—Gracias —cuando se dió cuenta de que llevaba una camiseta ceñida y unos pantalones cortos y vaporosos, contuvo un gruñido—. Deberías volver a la cama.
Ella no dejó de mirarlo.
—No voy a hacer ningún disparate si eso es lo que te preocupa —siguió él pasándose los dedos entre el pelo.
—No estoy preocupada —replicó ella—. Solo me preguntaba si puedo hacer algo más por tí.
Él estuvo a punto de soltar una carcajada.
—Cariño, no creo que quieras que te conteste.
Él vió que tragaba saliva, pero no se amilanó.
—¿Quién es Marconi?
Pedro cerró los ojos un instante.
—Un chico de mi patrulla. Mira, es algo de lo que no quiero hablar en medio de la noche. Normalmente, cuando me despierto a estas horas, no es para charlar. Es porque quiero satisfacer otra necesidad.
Pedro captó que ella lo había entendido, pero no podía revivir los recuerdos en ese momento. Se levantó y se alejó de la tentación. Miró por la ventana y oyó la lluvia que caía por el tejado del porche. Eso evitaba que volviera con Paula, que recreara la noche que habían pasado juntos y que ella le hiciera olvidar la pesadilla. Sabía lo suave que era su cuerpo, lo increíble que era su boca.
—Será mejor que te vayas a la cama antes de que nos metamos en un lío —le advirtió él por encima del hombro.
Paula no le hizo caso y se acercó a él.
—¿Has hablado con alguien de las pesadillas?
Se puso tenso otra vez. No quería que nadie hurgara en sus flaquezas.
—No es de tu incumbencia, pero sí, he trabajado mucho para «Adaptarme» a la vida civil.
—¿Estabas reviviendo algo el día que te tiró el caballo? El helicóptero que nos sobrevolaba lo desencadenó, ¿Verdad?
—Estaba aturdido, de acuerdo, cualquiera lo estaría cuando acaba de caer de un caballo.
—Eludirlo no va a solucionarlo.
Él la miró de arriba abajo.
—Tú estás consiguiendo que piense en otra cosa, en una manera más placentera de pasar la noche.
Ella se cruzó de brazos.
—¿Esa es tu respuesta para todo?
—Es una forma de empezar.
Se inclinó y ella se resistió un instante, pero luego dejó que sus labios se rozaran.
—Eres dulce —Pedro inhaló su olor embriagador—. Podrías ser una adicción para mí.
La besó con más intensidad. Ya sabía lo fácil que sería dejarse arrastrar. Paula podía conseguir que olvidara todos los malos recuerdos. La abrazó y la estrechó contra sí mientras profundizaba el beso. La acarició y se deleitó con ella hasta que tuvo que dejar de besarla. No podía hacer eso, no podía hacérselo a ella y de esa manera.
—No ha sido una buena idea, Alfonso.
—Tienes razón —la soltó antes de cometer más errores—. Será mejor que te vayas a la cama.
Ella lo observó un instante.
—Buenas noches, Pedro.
Paula se dió la vuelta y se marchó. Él se quedó apretando los dientes. No podía soportar que ella pudiera ver más de lo que él quería mostrarle. No podía permitir que eso pasara. Tenía que encontrar la manera de ayudar a C. J. y no tocar a esa mujer.
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