierta distancia detrás de la casa. Estaba un poco inclinada hacia un lado y tenía una luna cortada en lo alto de la puerta. Parecía una caseta de juegos para los niños, aunque más alta.


—¿Es eso lo que creo que es?


—Es un retrete —respondió él, mientras la ayudaba a salir de la furgoneta.


—¿Es que no tienes cuartos de baño en el interior?


—¿Qué? ¿Es que te preocupa tener que salir descalza por las mañanas temprano, pisando el rocío que hay en la hierba?


—No me molestaría en absoluto —replicó ella, encantada de estar en el campo y dejar atrás los ruidos que se había acostumbrado a escuchar—. Desde que dejé la universidad, la única hierba que he visto de cerca ha sido la que crece en el estacionamiento.


—Puedes caminar todo lo que quieras por aquí... Mientras el médico te dé su autorización, pero no vayas a explorar sola.


—¿Por qué no?


—No quiero que te vayas por ahí sin mí.


—Entiendo. Creo que, antes de acceder a vivir contigo, debería haberte preguntado cuáles eran tus expectativas —respondió ella. 


¿Sería posible que estuviera pensando en tenerla bajo llave?


—¿Expectativas?


—Es decir... Tú eres un hombre. Y yo una mujer.


—¿De verdad? —bromeó Pedro—. No me había dado cuenta. 


—No me lo vas a poner fácil, ¿Verdad?


—No —comentó él riendo—. No tengo ninguna expectativa, así que puedes relajarte.


De repente, un perro negro dió la vuelta a la esquina de la casa y empezó a ladrar.


—Es Kira. Es un cruce de Chow y de Labrador. Es la perra con mejor carácter que podrías encontrar.


Al ver que la perra se acercaba, Pedro se agachó y empezó a acariciarla. La cabeza de la perra se parecía a la de un oso y tenía la lengua negra. El largo pelo se parecía al de una oveja. Kira se acercó a Paula, que se agachó para acariciarla. La perra le olisqueó la mano y empezó a menear la cola.


—¿Y no tiene calor durante el verano?


—Bueno, hay un tanque ahí detrás. Cuando no está importunando a los gatos o persiguiendo conejos, está dentro.


—¿También tienes gatos?


—Sí. Están en el granero o debajo de la casa. Venga. Tienes que descansar.


Cuando la tomó de la mano y empezó a tirar de ella en dirección a la casa, Paula se detuvo para contemplar los pastos que los rodeaban.


—¿Necesitas mi ayuda? —le preguntó él, tras girarse para mirarla.


—Te estás comportando como si yo fuera una inválida. Te prometo que soy más que capaz de ir andando a la casa.


Pedro la miró muy serio, pero finalmente la soltó. Caminó hasta su lado hasta que llegaron a la escalera del porche. Entonces, la agarró con fuerza por el codo. 

Nuestros Bebés: Capítulo 32

 —Vamos a casa —susurró, conteniéndose a duras penas.


—¿A casa?


—Quiero que consideres que mi casa es tu casa.


—Espero que no estemos cometiendo un error.


—¿Crees que podría ser así?


—No lo sé. Ojalá lo supiera.


—Comprendo cómo debes sentirte —dijo él, mientras le entregaba el libro y la ayudaba a ponerse de pie—, dejando tu departamento y viniéndote a vivir conmigo. Si yo estuviera de alquiler, habría dejado mi casa y me habría venido aquí contigo. Dado que mi casa es de mi propiedad y es mayor, creo que hemos tomado la decisión más lógica.


—Lo sé y aprecio todo lo que has hecho...


—¿Pero?


—Hay muchas cosas que podrían ir mal.


—¿Como cuáles?


—En primer lugar, que mi jefe lo descubriera. Si se entera de que estamos viviendo juntos, perderé mi trabajo.


A Pedro no le parecía que aquello fuera una gran pérdida. Consideraba que Williams era un estúpido de primera clase.


—Hay otros trabajos, mucho mejores, en los que se te apreciará y no se te hará trabajar hasta desfallecer. Sin embargo, eso no es algo que tengamos que tener en cuenta ahora. Primero, tenemos que controlar esa hemorragia. Después, cuando el médico diga que todo va bien, podrás volver a trabajar media jornada. ¿Quieres que llame a Williams mañana por la mañana y se lo explique todo?


—No. Yo lo haré. No tienes muy buena opinión de mi jefe, ¿Verdad?


—¿Se me nota?


—Un poco. Sé que se da muchos aires, pero a mí me gusta lo que hago. Además, me ayuda a pagar el alquiler.


—Ya no pagas el alquiler. De eso me encargo yo.


—Sí, pero cuando...


—No, Paula. Recuerda que dijimos que iríamos poco a poco.


—De acuerdo —susurró ella, con una débil sonrisa.


—De ahora en adelante, seré yo el que se preocupe. Tu único trabajo será hacer que mis hijos estén bien.


—«Nuestros» hijos.


Pedro se echó a reír y cerró la puerta del departamento.


—¿Eres una de esas mujeres que siempre tienen que tener la última palabra?


—¿Quién? ¿Yo? —replicó Paula, con fingida inocencia.


El temblor que le recorrió la espalda no fue causado por el frío viento del norte de Texas. La estrechó contra su cuerpo mientras bajaban las escaleras. Trató de no prestar atención al modo en que ella se apretaba contra él, pero no lo consiguió. Una vez más, se preguntó por qué aquella mujer lo afectaba de aquel modo y quiso saber cómo iba a poder vivir con ella en la misma casa sin volverse loco. 

Nuestros Bebés: Capítulo 31

Paula extendió la mano derecha.


—Señor Fiscal, ya tiene compañera de piso.


—¿Estás segura? —preguntó Pedro, con una espléndida sonrisa—. Una vez que te vengas a vivir conmigo, no hay vuelta atrás.


¿Cómo podía estarlo? Las certidumbres del pasado habían terminado en traición y la habían dejado destrozada y sola. Aquella vez, pondría a sus hijos por delante de todo. Había tomado la decisión de irse a vivir con Pedro con los ojos muy abiertos y no dejaría que su atractivo rostro la cegara.


—Sí, estoy segura.



Al domingo siguiente por la tarde, Pedro se quedó de pie al lado del sofá durante un largo momento, observando cómo dormía Paula. El día de la mudanza había sido mucho más duro para ella de lo que había pensado. Había querido ir con él a recoger sus últimas cosas para llevarlas a la casa de él, pero después de cargar su cama y su ropa, no había quedado sitio en la furgoneta, por lo que se había quedado allí para descansar. Al verla tan profundamente dormida, le costaba despertarla. Era una mujer muy menuda, pero luchadora. Recorrió a placer con la mirada su nariz pecosa, una barbilla testaruda y unos labios que, en sueños, esbozaban una sonrisa. Si alguien se merecía sonreír, esa era Paula. Era una buena mujer y tenía la intención de hacer todo lo que pudiera para darle motivos para sonreír. No sabía mucho de embarazos ni de lo que podía esperar en los siguientes meses, pero haría todo lo posible para hacer que se sintiera segura y feliz. Se inclinó sobre ella y recogió el libro que tenía sobre el vientre. Había pensado en tomarla en brazos y levantarla, pero no pudo evitar fijarse en el vientre en el que crecían sus hijos. Hijos. Sintió una fuerte llama que lo abrasaba por dentro. Una semana antes, su única preocupación había sido sacar chicos de la calle y esperar que Mariana concibiera. Días después, sabía que iba a ser el padre de dos niños. Se preguntó si serían dos niños, dos niñas o la parejita. No importaba. Los querría igual, fueran lo que fueran. Para ser sincero, ya los quería. Los niños crecerían sabiendo su amor, pero primero tendría que cuidar de Paula. ¿Durante cuánto tiempo? ¿Le habría dicho el médico la fecha aproximada del parto? Miró el libro que tenía en la mano y se sentó en el borde del sofá para empezar a leer.


—¿Pedro?


Al levantar los ojos, viƥ que Paula lo estaba observando. El sueño le había dado un aspecto dulce y deseable y la necesidad de protegerla lo sacudió con fuerza. Lo único que le impidió tomarla entre sus brazos fue que el sueño también había dejado al descubierto su vulnerabilidad. Recordó que le había pedido que confiara en él y necesitaba demostrarle que era digno de esa confianza, algo que no siempre había ocurrido. 


lunes, 25 de noviembre de 2024

Nuestros Bebés: Capítulo 30

 —El médico ya nos ha advertido que los partos múltiples pueden acarrear complicaciones. Aunque todo vaya bien, y espero que así sea, tus gastos después de que nazcan los niños serán el doble de lo que habías esperado. Vas a necesitar cada centavo que hayas ahorrado y probablemente más. Confieso que no me gusta la idea de que tengas que depender de tu ex marido. ¿Qué harás si no te pasa el siguiente plazo? Por muy de fiar que sea, ¿cuánto tiempo crees que los dos niños y tú pueden vivir con cuatro plazos anuales de cinco mil dólares cada uno? Si te quedas a vivir conmigo conseguirás dos cosas. Primero, te permitirá ahorrar dinero para más adelante. 


—¿Y cuál es la otra?


—Yo te podré ayudar.


Paula contempló cómo las manos de Pedro asían la suya. El contacto la distraía, pero también la reconfortaba, igual que había ocurrido anteriormente en la consulta del doctor Rollins. Sin embargo, la enormidad de lo que había ocurrido aquella semana pasada la abrumaba y asustaba al mismo tiempo. De repente, él le soltó la mano y se sacó una fotografía del bolsillo de la camisa. La estudió durante un momento. Sus rasgos se suavizaron y sonrió antes de dársela.


—La enfermera me dió esto mientras tú te estabas vistiendo.


Paula tomó la fotografía, que era un duplicado de lo que habían visto en la pantalla de ultrasonidos. Sus niños. Tuvo que contener las lágrimas.


—Nunca me he parado a considerar lo que ocurriría si me quedaba embarazada. Después de años de someterme a pruebas e incluso una fecundación in vitro que no salió bien, casi me había dado por vencida. Sinceramente, no creí que pudiera tener un hijo nunca.


—Sin embargo, así es.


—Quería tanto un hijo que me centré solo en eso. No pensaba en otra cosa. Sabiéndolo, nunca pondría en peligro a un hijo mío, pero eso es lo que he hecho.


—No puedes cambiar lo que ocurrió ayer o el día anterior, pero puedes cambiar lo que ocurrirá mañana. De ahora en adelante —añadió, apartándole un mechón de la sien—, tú o yo ya no importamos. Solo nuestros hijos y lo que sea mejor para ellos.


—Quiero hacer lo mejor para ellos, pero tengo miedo de equivocarme.


—Los dos hemos cometido errores. Yo estoy dispuesto a hacer lo que sea para dar a nuestros hijos una oportunidad, pero no puedo hacerlo solo. Y tú tampoco. Confía en mí, Paula, para hacer lo que es mejor para tí y para nuestros hijos. Vente a vivir conmigo.


Paula miró una vez más la ecografía. Eran tan pequeños... Tan indefensos. ¿Qué era lo mejor para ellos? Su ex marido había provocado que le resultara imposible confiar en otro hombre. Sin embargo, sabía que Pedro tenía razón. Mudarse a vivir con él no significaba darle el control de todo. Ni confiar en él. 

Nuestros Bebés: Capítulo 29

 —Creo que no. Se casó con su secretaria. He oído que ella lo ha endeudado hasta el punto de hipotecarle hasta el título de licenciado en Derecho.


—¿Es abogado?


—Sí. Ejerce en un bufete muy grande de Austin.


Pedro se puso de pie y empezó a pasear por la sala.


—Entonces, no veo que nos quede mucha elección.


—No te comprendo —respondió ella, incorporándose en el sofá.


—Vas a tener que venirte a vivir conmigo.


—¡Ni hablar! —exclamó ella, al tiempo que apartaba la manta y se ponía de pie. 


Pedro le bloqueó rápidamente la escapada.


—¿Quieres escucharme? Se trata de mis hijos. Es mi deber ayudarte.


—¿Sabes una cosa, Pedro? No sé lo que les pasa a los hombres y a su sentido del deber, pero estoy harta de que se me diga qué es lo que tengo que hacer —le espetó ella, golpeándole con el índice en el pecho y dando un paso adelante.


—Estoy pensando en tí y en los niños.


—Tienes que recordar que también son mis hijos.


—En eso tienes razón, pero acuérdate de lo que dijo el médico sobre guardar reposo —añadió, en un tono muy suave de voz. Entonces, la agarró por los hombros y la volvió a tumbar en el sofá, para cubrirla enseguida con la manta—. Tenemos que hablar de esto.


—No es necesario —replicó ella, al ver que Pedro se sentaba a su lado, en una silla.


—¿Por qué no? No tendrás miedo de mí, ¿Verdad?


—¿Miedo? Nunca he... De acuerdo, antes me sentía un poco intimidada por tí, pero ya no.


—Bien. ¿Por qué no crees que sea necesario que te quedes a vivir conmigo?


—Estamos hablando de solamente dos semanas. Después de eso, si todo va bien, podré volver a trabajar. 


—El médico dijo que podría ser incluso un mes y que después de eso quiere que solo trabajes media jornada. Eso significa que tendrás que salir adelante con la mitad del dinero al que estás acostumbrada.


—Si tengo cuidado, lo que tengo en el banco junto con mi sueldo será suficiente.


—No hay razón para terminar con tus ahorros cuando yo estoy dispuesto a...


—Pedro —dijo ella, mientras le colocaba la mano en la rodilla—. Discutir no nos va a llevar a ninguna parte.


—En eso tienes razón.


—¿De verdad? —preguntó Paula, sorprendida de que estuviera de acuerdo con ella.


—Sí. Necesitamos unir fuerzas.


—¿Qué quieres decir con eso? —quiso saber ella. Cuando trató de apartar la mano, él se la atrapó con la suya.


—Nuestro objetivo debería ser que nuestros hijos estén saludables. En vez de discutir, deberíamos estar utilizando nuestras energías combinadas para asegurarnos de que se queden donde están durante el mayor tiempo posible.


—¿Y cómo te propones que lo hagamos?


—Vente a vivir conmigo. Déjame cuidarte.


—No sé...


—Tenerte en mi casa no me supondrá gastos extraordinarios, pero piensa en lo que tú ahorrarás en alquiler y todo lo demás.


—Tal vez mil dólares al mes —admitió Paula. 

Nuestros Bebés: Capítulo 28

 —Además, estaba la fecundación in vitro. Costó trece mil dólares.


—¿Trece mil dólares? —repitió él, incrédulo.


—No, de pesos —replico Paula, en tono de sorna—. No sé por qué tengo que darte explicaciones. Es mi dinero y puedo hacer con él lo que me parezca. Hasta que esto ocurrió, me iba estupendamente.


—Yo te lo habría hecho gratis.


—¿Cómo dices?


—He dicho que te lo habría hecho...


—Te he oído —le interrumpió ella, sonrojándose—, pero no estaba segura de haberte entendido correctamente. Sin embargo, no creo que hubiera funcionado.


—Te aseguro que funciona perfectamente. 


—No me refería a eso —susurró ella, enrojeciéndose aún más—. Tengo obstruidas las trompas de Falopio, así que, aunque lo hubieras hecho gratis, no habría funcionado.


—Lo siento —dijo Pedro, muy avergonzado.


No se había parado a pensar en por qué había optado por la fecundación in vitro. Evidentemente, ella creía que su condición médica la convertía en una mujer con problemas. Sin embargo, para Pedro, descubrir todo lo que había pasado para tener un hijo había hecho que la estima que sentía por ella subiera aún más. No había muchas mujeres dispuestas a todo aquello por tener un hijo.


—Porque tengas un problema médico que hace que te resulte difícil concebir, no significa en modo alguno que eres inferior. Por ejemplo, mi hermano tiene un nivel muy bajo de espermatozoides.


—Sí, recuerdo que me lo contaste. No podía entender por qué habrías donado esperma si tienes unos sentimientos tan fuertes por verte implicado en la vida de tu hijo.


—Desde más allá de lo que puedo recordar, he admirado a mi hermano mayor. Siempre parecía que a él todo le resultaba muy fácil. Yo, por otra parte, siempre parecía estar metido en líos. Él intercedía entre mis padres y yo. Cuando yo llegaba más tarde de la hora a la que debía estar en casa, Federico inventaba excusas por mí y me dejaba la ventana abierta para que yo pudiera entrar sin que me sorprendieran.


Pedro se dió cuenta de repente que jamás le había contado aquellas cosas a nadie. Paula tenía algo que le hacía abrirse y hablar de su vida.


—Parece que los dos tienen una relación muy especial.


—Así es. No estamos tan unidos como solíamos estarlo, pero todo cambió después de que yo me marchara a la universidad. Ahora, Federico está casado y, bueno, es diferente. Si Mariana se hubiera quedado embarazada, yo nunca habría tenido una relación padre-hijo con el niño, pero no podía defraudarlo cuando más me necesitaba.


—Yo siempre he querido tener un hermano o una hermana, pero soy hija única.


—Paula, ¿Hay alguna posibilidad de que tu ex pague la otra mitad de lo que te debe de una vez? —preguntó él, volviendo al tema económico. 

Nuestros Bebés: Capítulo 27

Entonces, se giró y abrió la puerta del armario. Había tres pares de zapatos, perfectamente alineados en el suelo. En el interior, un par de vestidos, blusas, pantalones y faldas llenaban la mitad del mueble. El resto estaba vacío. Al levantar la mirada, vio dos mantas. Tomó una.  Su madre siempre le había dicho que el armario de una mujer revelaba sus más íntimos secretos. No lo había comprendido hasta entonces. Las pocas cosas que allí había sugerían un estilo de vida frugal. Cerró la puerta, preguntándose cómo se las arreglaría económicamente. Le parecía evidente que miraba cada centavo que gastaba. Regresó al salón y extendió la manta encima de Paula, quien se había tumbado por fin en el sofá. Entonces, se sentó en una silla, a su lado, pensando en lo que quería decir y escogiendo las palabras muy cuidadosamente.


—¿Es que te vas de viaje? —preguntó, mirando la maleta que estaba en el suelo.


—¿De viaje? No, hice esa maleta por si tenía que quedarme en el hospital.


—Pero no te la llevaste.


—Porque tú entraste aquí como un Neandertal y me sacaste a toda velocidad. A pesar de lo que pienses, no estaba apresurándome. No es mi estilo.


—Entonces, ¿Cuáles son exactamente tus planes?


—No lo sé. Pensé que lo tenía todo bien planeado, pero nunca había considerado... Necesito más tiempo para pensarlo.


—¿Tienes familia que te pueda echar una mano?


—No.


—¿Algún pariente lejano?


—No.


—¿Novio?


—Eso no es asunto tuyo —replicó ella, levantando la barbilla con gesto orgulloso.


—Creo que, dadas las circunstancias, sí lo es.


Paula suspiró.


—No, no tengo novio.


Pedro reprimió una sonrisa, pero decidió no prestar atención a aquella reacción al saber que no había nadie especial en su vida. 


—¿Y dinero?


—Realmente, no veo...


—Estoy tratando de ayudarte.


—Yo no te he pedido tu ayuda.


—Pero yo te la estoy ofreciendo de todos modos. ¿Tienes ahorros o fondos de inversión?


—Más o menos.


—¿Qué significa eso?


—El divorcio. Se me concedieron cuarenta mil dólares. He recibido la mitad y se me dará la otra mitad en cuatro pagos anuales, que comenzará cuando mi... Cuando Javier reciba su paga extra anual de la empresa para la que trabaja.


—¿Cuánto te queda de la primera mitad? —le preguntó él, notando lo incómoda que Paula se sentía al hablar de su ex marido.


—Unos dos mil dólares.


—¿Y qué le ha ocurrido al resto? —quiso saber Pedro, atónito de que hubiera podido gastar ya tanto dinero.


—Tuve los gastos de la mudanza, la fianza del departamento y el seguro del coche. ¿Qué quieres? ¿Que te dé una minuta detallada de cómo lo he gastado?


—No creo que eso cueste casi veinte mil dólares. 

Nuestros Bebés: Capítulo 26

 —Algunas mujeres manchan durante todo el embarazo, pero, hasta que veamos cuál es su caso, voy a clasificarla como de alto riesgo. Eso significa que no puede conducir, ni ir a la compra ni trabajar. Quiero que el papá la trate como si fuera una reina —añadió, mirando a Pedro—. Usted se ocupará de la cocina y de lavar la ropa o contratará a alguien que lo haga, pero quiero que esté en la cama durante dos semanas, un mes o lo que tarde en parar de sangrar. Después de eso, podrá levantarse y estar por la casa durante una hora para luego volver a meterse en la cama durante dos horas. No podrá levantar peso ni limpiar. Nada durante al menos dos semanas. Entonces, siempre que vaya bien y no esté sangrando, podrá volver a trabajar, pero solo para media jornada. Y quiero que vuelva a venir a consulta antes de que empiece a trabajar. Vamos a tomar esto día a día.


—Yo me encargaré de que siga sus instrucciones —dijo Pedro.


Paula nunca había pensado que podría haber complicaciones con su embarazo. Se dió cuenta de que, si no tenía cuidado, podría haberse quedado embarazada solo para perder a sus hijos. Sería muy difícil dejar de trabajar durante dos semanas, cuando estaban tan ocupados, pero encontraría el modo de hacerlo. No le quedaba elección. Ya no podía imaginarse el futuro sin sus hijos. 



—Aprecio mucho que me hayas llevado a ver al doctor Rollins y que te hayas quedado conmigo, pero ahora estoy bien.


Pedro siguió a Paula hasta el interior de su departamento.


—Tú y yo tenemos unos asuntos sin acabar entre manos, es decir, si te sientes con fuerzas.


En la consulta del médico, mientras esperaba que ella se vistiera, Pedro había llamado a su despacho y les había dicho que cancelaran todas sus citas para el día siguiente, algo que no había hecho nunca... Hasta conocer a Paula.


—Asuntos sin acabar... Creo que no.


—Estoy seguro de que los dos sabemos que es así. ¿Por qué no te tumbas en el sofá?


—Mira Pedro...


—El doctor dijo que debías estar en la cama y pienso ocuparme de que sigas sus consejos. ¿Dónde puedo encontrar una manta?


—En el armario de mi dormitorio.


Al ver que Paula seguía de pie, él la miró significativamente y le indicó el sofá antes de irse a buscar la manta. Cuando entró en el dormitorio, aspiró un fuerte aroma a vainilla. No sabía lo que había esperado, pero no era aquel dormitorio decorado al estilo antiguo, con una cama doble cubierta con una colcha beige hecha de ganchillo. Sobre una mecedora, que estaba al lado de una mesita redonda y una lámpara, había un libro abierto. Lo levantó y examinó la cubierta. Los primeros meses de embarazo. Con una sonrisa en los labios, volvió a colocar el libro donde estaba. 

viernes, 22 de noviembre de 2024

Nuestros Bebés: Capítulo 25

Paula había sabido desde el principio que había muchos inconvenientes para los nacimientos múltiples, pero solo le quedaban tres óvulos y, además, disponía del dinero necesario para una única fecundación in vitro. Había decidido que iría por todas y no se lamentaba de su decisión, fuera lo que fuera lo que tuviera que soportar.


—Deseaba tanto tener un hijo que estaba dispuesta a correr el riesgo de que los tres óvulos arraigaran.


Pedro le soltó la mano y le secó las lágrimas con las yemas de los dedos.


—Bueno, pues parece que tenemos dos.


Ella lo miró atentamente y vio la preocupación que había en sus ojos y algo más que no pudo comprender. De repente, Pedro había introducido el concepto de «Nosotros», cuando para Paula siempre había sido ella sola, lo que le preocupaba una serie de sensaciones que no lograba entender. Se había portado muy bien con ella en la visita al médico pero, ¿Cuánto estaba ella dispuesta a darle a cambio? Sin embargo, en aquellos momentos, no deseaba pensar en aquello. Para ella, su única preocupación era la salud de sus hijos.


—Pedro, sé que esto es mucho más de lo que habías supuesto. Quiero que sepas que asumo una total responsabilidad por estos niños.


—Ya no.


—¿Qué quieres decir con eso?


—No sé exactamente lo que quiero decir, pero te aseguro que haré lo que debo. No tendrás que pasar por esto sola.


Paula experimentó una sensación de haber vivido antes aquella situación. Un temblor le recorrió la espina dorsal. Su ex marido le había hecho la misma promesa cuando habían sabido que ella tenía obstruidas las trompas de Falopio, lo que impedía concebir de manera natural. Ella había sido una ingenua y lo había creído. Más tarde, había descubierto que, mientras ella se sometía a todas las pruebas necesarias para quedarse embarazada, él había estado teniendo una aventura con su secretaria. Nunca más.


—No estaré sola. Tengo a mis hijos.


—Bueno, ahora también me tienes a mí. Bueno, doctor —añadió, refiriéndose al médico, que estaba escribiendo notas en el expediente de Paula—, ¿Ve alguno más escondido por ahí?


—Resulta difícil asegurarlo en estos momentos —respondió, girando la silla al mismo tiempo para volverse a mirarlos—, pero creo que no. 


—¿Están bien los dos niños? —preguntó Paula, muy ansiosa.


—No veo nada inusual —contestó el doctor, mientras le limpiaba el gel del vientre con una toalla.


—¿Y la hemorragia?¿Tiene relación con el óvulo que no consiguió arraigar? —le preguntó Pedro.


—Creo que no. Paula es una mujer muy menuda. Cuando hay embarazos múltiples, el riesgo se multiplica por tantos fetos como haya. Esto será lo que haremos. Quiero que su esposa se tome las cosas con calma.


—No es mi...


—¿Y mi trabajo? —quiso saber Paula, interrumpiendo las palabras de Pedro.


—¿Cuál es su profesión?


—Trabajo como secretaria en un bufete de abogados.


—Anoche trabajó hasta las nueve —dijo Pedro—. Conociendo a su jefe, decir que tiene mucho estrés en su trabajo no es una exageración.


—No está tan mal —susurró Paula.


—Con los embarazos múltiples, la posibilidad de que se adelante el parto es una seguridad y usted ya está teniendo problemas. Si quiere que estos niños tengan una posibilidad, va a tener que ser sincera conmigo. 


—De acuerdo —respondió ella. No estaba dispuesta a hacer nada que pusiera en peligro la salud de sus hijos.


—¿Está sometida a mucho estrés en su trabajo?


—Sí.


—¿Trabaja muchas horas extras?


—Sí.


—Sé que esto va a ser muy difícil, pero no recomendaría que siguiera trabajando si no creyera que es absolutamente necesario.


Paula asintió débilmente y parpadeó para evitar que se le cayeran las lágrimas. 

Nuestros Bebés: Capítulo 24

 —Por favor, que estés bien...


La puerta se abrió a los pocos segundos y entró el doctor Rollins, seguido de Pedro. Este parecía muy nervioso y un poco pálido, a pesar de su bronceado. Se acercó a ella y le colocó una mano sobre el brazo.


—¿Qué te han dicho?


—Espera un poco, papá —le dijo el doctor Rollins—. Hablaremos dentro de un minuto. ¿Por qué no vas a la cabecera de la camilla y te colocas detrás de la mamá para que podamos ver qué es lo que está pasando ahí dentro?


Pedro rodeó la camilla inmediatamente y se colocó donde el médico le había indicado. Aunque también le hacía sentirse algo inquieta, Paula no pudo obviar la tranquilidad que su presencia le transmitía, algo que no terminaba de gustarle. Decidió que se ocuparía de aquellos sentimientos al día siguiente, no precisamente cuando tanto le necesitaba. Contempló la sala con una expresión que hizo que ella comprendiera que nunca había estado antes en una sala de reconocimiento ginecológico. Si las circunstancias hubieran sido diferentes, la expresión de su rostro la habría hecho reír. El doctor Rollins le colocó una segunda sábana encima y se la ajustó para exponer únicamente el abdomen. A continuación, encendió los indicadores de una pantalla de ordenador y luego le echó un gel transparente en el estómago. Paula se sobresaltó y contuvo rápidamente el aliento.


—¿Qué pasa? —le preguntó Pedro, inclinándose sobre ella para enmarcarle la cara entre las manos.


—El gel. Está muy frío.


—Oh.


—Lo siento. Debería de habértelo advertido —comentó el doctor Rollins, mientras le extendía el gel con una paleta sobre el vientre.


Pedro no hacía más que mirar del vientre de Paula a la pantalla del ordenador. Ella se preguntó si estaría la mitad de preocupado de lo que estaba ella. De vez en cuando, el médico se detenía para apretar un botón o ajustar un dial.


—¿Ve ya a mi hijo, doctor? 


—¿A su hijo?


Paula vió una pequeña imagen, prueba irrefutable de que estaba embarazada. De repente, los ojos se le llenaron de lágrimas y el corazón se le hinchió de amor por el niño que llevaba en su vientre.


—Podría ser una niña —añadió el doctor Rollins—. Todavía es demasiado pronto para saber el sexo. Dentro de otras dos semanas, podremos escucharle el corazón.


—Parece un cacahuete. ¿O es que estoy mirando lo que no es? — comentó Pedro.


Efectivamente, parecía un cacahuete. «Un valioso cacahuete», pensó Paula.


—Creo que ya veo el problema —dijo el médico, mientras señalaba una luz que se veía en la pantalla—. Hay otro.


El corazón de Paula empezó a latir a toda velocidad. Los ojos se le volvieron a llenar una vez más de lágrimas.


—¿Otro qué? —preguntó Pedro. 


Paula no estaba segura de quién había agarrado a quién, pero tenían las manos entrelazadas.


—Sí. Estoy seguro. Miren, aquí se les puede ver a los dos. Tienes un par de niños ahí dentro. Gemelos —confirmó el doctor Rollins, mientras apretaba otro botón y sacaba una hoja de papel oscuro de un lateral de la máquina.


—¿Gemelos? —preguntó Pedro.


—¿Solo dos? —quiso saber Paula. 


No podía soportar el hecho de que el tercer óvulo no hubiera sobrevivido al procedimiento.


—¿Qué quieres decir con eso de «Solo dos»? —replicó Pedro, mientras fruncía el ceño—. ¿Cuántos óvulos hiciste que te implantaran?


—Tres.


—¿Tres? ¿En qué estabas pensando?


El doctor Rollins los miró atónito antes de centrar de nuevo su atención en la pantalla del ordenador. 

Nuestros Bebés: Capítulo 23

La extensión del miedo que tenía por ella lo asustaba más que cualquier asesino o criminal al que se hubiera enfrentado. En los tribunales se sentía en su terreno y podía enfrentarse a cualquiera cosa, pero allí, cuando la vida de su hijo pendía de un hilo, se sentía inútil, inadecuado. Se dió cuenta de que no tenía influencia alguna sobre el destino. Sabía que no podía cambiar el pasado ni compensar a su familia por todo lo que les había hecho pasar en sus días rebeldes. Y tampoco podía devolverle la vida al niño que había perdido, pero haría todo lo posible para hacerlo bien por aquel. Y por Paula. Empezaría llevándola al hospital y permaneciendo a su lado hasta que supieran algo. Cuando el médico atajara la hemorragia, se ocuparía por mucho que ella protestara. Al menos hasta el nacimiento de su hijo. Y también después, si ella se lo permitía, porque, fuera lo que fuera lo que ocurriera entre Paula y él en el futuro, ella sería siempre la madre de su hijo.


Paula se subió a la camilla de exploración. Las visitas al médico, las inyecciones diarias de primero un medicamento y después de otro y la tediosa espera de los resultados de las pruebas, que siempre resultaban ser malas noticias, habían terminado por pasarle factura. Tras quedarse embarazada, no estaba segura de que quisiera escuchar lo que el doctor Rollins tenía que decir. A pesar de que sus temblores no tenían nada que ver con el aire acondicionado, se cubrió más con la sábana. El tocólogo se quitó unos guantes de goma y los tiró a una cubeta.


—No encuentro nada que sea motivo de preocupación. Sin embargo, vamos a hacer una ecografía para ver si esta nos muestra algo fuera de lo común. ¿Qué te parece si dejamos que pase el padre? Si no lo hacemos, va a hacer un surco en mi moqueta.


Paula se mordió la lengua para no decir que no. Pedro era el padre, un padre que, muy a su pesar, tenía ciertos derechos. La idea de que él entrara en la sala, cuando solo llevaba una fina bata de hospital y una sábana no colaboró para que se sintiera más tranquila. Estaba segura de que sería mejor que se quedara en la otra sala, pero no pudo encontrar palabras para negarse a su presencia. A pesar de sus desacuerdos sobre la implicación que Pedro debía tener en la vida de su hijo, había visto en él destellos de un lado tierno que ella desconocía. Aunque no habían alcanzado ningún acuerdo, lo necesitaba cerca para ayudarla a pasar por aquel trance. Después de escribir unas notas en el informe de Paula, el doctor Rollins y su enfermera salieron de la sala. Ella aprovechó aquella situación para asegurarse de que estaba bien cubierta por la sábana. Ya se había puesto en evidencia una vez aquella tarde, cuando se aferró a Pedro para lloriquearle sobre el hombro mientras él la transportaba a su vehículo. En aquellos momentos volvía a necesitar su fuerza y su apoyo, aunque aquello no significaba que confiara en él. Se cubrió el abdomen con las manos. Sería capaz de cualquier cosa con tal de evitar que aquel niño sufriera daño alguno. 

Nuestros Bebés: Capítulo 22

A las cuatro de aquella tarde, Pedro había dado por hecho que no podría hacer nada. Había ido al instituto para hablar con el asesor y con Kevin Johnson, el atribulado adolescente. Las cosas habían ido de mal a peor cuando Kevin había abandonado la sala sin darles una oportunidad para poder hablar. Desde que había llegado a su despacho, había sentido varias veces el deseo de llamar a Paula. Incluso había agarrado el teléfono en un par de ocasiones, pero, en el último minuto, había colgado. En aquellos momentos, estaba sentado en el interior de su vehículo, frente al departamento de ella, esperando que llegara a casa para asegurarse de que estaba bien. Había pensado en pasarse por su despacho, pero decidió que aquello no le serviría de nada. Sabía que estar allí esperando era una estupidez, pero desde el almuerzo había tenido la sensación de que algo no iba bien, que ella le necesitaba. Al ver movimientos en la ventana del departamento de ella, abrió la puerta del vehículo y salió al exterior. Tras mirar el reloj, empezó a subir los escalones de dos en dos. Sabía que se estaba comportando como un necio, pero Williams no solía dejar que sus empleados terminaran antes de la hora. Tal vez Paula le daría con la puerta en las narices, pero al menos sabría que estaba bien. Cuando llegó al rellano del segundo piso, se detuvo delante de la puerta. Tenía la respiración entrecortada, pero llamó inmediatamente. Después de lo que pareció una eternidad, se abrió la puerta. Paula iba vestida con unos pantalones vaqueros y jersey de cuello alto. Se había recogido el cabello en una coleta, lo que le daba un aire más juvenil que agradaba profundamente a Pedro. Sin embargo, la palidez que tenía en el rostro hizo que se le helara la sangre.


—¿Qué pasa?


—Pedro...


—¿Qué pasa? —insistió él, entrando en el apartamento.


—Estoy manchando —susurró ella, con los ojos llenos de lágrimas.


—¿Manchando?


—Sangrando.


—¿Has llamado al médico? —quiso saber Pedro, sintiendo que el corazón le empezaba a latir a toda velocidad. 


—Sí. He hablado con el doctor Rollins, mi tocólogo. Ya ha terminado sus visitas de por la tarde y me dijo que me recibiría en su consulta.


—¿Cuándo?


—Dentro de quince minutos.


—¿Por qué no me has llamado? —le dijo él. Paula abrió la mano y le mostró su tarjeta de visita, completamente arrugada—. ¿Dónde tienes el abrigo?


Rápidamente, examinó el salón y vió un abrigo debajo de una maleta a medio hacer. Mientras la ayudaba a ponérselo, se preguntó si aquello significaba que ella había pensado marcharse de la ciudad. Sin embargo, aquello no era la prioridad en aquellos momentos. Cuando hubo terminado, la tomó en brazos. Había preparado legajos jurídicos que pensaban más que ella.


—¿Qué estás haciendo?


—Llevarte al médico —respondió él, mientras cerraba la puerta del departamento y la llevaba escaleras abajo.


—¿Pedro?


—¿Sí?


—Tengo miedo —susurró Paula, tras apoyar la cabeza sobre el hombro de él—. Tengo mucho, mucho miedo.


Pedro sintió que se le hacía un nudo en el estómago. Con mucho cuidado, abrió la puerta del pasajero y la colocó dentro. Tenía un aspecto tan frágil...


—Yo también, Paula. Yo también... 

Nuestros Bebés: Capítulo 21

 —¿Estás segura? —insistió él, tomando asiento por fin.


—Sí. Solo se me ha rebelado un poco el estómago por verte comer esa carne casi cruda. Es realmente asqueroso.


Pedro la miró lleno de dudas. Finalmente, apartó el tenedor de la carne.


—Un niño no puede sobrevivir solo con un vaso de leche... Y tampoco puede hacerlo una mujer embarazada. ¿Te saltas siempre el almuerzo? Si es por dinero...


—No tiene nada que ver con el dinero. Normalmente como, pero hoy no me apetecía —dijo, mientras sacaba dos dólares del bolso y los dejaba encima de la mesa. Entonces, se levantó y tomó su chaqueta—. Esta ha sido una experiencia fantástica, Pedro, pero algunos de nosotros tenemos que trabajar para ganarnos la vida.


—Te invito yo —dijo él, tomando el dinero y volviendo a metérselo en el monedero—. Escucha, Paula, si no te empiezas a sentir mejor, me gustaría que fueras a ver a un médico. También quiero que me prometas que me llamarás si tienes problemas, sea lo que sea. 


—No seas ridículo. No me ocurre nada aparte de tener el estómago algo revuelto.


—Si no me das tu palabra de que me llamarás si me necesitas, entonces tendré que llamarte cada pocas horas.


Paula sabía que era capaz de hacerlo. Maldito sea.


—De acuerdo —accedió, de mala gana.


—Buena chica —replicó Pedro, sonriéndole de un modo que le quitó el aliento. 


—Tengo que marcharme. Ya llego tarde —gruñó ella, tras mirar el reloj.


—Toma esto —dijo, después de sacarse la cartera del bolsillo trasero y extraer una tarjeta de visita. Entonces, escribió unos números al reverso—. Este es el número de mi despacho. Los que he añadido en la parte de atrás son el de mi casa y el de mi teléfono móvil.


—Gracias. Siento mucho lo del traje.


Paula aceptó la tarjeta y se la metió en el bolsillo. Después, salió a toda prisa del restaurante, con la intención de tirarla a la basura a la primera oportunidad que tuviera. Se estaba excediendo. Nunca debería haber tomado el almuerzo con él, pero no había tenido mucha elección. Decidió que nunca lo llamaría, fuera cual fuera la razón. Avanzó a toda prisa por la acera, incómoda al pensar que Pedro se preocupaba por su bienestar. También la halagaba, aunque no sabía por qué. Pedro Alfonso representaba todo lo que despreciaba en un hombre. La estaba volviendo loca, pero estaba empezando a disfrutar con ello. ¿De verdad había esperado que ella aceptara su oferta? Si era así, la había juzgado muy mal o tal vez era muy diferente de las mujeres que él conocía. De repente, sin saber por qué, se encontró preguntándose por el tipo de mujeres con las que salía y si habría alguien especial en su vida. Tal vez su media naranja estaría celosa y trataría de impedir que él siguiera reclamando su hijo. Si ella fuera la pareja de Pedro, no le gustaría nada de que él tuviera un hijo con otra mujer, aunque no hubieran engendrado a aquel bebé de la manera tradicional. Resultaba muy extraño que no le costara en absoluto imaginárselo envuelto en sábanas de raso negro... Completamente desnudo. Rápidamente, entró en su bufete, con la intención de tirar aquella tarjeta a la primera oportunidad. Se la sacó del bolsillo y luego se detuvo. La arrugó, pero no pudo tirarla a la basura. Más de una vez, había descubierto a su jefe revisando su papelera en busca del borrador de algún documento. No le convenía en absoluto que él se encontrara con la tarjeta de visita de Pedro Alfonso con sus números privados al reverso. No había duda alguna de lo que pensaría el señor Alfonso. Se metió la tarjeta en el bolsillo, tras prometerse que la tiraría a la basura en cuanto llegara a casa. El hecho de que no hubiera tirado ya la tarjeta no tenía nada que ver con que Pedro Alfonso le hubiera dicho que era una mujer muy atractiva. Nada en absoluto. 

miércoles, 20 de noviembre de 2024

Nuestros Bebés: Capítulo 20

Paula contempló cómo tomaba un sorbo de té y no pudo evitar fijarse en cómo se le movía la nuez al tragar el líquido. Notó que la temperatura de su cuerpo iba subiendo considerablemente, por lo que, solo por librarse de él, decidió estar de acuerdo. Aquello no le obligaba a que después cambiara de opinión.


—Lo pensaré. Podría funcionar —dijo, aunque lo dudaba. 


En aquel momento, la camarera colocó un enorme plato, que contenía un grueso filete y patatas fritas, delante de Hunter. Entonces, volvió a llenarle el vaso de té.


—¿Quiere usted más leche? —le preguntó a Paula, antes de marcharse.


—No, gracias.


—¿Tú no vas a comer nada? —quiso saber Pedro, antes de meterse un trozo de filete en la boca.


—No —respondió ella. Miró fijamente el líquido rosado que empezó a cubrir el fondo del plato de él—. Pedro, creo que esa vaca no está muerta.


—Está un poco cruda, pero las he tomado peores.


—¿Un poco cruda? Parece que vaya a salir corriendo del plato.


Le estaba revolviendo el estómago. Cuando Pedro cortó otro trozo, ella se echó a temblar. Empezó a sentir ganas de vomitar.


—Estás un poco pálida. ¿Te encuentras bien?


Paula cometió el error de mirar de nuevo lo que él estaba comiendo. Sintió que los jugos gástricos le subían a la boca, por lo que agarró su bolso y se puso rápidamente de pie. De repente, sintió una náusea y se quedó quieta, con una mano encima del vientre. Pedro dejó caer el tenedor y se colocó inmediatamente a su lado, rodeándole la cintura con el brazo.


—¿Ocurre algo?


—Solo ha sido una pequeña molestia. Ahora ya estoy bien —susurró ella, tras respirar profundamente. Entonces, se apartó de él y volvió a tomar asiento—. Pedro, siéntate. La gente nos está mirando.


—¿Necesitas ir al hospital? —preguntó él, sin moverse. 


—¿Al hospital? Claro que no. No ha sido nada. Las mujeres embarazadas tienen muchas pequeñas molestias que no significan nada.


Al menos eso era lo que le había dicho su vecina la noche anterior. Después de que Pedro se hubiera marchado, Paula había empezado a sentirse un poco extraña, por lo que había ido a ver a Marta, que era enfermera y había tenido tres hijos. Marta le había asegurado que, a menos que hubiera otros síntomas, aquella clase de molestias no era nada por lo que hubiera que preocuparse. Según Marta, las náuseas eran algo completamente normal.


Nuestros Bebés: Capítulo 19

Paula miró alrededor para ver si alguien estaba escuchando su conversación.


—No lo digas tan alto.


—¿Por qué no? Es cierto.


—Pedro, ¿Por qué estás aquí? —preguntó ella, tras lanzar un suspiro—. ¿Qué quieres de mí?


—Ya sabes lo que quiero. Dado que no estabas interesada en mi última oferta, he pensado que podríamos negociar, pero si prefieres que me vaya, en ese caso...


—No. 


En su prisa por evitar que se marchara, Paula derramó el vaso de leche justo por encima del regazo de Pedro. Tras sujetar el vaso, él se levantó y tomó la servilleta. Mortificada por lo que había hecho, ella agarró su propia servilleta y se puso también de pie. Cuando trató de ayudarlo a limpiarse, él le asió la muñeca.


—Estoy seguro de que, en realidad, no quieres hacer eso.


La camarera, que se había acercado corriendo con una bayeta, sonrió y, tras dejar el paño encima de la mesa, se marchó de nuevo. Paula le colocó la servilleta en la mano y se volvió a sentar, incapaz de mirarlo a la cara. Las mejillas le ardían con solo pensar en lo que había estado a punto de hacer, en lo que casi había tocado. Incluso cuando Pedro volvió a sentarse a la mesa, no pudo levantar los ojos.


—Paula, mírame —dijo él, agarrándola por la barbilla para levantarle la cabeza—. No te preocupes por los pantalones. Tengo tiempo de sobra para cambiarme antes de que empiecen de nuevo las sesiones.


—Lleva el traje al tinte y envíame la factura —susurró ella. No podía recordar cuándo se había sentido más avergonzada—. Si no me equivoco, has dicho que querías negociar —añadió, con la intención de cambiar de nuevo de tema de conversación.


—Sigo creyendo que la división de seis meses funcionaría, pero dado que a tí no te parece bien, ¿Qué te parece si a mí me corresponden los veranos y algunos fines de semana? En años pares, a mí me tocaría en el día de Acción de Gracias, en el cuatro de julio y en las vacaciones de Navidad, y las demás fiestas y cumpleaños en los años impares.


Aquello no era lo que Paula había esperado escuchar. Su idea de una negociación era que él decidiera que una cena al año era más quesuficiente.


—Sé que crees que no estoy siendo justa, Pedro, pero mi sueño de tener una familia no te incluía a tí.


—En ese caso, ¿Estás rechazando mi oferta?


—No, no la he rechazado... Exactamente. Solo que me va a llevar un poco de tiempo acostumbrarme a la idea de que tengo que compartir a mi hijo.


—Entonces, ¿Lo considerarás?

Nuestros Bebés: Capítulo 18

 —En ese caso —comentó él, riendo—, no me molestaré en decirte cómo ese diseño de leopardo resalta los reflejos dorados de tus ojos. Si fueras un testigo de la acusación, te haría marcharte a tu casa para cambiarte de ropa y ponerte algo negro, conservador, con botones hasta arriba y manga larga.


—¿Por qué? —preguntó ella, sin poder evitarlo.


—Por el modo en que estás vestida ahora —respondió Pedro, con expresión seria, mientras la miraba de un modo desconcertante—, distrae demasiado. Todos los hombres del jurado estarían tan ocupados mirándote que no escucharían ni una palabra de tu testimonio.


Estaba funcionando. Maldito sea. A pesar de quién era y de que Paula sabía lo que estaba buscando, aquel encanto de seducción estaba teniendo efecto en ella. Se recordó que probablemente eran las hormonas, solo eso. Sin embargo, parecía ser mucho más. Parecido a un terremoto, a una erupción volcánica o a un tornado.


—Supongo que puedo ver que los miembros masculinos del jurado, cuando estén en edad reproductiva, se podrían ver distraídos por la ropa de una mujer.


—De una mujer muy atractiva. ¿Y qué edades crees tú que quedan comprendidas en esa edad reproductiva?


—Bueno, yo diría que desde la universidad...


—Menos.


—Desde el instituto...


—Menos.


—¡Vaya! No tuve la suerte de tener hermanos, así que no creo estar dotada para...


—De eso nada. Te aseguro que estás muy bien dotada —replicó él, lanzándole una pícara sonrisa—. Yo diría más bien desde los últimos años de la escuela primaria.


—¿De verdad?


—Más o menos. Bueno, sigue.


—De acuerdo, señor...


—Pedro.


—Muy bien, Pedro, desde los últimos años de la escuela primaria hasta... Hasta... Los sesenta y cinco —añadió, después de pensarlo un momento. Pedro negó con la cabeza—. ¿Hasta los setenta? Nada.


—¿Ochenta?


De nuevo nada. Paula frunció el ceño.


—¿Hasta la muerte? 


—Exactamente. Así que ahora podrás ver por qué hay que tener mucho cuidado con lo que se pone un testigo. Si la mujer es muy atractiva, como te ocurre a tí, entonces se convierte en un verdadero problema.


¿Atractiva? ¿Ella? Por suerte, una camarera muy joven se acercó a su mesa y colocó un enorme vaso de té helado delante de Pedro.


—¿Lo de siempre?


—Claro.


La joven asintió y fue a la siguiente mesa.


—¿Vienes aquí a menudo? —preguntó Paula, con la esperanza de cambiar de tema.


—Un par de veces por semana —respondió él, tras tomar un sorbo del vaso.


—¿Y siempre te sientas con mujeres que están solas o es que estás tratando de devolverme el golpe por lo de anoche?


—¿Cómo dices?


—Cuando mi jefe se entere de que hemos almorzado juntos, probablemente me despedirá. Estoy segura de que no se creerá que hemos estado hablando de testigos.


—Y de sexo —añadió él, con una devastadora sonrisa.


—Sí, de eso también. ¿Es que no hay otra mujer en Hale a la que puedas ir a molestar? ¿Por qué yo?


—Porque estás esperando un hijo mío. 

Nuestros Bebés: Capítulo 17

Tal vez las cosas no habían ido tan bien, pero al menos ella no le había abofeteado. En realidad, había reaccionado mucho mejor de lo que había esperado. Mucho mejor de lo que él lo habría hecho si la situación hubiera sido al contrario. Si consideraba todo lo que había ocurrido entre ellos, el hecho de que al menos hubiera hablado con él le daba esperanza. Todavía tenían tiempo. Al día siguiente, cuando ella se hubiera calmado, volvería a hablar con ella. Pedro se rascó la barbilla mientras regresaba a su furgoneta. Aquella tarde, mientras estaba en su despacho, había buscado casos que apoyaran su reclamación. No había hecho caso cuando el teléfono había sonado, aun cuando suponía que podía haber sido Paula. Había encontrado cinco sentencias del Tribunal Supremo de Texas, dictadas sobre apelaciones, que dejaban pocas dudas acerca de los derechos de un padre, de sus derechos. Resultaba muy extraño que, después de encontrar casos en los que se apoyaba su pretensión, no hubiera utilizado la información en beneficio propio. Aunque no lo comprendía, lo achacaba al hecho de no querer revivir acontecimientos del pasado, unos hechos que nunca había podido olvidar. Se metió en su vehículo. Con el tiempo, estaba convencido de que ella cambiaría de opinión. Evidentemente, se trataba de una mujer inteligente que acabaría viendo que lo que él pedía no era nada más de lo que requerirían los tribunales. Parte de su trabajo como fiscal era leer cómo reaccionaban las personas ante ciertos acontecimientos y juzgar entonces su culpabilidad o inocencia. Aquella noche, se había excedido y Paula había respondido a sus peticiones con miedo o ira, lo que había evitado que utilizara la cabeza y se comportara de un modo completamente racional. Al día siguiente, dejaría de ser fiscal y pronunciaría sus requerimientos de un modo que a ella no le resultara amenazador, para evitar así que se pusiera en guardia. Tal vez entonces, podrían alcanzar un acuerdo. Se alejó del apartamento y se marchó a su casa. Estaba seguro de que aquel era el modo de enfrentarse a la situación. Estaba haciendo progresos. Entonces, ¿Por qué, de repente, se sentía tan mal al pensar que podría apartar a aquel niño de Paula? 




—¿Te importa si me siento contigo?


Paula levantó los ojos del vaso de leche que se estaba tomando al tiempo que Pedro se sentaba al otro lado de la mesa. Se negó a pensar cuántos de los comensales de aquel restaurante pertenecían al mundo de la abogacía. Era ridículo esperar que nadie hubiera notado la llegada de él ni con quién estaba hablando. Por su altura y su apostura, era la clase de hombre que atraía naturalmente la atención. No la suya, pero sí la de los demás.


—¿Qué te crees que estás haciendo?


—Almorzar con la mujer más hermosa de Hale, Texas —respondió, mientras le lanzaba una sonrisa tan atractiva que no tardó en tener sus efectos en ella.


Se trataba solo del desequilibrio hormonal que había oído que experimentaban todas las mujeres. En circunstancias normales, no hubiera notado el seductor aroma de su colonia ni le hubiera encontrado tan atractivo. Sin embargo, desde el momento en que Pedro Alfonso había entrado en la sala de reuniones y había puesto voz a su demanda, nada había sido normal. A pesar de que sabía que no debía ser así, no podía evitar sentir una oleada de calor en su cuerpo ni esbozar una sonrisa.


—No trates de convencerme con bonitas palabras, Pedro Alfonso. Conozco tu juego. Y no te va a funcionar. 


Nuestros Bebés: Capítulo 16

 —Tal vez no haya estado en tu cama en el momento de la concepción, pero soy el padre de este niño en todos los sentidos de la palabra. Podría hablar durante horas sobre mis derechos como padre y todos los tribunales de Texas me apoyarían, por mucho que tú quisieras que no fuera así, pero no lo haré. Tú me has dicho que esta podría ser tu última oportunidad. También podría ser la mía y quiero estar al lado de mi hijo. 


—Los niños son para quererlos —le espetó ella, apartándole la mano y colocándosela encima del sofá—. Hay que abrazarlos y besarlos todos los días. No se puede hacer una familia durante seis meses al año.


—La gente lo hace constantemente.


—Con mi hijo no será así. Ese tipo de relaciones confunden a los niños. No me importa quién eres o lo que eres, pero no someteré a mi hijo a eso. Y si te importara este niño, tú tampoco lo harías.


—Claro que me importa —dijo él, aunque, por mucho que odiara admitirlo, sabía que ella tenía razón.


—No, Pedro, yo creo que no —replicó Paula, poniéndose de pie—. Y creo que ya no tenemos nada más de lo que hablar.


—Todavía no hemos resuelto este tema —afirmó él, mientras se levantaba también.


—Yo no tengo nada más que decirte.


—¿Pensarás al menos en lo que te he dicho yo? Admito que un niño necesita a su madre, pero también necesita a un padre. Déjame asumir esa responsabilidad. Déjame ser un padre para mi hijo.


—¿Es así como ves este asunto? ¿Cómo una responsabilidad? ¿Y el amor? —preguntó ella, llena de ira, al tiempo que le acompañaba a la puerta principal.


—Estamos hablando de mi hijo. Él o ella nunca tendrá razón para dudar de mi amor.


—¿Y crees que eso es suficiente? —quiso saber Paula, mientras abría la puerta de su apartamento, en silenciosa invitación para que se marchara.


—No lo sé, pero tú tampoco.


Al ver que ella permanecía en silencio, Pedro se detuvo en la puerta, sacó los cinco dólares que ella le había metido antes en el bolsillo y los dejó encima de la mesita que había en el recibidor.


—A la cena invito yo.


Con eso, salió al exterior, aunque esperó en el descansillo hasta que oyó que ella echaba el cerrojo a la puerta. No le gustaba dejar las cosas sin resolver, pero no creía que pudieran hacer más progresos aquella noche. 

lunes, 18 de noviembre de 2024

Nuestros Bebés: Capítulo 15

 —Esta mañana mencionaste que querías la custodia.


—Sí, pero he tenido la oportunidad de pensar desde entonces y me he preguntado si sería posible que alcanzáramos un compromiso. Quiero ayudar en la crianza de este niño, Paula. Estaría dispuesto a pasarte una asignación todos los meses para ayudar.


—No creo que eso sea una buena idea —replicó ella, apartándose de él.


—Escúchame —le suplicó él—. Te propongo una custodia compartida —añadió, al ver que ella no parecía oponerse a que siguiera hablando.


—No.


—El niño viviría seis meses contigo y otros seis meses conmigo.


—No. No pienso darte mi hijo.


—No te estoy pidiendo eso exactamente. Lo que ocurre es que quiero pasar tiempo con mi hijo. Quiero tener la oportunidad de ser padre.


—Le hablaré al niño sobre tí cuando sea mayor.


—¿Y cuándo será eso?


—No lo sé. Más adelante. ¿Es que no lo puedes comprender? Ese niño significa para mí más que nada en el mundo. Lo siento, Pedro, pero no puedo hacer lo que me estás pidiendo.


—¿No puedes o no quieres? —preguntó él. No entendía la necesidad que tenía de tocarla, de reconfortarla. Cuando la vió temblar, se acercó un poco más a ella para hacer que volviera a entrar en el salón y luego la dirigió hasta el sofá, aunque, en realidad, lo que quería era tomarla entre sus brazos, algo que no podía entender—. No he venido aquí para discutir o disgustarte. Al ser una mujer soltera, estoy seguro de que te darás cuenta de que tener un niño será muy costoso económicamente. Quiero hacértelo más fácil. Te estoy ofreciendo ayuda.


—No soy una estúpida, Pedro. Los dos sabemos que no estás pensando en mí. Quieres comprar este niño, pero no puedes —susurró, mientras se sentaba en el sofá—. No pienso permitírtelo.


—¿Por qué? ¿No es eso exactamente lo que hiciste tú?


Al ver el dolor que se reflejaba en el rostro de ella, Pedro se maldijo por haber pronunciado aquellas palabras. 


—No es lo mismo —replicó ella, sacando la barbilla—, y lo sabes. Estos problemas son precisamente los que había esperado evitar cuando requerí un donante anónimo.


—Mi esperma estaba destinado a Mariana, mi cuñada, pero se utilizó para fertilizarte a tí. Eso me convierte en el padre de tu hijo —insistió él.


—¿Y concibió Mariana?


—No —contestó él. En aquellas circunstancias, probablemente era una bendición que hubiera sido así—. Mi hermano tiene una concentración de espermatozoides muy baja y creían que ese era el problema. Ahora, no sé qué pensar.


—Lo siento. Si se hubiera quedado embarazada, ¿Habrías compartido la custodia? ¿Qué papel habrías representado para ese niño?


Pedro sabía adónde quería ella ir a parar.


—Habría sido el tío Pedro, pero también habría sido diferente porque hubiera visto al niño todos los días. Habría visto que estaba bien cuidado y, si el niño me hubiera necesitado, yo habría podido ayudarlo. 


«Y posiblemente habría demostrado que ya no era tan egoísta, en contra de lo que cree mi padre».


—Yo creo que no podría quedarme al margen y ver cómo otra persona cría a mi hijo.


—Entonces, creo que entenderás mi postura.


—La entiendo, pero este niño lo es todo para mí. Tal vez sea mi última oportunidad. No puedo... No dejaré que me quites este niño — añadió. 


Entonces, cerró con fuerza los ojos, como si quisiera recuperar la compostura. 


Pedro se arrodilló al lado del sofá y le colocó la mano en el abdomen, sin prestar atención al modo en que abrió rápidamente los ojos y del repentino gesto de pánico que se le reflejó en la cara.


Nuestros Bebés: Capítulo 14

 —La directora de la clínica me llamó después de descubrir cómo había ocurrido el fallo. Parece que el tarro en el que se recogió el esperma se etiqueta con un número generado por ordenador, pero después, cuando el esperma va al laboratorio para su almacenamiento, los técnicos son los responsables de transferir los números de identificación a los viales individuales. Allí, uno de los técnicos de laboratorio debió de intercambiar los números. Como estos deben firmar a cada paso del proceso entero, pudieron identificar qué trabajador lo hizo. Se me ha asegurado que ha sido despedido. 


—No entiendo por qué no me dijeron a mí todo eso.


—Inicialmente, supongo que tuvieron que andar con cuidado hasta descubrir cómo había ocurrido todo. Cuando la directora de la clínica me llamó para explicarme lo que habían descubierto, le dije que venía de camino a verte y que te lo diría yo mismo. Tal vez te llame de todos modos para cubrir a la clínica en caso de que decidas presentar cargos.


—¿Vas tú a poner una demanda?


Pedro había tenido la intención de hacerlo, pero ya no estaba seguro sobre muchas cosas, incluso por qué sentía que presentar una demanda para obtener la custodia no era lo mejor.


—No me he decidido. La clínica ha decidido implementar un nuevo sistema por el que se imprimirán etiquetas adicionales para que estas permanezcan con las muestras de semen y sean utilizadas en los viales de almacenamiento.


—Me alegro de que hayan tomado medidas para que no vuelva a ocurrir —dijo Paula, mientras desdoblaba el papel para leerlo—. ¿Dónde has conseguido esto?


—Lo arranqué de tu expediente ayer. Me figuré que me pedirías pruebas —respondió él, notando el temblor que Paula tenía en la voz.


—Entonces, es cierto —musitó—. De verdad eres el padre... El padre de...


—Tu hijo.


Tras dejar caer el papel, ella se levantó y se dirigió a unas puertas dobles que iban a dar a un balcón. Pedro recogió la hoja y se la metió en el bolsillo antes de salir detrás de ella, al fresco ambiente de aquella noche de marzo. Vió que Paula estaba al lado de la barandilla, frotándose los brazos. Por fin había dejado de llover y el aire olía a limpio, aunque la humedad llegaba a los huesos. Él descubrió que deseaba tomarla entre sus brazos.


—¿Deberías estar aquí fuera con este frío? —le preguntó. Al ver que ella no respondía, le tomó la mano e hizo que se diera la vuelta—. Estoy seguro de que te estás imaginando que es horrible. Sin embargo, al contrario de lo que parece pensar todo el mundo, no soy un hombre sin corazón.


Paula levantó los ojos. El dolor y el miedo que vió en ellos hicieron que Pedro anhelara tomarla entre sus brazos y protegerla. 

Nuestros Bebés: Capítulo 13

Pedro trató de no prestar atención al modo en que la falda se le ceñía a las esbeltas caderas y al trasero, pero fracasó. Sí, efectivamente, necesitaba agua. Mucha agua para apagar las llamas de deseo que ella había prendido antes, cuando la tuvo entre sus brazos. Una vez más, se preguntó qué era lo que lo atraía tanto de aquella mujer, lo que lo excitaba y le hacía comportarse como un torpe adolescente en su primera cita. De hecho, ni siquiera era su tipo. Como medía casi un metro noventa, prefería las rubias altas y de largas piernas que le llegaban al hombro. Paula ni siquiera se acercaba. Y, en vez del pelo rubio, lo tenía castaño. Sin embargo, su cabello o su estatura no tenían nada que ver con la razón que le había llevado a estar dos horas esperando. Había acudido allí por una razón: Su hijo. Ya iba siendo hora que pusiera riendas a su deseo y se pusiera a hablar de lo que importaba. Había demasiado en juego para perderlo por una cara bonita. Bueno, de hecho, mucho más que bonita. Tras sacar la bolsa del microondas, siguió a Paula a un pequeño salón, que le hacía sentirse torpe y fuera de lugar.


—¿Ha sido un día duro? —preguntó, al ver que ella volvía a arquear la espalda.


—Se podría decir que sí —musitó ella, mientras ponía los vasos encima de la mesa—. Mi jefe sospecha que hay algo entre nosotros. Cuando traté de marcharme, me recordó que tener una relación contigo es un incumplimiento de la póliza de confidencialidad. Y tiene razón.


—Solo se puede considerar así si hablamos de casos. Dado que esa no es la razón por la que he venido aquí, no hay problema. Si te preocupan las apariencias, podríamos ir a otro lugar.


—No. No puedo consentir que nos vean juntos por la noche.


—Porque la gente daría por sentado que estamos saliendo juntos, ¿No?


—Exactamente —le espetó ella—. Y me despedirían.


—No a menos que Williams pueda demostrar que me has revelado secretos de sus clientes. 


—Tú eres el enemigo jurado de cualquier bufete que se dedique a la defensa de sus clientes en los juzgados.


—Enemigo, ¿Eh? —replicó él, mientras sacaba una hamburguesa de la bolsa y la colocaba en el plato de papel que ella le entregó.


Entonces, Paula tomó una patata frita, le pegó un mordisco, cerró los ojos y gimió. A continuación, se lamió la sal que le había quedado en los labios.


—No me había dado cuenta de que tenía tanta hambre. 


Arrancando la mirada de la boca de la joven, Pedro sintió que perdía el control de sus pensamientos al ver los contornos de una torneada pierna por debajo de la falda azul marino que ella llevaba puesta.


—No te puedes preocupar de lo que piense la gente —le dijo—. Cuando se sepa que vas a tener un hijo mío, todo el mundo dará por sentado que...


—¿Qué? —preguntó ella, observándole atentamente.


—Que hemos sido amantes —contestó Pedro, preguntándose por qué le resultaba tan intrigante la idea de hacer el amor con aquella mujer.


—Eso es absurdo.


—¿Tú crees? ¿Cómo tienes la intención de convencer a la ciudad entera de que no... Que no hemos...?


—Nadie va a saber quién es el padre de mi hijo —replicó ella, mientras ponía el plato encima de la mesa de café—. Después de que vinieras a visitarme, llamé a la clínica. Se negaron a identificar al donante de esperma. Por lo tanto, creo que podrás ver lo inútil que sería continuar afirmando que tú eres el padre.


Pedro se sacó el papel que llevaba en el bolsillo interior de la chaqueta y se lo entregó. 

Nuestros Bebés: Capítulo 12

Paula trató de ocultar un bostezo detrás de la mano y entonces miró la bolsa una vez más.


—Estábamos tan ocupados que tampoco pude almorzar. Incluso fría, cualquier clase de comida suena estupenda. Gracias, señor Alfonso, por traer la cena.


—Pedro. Llámame Pedro.


Paula estudió su rostro durante un instante, como si estuviera tratando de leer sus intenciones.


—De acuerdo, Pedro. Vamos a comer. Tú podrás decir lo que quieras y, entonces, hablaré yo. También tengo algo que necesito decirte. 


Aquella disposición a hablar sorprendió a Pedro. Decidió que haría todo lo posible por terminar rápidamente con aquello, porque parecía que ella estaba a punto de desplomarse. A pesar de que era un hombre muy duro, no carecía de sentimientos. Resultaba extraño que tuviera que ser aquella mujer quien se lo recordara. Ella parecía tan cansada que hizo que Pedro se preguntara si no debería aplazar aquella reunión. Sin embargo, algo le empujaba a arreglar las cosas. Tal vez era el miedo a que ella convirtiera aquel asunto en una larga y desagradable batalla legal que lo mantuviera apartado de su hijo. Miedo a que ella desapareciera sin dejar rastro o tuviera un aborto, como ya le había ocurrido antes. Paula le indicó una pequeña cocina mientras ella se quitaba el abrigo y lo dejaba sobre una silla.


—¿Cuánto te debo por la cena?


—No te preocupes por eso —respondió Pedro, mientras metía la bolsa en el microondas.


Ella sacó el monedero y le metió un billete de cinco dólares en el bolsillo de la chaqueta.


—Creo que con eso será bastante.


Entonces, se giró y abrió uno de los armarios. Cuando se puso de puntillas para alcanzar los vasos, Pedro se acercó a ella.


—Espera. Déjame que los saque yo.


De repente, Paula se dió la vuelta y se apretó contra él en los lugares menos indicados. Y resultaba tan agradable... Bajó los brazos y los colocó a ambos lados de ella. Observó cómo le subía y le bajaba el pecho mientras él colocaba los vasos sobre la encimera, a espaldas de Paula. Su aroma, una mezcla única de sensualidad y de salubridad, lo envolvió. Olía tan bien... Ella inclinó la cabeza a un lado y lo miró con ojos luminosos. Cuando se dió cuenta de que ella había dicho algo, Hunter reaccionó.


—¿Qué?


—El microondas —susurró ella, con poco más que un hilo de voz—. Ya ha sonado.


—Sí, ya lo he oído —mintió. 


No quería admitir que había estado tan absorto contemplándole los labios que ni siquiera habría escuchado las sirenas de la defensa civil. Tras echarles una última mirada, dio un paso atrás.


—Espero que el agua esté bien para la cena —dijo ella. 


Sin esperar su respuesta, sacó una jarra del frigorífico y llenó los dos vasos.


—Sí, está bien. 

Nuestros Bebés: Capítulo 11

Mientras se levantaba de los escalones en los que había estado sentado desde hacía dos horas, Pedro le extendió una bolsa de papel, que contenía dos hamburguesas y patatas fritas completamente heladas.


—Sé que esta tarde me excedí y he traído esto para firmar la paz — dijo, dedicándole una sonrisa que esperaba que fuera sincera. 


Había pasado tanto tiempo desde la última vez que tuvo razón para sonreír que el movimiento le pareció forzado y completamente inapropiado. Ella se dirigió hacia su departamento y reveló la sorpresa que le había producido aquel ofrecimiento abriendo ligeramente los ojos, que estaban rodeados por unas oscuras marcas de fatiga. Saber lo que le había llevado allí no hizo que Pedro se sintiera mejor. Enfrentarse a un delincuente era algo que hacía todos los días, algo que le encantaba y en lo que era de los mejores. Sin embargo, hacer lo mismo con una mujer no le resultaba tan fácil. Además, había algo en aquella mujer en particular que lo afectaba más de lo que debería. Seguramente era el aire inocente de vulnerabilidad, o tal vez el modo en que se colocaba la mano en el vientre, como para proteger a su hijo... De él. Su intento por mantenerlo alejado de su hijo, como había hecho su padre hacía quince años, le había llenado de frustración. Sin embargo, aquel gesto le había hecho cuestionarse si lo que estaba haciendo era lo mejor.


—¿Has cenado? —le preguntó.


—No. Vengo directamente de mi trabajo.


—Sé que es muy tarde, pero me gustaría resolver este asunto esta noche.


Pedro observó cómo ella abría la puerta. Estaba muy preocupado por ver cómo ella respondía a sus demandas. No quería disgustarla, pero tampoco deseaba volver a pasar por el dolor de perder otro hijo. Las dudas crónicas que había sentido desde que conoció a Paual aquella tarde no tenían sentido alguno, al igual que ocurría con las otras cosas que había observado en ella. No era una delincuente ni él estaba actuando en nombre de la justicia. Paula Chaves solo era una mujer que se había convertido en víctima de las circunstancias. Y él solo era un hombre. Tal vez ese era el problema. ¿Cuándo había sido por última vez Pedro Alfonso, el hombre y no el ayudante del fiscal del distrito? ¿Cuándo había estado por última vez con una mujer que oliera tan bien, con alguien que le hiciera darse cuenta de todo el tiempo que había pasado? Evidentemente, una eternidad.


—Entre.


Pedro notó cómo arqueaba la espalda, como si quisiera estirar una espalda que había pasado demasiadas horas sentada frente al ordenador.


—Pareces muy cansada.


—Lo estoy, pero no quiero posponer esto.


—No tardaré mucho. Tal vez unos treinta minutos. Calentaré las hamburguesas y charlaremos mientras comemos.


Pedro se negó a admitir el vínculo que había sentido con ella antes, cuando había tratado de proteger a su hijo. No había sentido algo parecido... Nunca. Trató de apartar aquellos pensamientos de su cabeza. Pensar aquel tipo de cosas solo lo convencería para que se marchara, para que la dejara en paz, para que se olvidara de que iba a ser padre, algo que no podía hacer. Temía lo que estaba a punto de decirle, porque aquello sería una prueba irrefutable de que él verdaderamente era el canalla despiadado que todo el mundo creía.