Al día siguiente, Paula se dedicó a ir arriba y abajo de la calle principal para intentar conseguir votos y enterarse de lo que querían los dueños de las tiendas. Recibió algunas respuestas pero, en general, querían que hubiera más comercios en el centro del pueblo. Los locales vacíos al final de la calle también les preocupaban. El viento le agitó el pelo y se lo apartó de la cara mientras entraba en la heladería Shaffer para recoger la llave del club infantil. Yanina Shaffer estaba atendiendo clientes detrás del mostrador. Yanina, su mejor amiga desde el instituto, se había hecho cargo de la heladería desde que sus padres se jubilaron y se marcharon a Florida. La rubia alta y atlética fue quien la convenció para que se presentara a las elecciones del Ayuntamiento cuando volvió a Kerry Springs.
—Espera un par de minutos —le pidió su amiga saludándola con la mano.
—Tranquila.
Como Yanina había puesto un menú de mediodía, su actividad había aumentado, sobre todo, en pedidos que se llevaban otros comerciantes de la calle principal. Además, como el bar de Juan estaba cerrado provisionalmente, la actividad era mayor todavía. ¿Pedro pensaba abrir a mediodía? No pudo evitar pensar cómo estaría. ¿Tendría mejor el hombro? Se olvidó de la pregunta. Él podía cuidarse y tenía una familia que lo ayudaría. Lo que menos le apetecía hacer era estar cerca. Alguien entró en la tienda y el viento abrió más la puerta. Cuando consiguió cerrarla, la mujer, de mediana edad, se colocó bien el pelo.
—Está poniéndose feo —comentó la mujer—. Se acerca una tormenta y hay aviso de tornado.
Paula asintió con la cabeza y cierta preocupación.
—Es la primavera en Texas…
—Sí. En cuanto recoja mi pedido, me marcharé a casa y me encerraré en el sótano.
Paula miró a la calle y vió unas nubes negras y amenazadoras que se acercaban. Quizá también debiera darse prisa e ir al club infantil.
—¿Puedo tomar la llave del club? Quiero ver cómo está el edificio antes de que estalle la tormenta.
Yanina también miró al exterior, rebuscó debajo del mostrador y le dió a Paula la llave que le había confiado el director del club.
—Gracias. Intentaré llegar… Si puedo.
Paula salió apresuradamente, recorrió dos manzanas con locales vacíos y llegó a un edificio de ladrillo. La puerta doble tenía tallado, aunque casi borrado, Club infantil. Entró justo cuando empezaba a caer una lluvia torrencial. Los rayos rasgaron el cielo y un trueno retumbó con estruendo. Se alegró de estar a cubierto. Podría esperar a que pasara la tormenta si era necesario. Se alisó el jersey azul de manga corta y la falda azul marino y miró alrededor. Encendió la luz del vestíbulo y comprobó que llevaba años abandonado. Las paredes estaban sucias y, el suelo, desgastado. Encendió otra luz y recorrió un pasillo con cuartos a los lados que, al parecer, se usaban de trasteros. Fue hasta el gimnasio y entonces oyó un ruido. Había alguien, pero ¿Quién? El edifico estaba cerrado indefinidamente. Echó una ojeada por el ventanuco de la puerta batiente. En la penumbra, vió a alguien que jugaba con un balón de baloncesto en el extremo más alejado de la pista. Lo observó un instante antes de reconocer a Pedro. Fantástico. ¿Qué estaba haciendo allí?
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