–Si quieres mi consejo, no te rindas. Ve tras ella. Convéncela de lo que sientes. Haz que confíe en tí. La confianza lo es todo para ella.
Pedro conocía bien aquella sensación. Se le formó un nudo en la garganta, imposible de deshacer por más veces que tragó saliva.
–En cuanto al miedo que tiene de abandonarme, no te preocupes. Yo me encargaré de eso –esbozó una pícara sonrisa–. Si no se queda contigo, la amenazaré con pasarme lo que me quede de vida en el asilo que está al lado de la carretera... Ese que tiene unas arañas tan grandes como ratas, y donar el dinero que paga por este sitio a la perrera municipal.
El nudo de la garganta se deshizo y su admiración por aquella mujer se disparó.
–Me alegra que esté de mi lado.
Alejandra lo apuntó con uno de sus huesudos dedos.
–Solo estoy de tu lado porque veo que estás enamorado de mi hija. Pero como le hagas daño... Eres hombre muerto.
Pedro se echó a reír.
–Entendido y anotado –se levantó y se agachó para besarla en la mejilla–. Gracias.
Las mejillas de Alejandra se cubrieron de un ligero rubor.
–Puede que no esté aquí mucho tiempo, pero mientras siga viva voy a ser la mejor suegra que puedas desear.
A Pedro le costó más de un minuto asimilar sus palabras, y para entonces ya había llegado al coche. ¿Enamorado él? ¿Y tener una suegra? Eso implicaría estar casado. Cuando llegó a Alexander Parade ya se había recuperado en parte de la conmoción inicial, y se sorprendió a sí mismo dirigiéndose hacia Johnston Street. Necesitaba respuestas. Y solo había una mujer que pudiera dárselas.
Paula le escribió un mensaje de disculpa a su madre cuando estacionó frente a su casa, pero permaneció sentada en el coche. ¿En qué estaba pensando Pedro al pedirle que lo siguiera por todo el mundo mientras Nora se moría en su silla de ruedas? ¿Cómo se podía ser tan egoísta e irresponsable? Golpeó el volante con frustración, pero nada podía aliviar su profundo resentimiento. Ella no era tan atolondrada como él. No podía subirse a un avión cada vez que él hiciera chasquear los dedos. No era una persona impulsiva ni egoísta. No era como su padre. Pero a medida que se le pasaba el enfado un rayo de claridad iba abriéndose camino en su mente. Tal vez lo estuviera considerando todo desde la perspectiva equivocada. En una ocasión Pedro se había alejado de ella sin mirar atrás. En esa nueva ocasión quería seguir viéndola y explorar la posibilidad de una relación. Ella no quería arriesgar su corazón de nuevo, pero había sido demasiado dura con él y lo había acusado de tenerles fobia a los compromisos, cuando él había demostrado ser más valiente que muchos hombres al ir a la residencia de su madre. El Pedro que ella había conocido en Capri se habría marchado al aeropuerto sin dudarlo. Pero aquel nuevo Pedro, más viejo, maduro y responsable, estaba dispuesto a ver más allá de la punta de su tabla de surf.
No hay comentarios:
Publicar un comentario