lunes, 30 de junio de 2025

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 34

Salió, cerró la puerta, fue a la sala y encontró al otro huésped. Las ascuas de la chimenea le permitieron verlo tumbado en el sofá con los pies colgando por un costado. Estaba dormido. Se había quitado la camisa y llevaba una camiseta blanca. También se había desabotonado el primer botón de los vaqueros. Un trueno retumbó en la distancia mientras ella sentía otro tipo de estremecimiento. Tomó aliento. Tenía que volver a su cama. Era lo que estaba haciendo cuando lo oyó gruñir. Miró por encima del hombro y lo vió moverse de un lado a otro con desasosiego. Intentaba alejarse del infierno, pero no lo conseguía. La noche era oscura como boca de lobo, salvo por los destellos de las descargas de artillería. Los habían atrapado en una emboscada y sus hombres y él estaban clavados al suelo con la única protección de los vehículos blindados. Solo tenían fusiles de asalto M4 para intentar contener a los insurgentes mientras esperaban que el resto de su sección pudiera llegar hasta ellos. Ni siquiera sabía cuántas bajas había sufrido, solo sabía que tenía que sacarlos de allí como fuese e inmediatamente. Se oyó otra descarga y el chico que tenía al lado cayó al suelo. Habían alcanzado a Marconi. Entre maldiciones, agarró al muchacho de dieciocho años y lo llevó detrás del vehículo. Llamó a gritos a un enfermero aunque sabía que nadie iba a responder. Intentó detener como pudo la hemorragia de Marconi, pero sangraba demasiado.


—¡No! ¡No!


—¡Pedro! ¡Pedro, despierta!


Él contuvo el aliento, abrió los ojos y se dió cuenta de que estaba en el suelo… Con Paula debajo. Su cuerpo reconoció al instante las delicadas formas femeninas y empezó a reaccionar. Soltó un improperio y se dio la vuelta para apartarse.


—Maldita sea, nunca te acerques sigilosamente a mí cuando esté dormido.


Pedro se sentó para intentar calmarse. ¿Por qué en ese momento? ¿Por qué había vuelto a ocurrir? ¿Por qué con ella?


—Has gritado —ella se sentó y le puso la mano en el brazo—. ¿Estás bien?


Él se puso tenso, se sentía demasiado vulnerable para que lo consolara.


—Estoy bien. Solo ha sido una pesadilla. Podría decirse que es el precio de la guerra.


—¿Quieres hablar de ello?


Él la miró al oír su voz ronca. Fue un error. Su pelo oscuro era como un halo alrededor de los hombros desnudos y sus ojos eran hipnóticos.


—No. Siento haberte despertado.


—No me has despertado. Me desperté por la tormenta y fui a ver a C. J.


Se había olvidado del niño.


—¿Qué tal está?


—Me he quedado con él hasta que se ha dormido otra vez.

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