–Se te da muy bien –la alabó, haciéndole cosquillas hasta hacerla retorcerse de risa.
–Quiero bañarme –declaró ella.
–La lección ha terminado. ¡Al agua, patos!
Violeta echó a correr hacia la orilla, riendo y chapoteando mientras él la seguía. Estuvieron un rato jugando, persiguiéndose y salpicándose hasta que Pedro la agarró y se la llevó mar adentro.
–Mi papá se va a enfadar contigo por llevarme tan lejos –le advirtió ella, pero con un brillo de complicidad en sus ojos azules.
–Tu papá se está desternillando de risa con los abuelos –le dijo Pedro, y también él se rió cuando la niña miró hacia la orilla y vió que era cierto.
Perdió la noción del tiempo mientras jugaban y se daban ahogadillas en el agua, y cuanto más permanecía con Violeta en el mar, el único lugar donde se sentía realmente en su elemento, más fácil le resultaba olvidar el pasado. Había recuperado la magia con su sobrina y por nada del mundo volvería a perderla. Ojalá pudiera hacer lo mismo con su padre...
–Tengo hambre –anunció Violeta, abrazándose con fuerza a su cuello–. Y sed.
–Pues vamos a zamparnos la montaña de comida que ha traído tu abuela.
Al volver a la orilla la expresión que vió en los rostros de su familia le dió esperanza para el futuro. Vió aprobación, afecto, alivio y optimismo... Lo último en el arrugado rostro de su padre, junto a una sonrisa de admiración. Sí, definitivamente era el momento de dejar atrás el pasado. Y todo se lo debía a Paula. En aquel momento salió ella de la oficina de la escuela de surf, donde había estado dándole los toques finales a la página web. Miró a la familia de Pedro, como si dudara entre unirse a ellos, y luego lo miró a él. Pedro puso a Violeta en el suelo.
–Guárdame un sándwich. Voy enseguida.
–¡Pero el último brownie es para mí! –le gritó ella por encima del hombro mientras corría hacia el grupo.
Pedro nunca se había imaginado echando raíces, y mucho menos teniendo hijos, pero cuando vió a su hermano y a su sobrina frotándose las narices en un cariñoso saludo sintió un extraño y fuerteanhelo.
–Hoy has hecho algo muy bonito –le dijo Paula, tocándole el brazo.
Pedro sintió una ola de calor y lamentó no poder llevársela a su rincón secreto en las dunas.
–¿El qué? ¿Enseñar a mi sobrina a hacer surf? –sacudió la cabeza–. Debería haberlo hecho hace mucho tiempo.
–Nunca es tarde –repuso ella, pero el temblor de su voz delataba su inquietud.
Algún día sería demasiado tarde para su madre...
–Gracias –le dijo, poniéndole las manos en la cintura.
Le encantaba sentir que era allí donde debían estar.
–¿Por qué?
–Por darme el empujón que necesitaba.
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