lunes, 9 de junio de 2025

Has Vuelto A Mí: Capítulo 68

Pedro volvió a leer la nota sin poder creérselo.


"Siento irme de esta manera tan precipitada, pero tengo que pasar la Navidad con mi madre. Federico y Violeta van a Melbourne a visitar a la madre de la niña y aprovecho para irme con ellos. Gracias. Lo pasé muy bien en la boda. Estaremos en contacto para seguir trabajando en la campaña. ¡Feliz Navidad! Paula."


Pedro golpeó la encimera de la cocina con todas sus fuerzas, sin apenas sentir el dolor. Su primer impuso era romper algo. El segundo, agarrar la tabla y hacer surf. Lo único que hizo fue ponerse a andar de un lado para otro, lo que no le sirvió para calmarse. Tras salir varias veces al balcón, se dejó caer en el sofá donde se había sentado una vez con Paula y abrió la mano para extender la arrugada nota. Volvió a leerla una vez más, y otra, sin entender nada. Paula le había escrito una fría nota de despedida, distante e impersonal, después de todo lo que había sucedido en la última semana. Habían conectado a tantos niveles que Pedro había estado a punto de revelarle sus planes para el futuro aquella misma mañana. Qué imbécil... Se repetía la misma situación que había vivido con su familia. Primero confiaba en alguien y luego le escupían su confianza a la cara sin que él supiera por qué. De nuevo lo asaltaron las dudas de antaño, haciéndole preguntarse qué demonios le pasaba para que la gente no quisiera confiar en él. ¿Cómo podía marcharse sin despedirse siquiera? ¿Cómo podía dejarle aquella maldita nota, como si nada hubiera ocurrido entre ellos? Miró el trozo de papel con asco y rencor. Se lo metió en el bolsillo y fue en busca de su tabla. Necesitaba deslizarse sobre las olas y olvidarse de todo. Pero mientras agarraba un neopreno y su tabla favorita, con más marcas que un coche abollado, le ocurrió algo muy curioso. La frustración y la ira dejaron paso a una claridad sorprendente que lo hizo detenerse entre el almacén y el coche. ¿Qué demonios estaba haciendo? Era Navidad, un tiempo de afecto y alegría. Y tenía que admitir que últimamente no había sentido mucho de esas cosas. No durante la semana que había pasado con ella, sino antes. El surf ya no le resultaba tan emocionante, los hoteles de lujo habían perdido su encanto y las modelos con las que compartía una o dos noches le dejaban una desagradable sensación de vacío. La verdadera razón por la que había montado una escuela de surf era demostrarle a su familia que se habían equivocado al no confiar en él y que era algo más que un obseso del deporte. Pero también había otra razón, y era que quería devolverle al surf parte de lo que el surf le había dado. Cuando estuvo con los chicos en la playa se sintió más útil e importante que nunca y se demostró a sí mismo que no era indigno para recibir la confianza de nadie, como había llegado a creer por la actitud de su familia. También lo había ayudado a sentirse mejor. Le había hecho replantearse la relación con su familia, le había hecho ver las cosas desde una nueva y gratificante perspectiva y gracias a ello se sentía más satisfecho de lo que podía recordar. Entonces, ¿Qué había ocurrido?

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