No se lo preguntó en voz alta, pero sus ojos eran lo suficientemente elocuentes. Pedro había vivido como quería, sin arrepentirse de nada. Entonces oyó una risa flotando en el ambiente y se giró hacia el delicioso sonido. Paula estaba riéndose con la cabeza echada hacia atrás, una risa alegre, sincera, desinhibida, y él sintió que le daba un vuelco el corazón. Se engañaba a sí mismo. Sí se arrepentía de algo en su vida. De haberse alejado de aquella mujer tan increíble y maravillosa. La pregunta era ¿Cometería el mismo error dos veces?
–No es tan malo echar raíces –le dijo su padre con una sonrisa–. Nos pasa a los mejores... Y si no, pregúntale a tu hermano.
Pedro puso una mueca al ver a Tomás bailando el Time Warp con su novia. Su hermano, torpe y desgarbado. Jimena, desternillándose de risa.
–Piensa en lo que te he dicho, hijo –añadió Horacio, señalando a Paula con la cabeza–. No cometas la tontería de perder a una mujer como ella por culpa de tu estilo de vida libre y despreocupado. Los tiempos cambian, y nosotros hemos de hacer lo mismo. O nos adaptamos a los cambios, o nos quedamos atrás.
Mientras Paula se acercaba a ellos, Horacio se rió y empujó a Pedro hacia ella. Él no sabía qué pensar. La cabeza le daba vueltas por las revelaciones de su padre y por el dilema que se le presentaba. ¿Se atrevería a abandonar un sueño para seguir otro?
–Nunca había celebrado una Navidad como esta –dijo Paula, mirando la mesa sin salir de su asombro.
Los manteles blancos, las velas carmesíes, los jarrones llenos de adornos, la reluciente porcelana, la cubertería de plata y las coronas de flores salpicadas de purpurina se extendían de un extremo a otro de la carpa.
–Tomi y Jimena querían combinar los motivos nupciales con los navideños, pero creo que mi madre ha impuesto su criterio decorativo –dijo Pedro, señalando el muérdago que colgaba de unos ganchos estratégicamente colocados–. La Navidad es su gran pasión y cada año tira la casa por la ventana.
–Es precioso –Paula carraspeó, avergonzada por las emociones que le comprimían la garganta–. Eres afortunado...
–¿Cómo celebras tú la Navidad? –le preguntó él, apretándole la mano.
–De una forma mucho más discreta –murmuró ella.
En los últimos años su madre había empeorado tan rápidamente que fue imposible llevarla de viaje en los cumpleaños y navidades. Las celebraciones consistían en comida china y pastel de chocolate, villancicos en su iPod y una alegría forzada cuando a ninguna de las dos le apetecía celebrar nada. Incluso los regalos habían adquirido un matiz más práctico, aunque eso no impidió que Paula le regalara un lector de libros electrónico que se podía manejar con un dedo, una crema orgánica especial para su arrugada piel y, aquel año, los bombones favoritos de Alejandra.
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