lunes, 16 de junio de 2025

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 3

Cuando lo miró, sintió el mismo estremecimiento en las entrañas que hacía tres años, cuando hicieron el amor y luego él se despidió de ella.


—¿Me dejarás que te lleve al hospital?


Él asintió con la cabeza y Paula suspiró con alivio, pero al mirar al curtido y guapo cowboy se dio cuenta de que todavía se le aceleraba el corazón y se le humedecían las palmas de las manos. No podía soportarlo. Pedro Alfonso era el hombre que menos necesitaba en su vida en ese momento. ¿A quién quería engañar? Él no la quiso hacía tres años y estaba deseando librarse de ella en ese preciso instante. Bueno, ella tampoco lo quería. En cuanto lo dejara en el hospital, volvería a desaparecer.


—Déjame que llame a alguien para que se ocupe de Pegaso.


Pedro sacó el móvil del bolsillo de la camisa y marcó el número del establo.


—Hola, Francisco —saludó a su capataz—, necesito que me hagas un favor. Estoy en el camino del viejo molino, como a ochocientos metros de la carretera. ¿Te importaría venir a por Pegaso?


—¿Pasa algo? —preguntó Francisco.


Pedro miró a Paula.


—No, nada que no pueda solucionar —mintió él. 


Sabía que Paula lo había obnubilado una vez y no podía permitir que volviera a hacerlo.



Una hora más tarde, en Urgencias, Paula se sentó en la sala de espera e hizo algunas llamadas. La primera, a su padre para cancelar la reunión. No era como le gustaba empezar un lunes… Ni ningún otro día. Cerró los ojos. Pedro podía haber resultado gravemente herido por su culpa. Su padre y su hermano Gonzalo le habían avisado muchas veces para que condujese más despacio. El año anterior la habían multado dos veces por exceso de velocidad, por no decir nada de las veces que se había librado solo con una advertencia por apellidarse Chaves. Hubo momentos en los que disfrutó por ser la hija de un senador, pero esa vez había causado un accidente. Peor aún, había un herido. Esperaba que fuese leve. Fuera como fuese, Pedro estaba herido por su culpa. Independientemente de lo majadero que fuese hacia tres años, nunca quiso hacerle nada. No había visto mucho a él desde que volvió del ejército pero, a juzgar por el incidente de ese día, no había vuelto indemne. Podía decir lo que quisiera, pero ella sabía que había rememorado algo visualmente, lo que era frecuente entre los hombres y mujeres que habían estado en el frente. Había servido en el extranjero y había vuelto como un héroe, pero ¿A qué precio? Se abrieron las puertas automáticas y vió entrar precipitadamente a un hombre mayor, Horacio Alfonso. Federico, el hermano de Pedro, entró justo detrás de su padre. Como ella lo había llamado, Horacio se le acercó.


—¿Qué tal está? —le preguntó con preocupación.


—Cuando lo dejé, estaba quejándose a la enfermera.

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