viernes, 6 de junio de 2025

Has Vuelto A Mí: Capítulo 65

 –Date prisa –lo acució ella con impaciencia.


Pedro la complació y desgarró el envoltorio en tres grandes tiras. Lo que vió le hizo ahogar una exclamación.


–¿Pero qué... ? ¿Cómo...?


Recordaba el día que visitaron un pequeño taller de soplado de vidrio en Capri. Era el tercer día que pasaban juntos. Por la mañana se habían bañado en el mar, después habían almorzado calamares fritos y pan recién hecho y por la tarde habían tenido una sesión de placer sexual antes de salir a pasear de la mano por las calles empedradas. Estuvieron riendo, bromeando y abrazándose como dos amantes en vacaciones, hasta que descubrieron el taller y las exquisitas figuras de vidrio. A Paula le encantaban aquellas cosas y él le propuso entrar en el local, donde un anciano de aspecto viejísimo creaba las pequeñas obras de arte. A Pedro le llamaron la atención las marsopas. Había visto algunas durante su primer campeonato y desde entonces le gustaba imaginar que le daban suerte. Años después le encargó a un artesano de California que le tallara una réplica de aquellos simpáticos animales y la colocó en la entrada de su casa de Malibú. Una casa que apenas visitaba.


–Te gustaron mucho cuando las vimos en aquella tienda de Capri, de modo que regresé a comprarlas. Iba a dártelas el último día, pero... –no había necesidad de acabar la frase.


Pedro se había portado como un cretino. Había preferido espetarle un montón de tonterías antes que permitir que invadiera sus emociones. Era más fácil ser independiente y evitar el inevitable fracaso. «Solo ha sido una aventura... No veas lo que no hay... Deja de construirte castillos en el aire o espantarás a todos los hombres que se acerquen a tí». El eco de sus propias palabras lo atormentaba. Pero al día siguiente enmendaría su error y le diría a Paula las palabras apropiadas. Después de haberse pasado la noche haciendo el amor...


–Fui un idiota.


–Sí, pero tenías razón.


A Pedro no le gustó el tono desapasionado de Paula ni su expresión velada.


–No me puedo creer que la hayas conservado todos estos años –dijo él, girando con cuidado la delicada figura de vidrio.


Paula acarició las aletas con la punta del dedo y dejó escapar undébil suspiro.


–Había olvidado que las tenía. Pero cuando me hiciste venir aquí pensé que serían un buen regalo de Navidad.


–¿Un regalo de Navidad? –repitió él, desconcertado. 


¿Paula estaba siendo deliberadamente apática o de verdad aquello no significaba nada para ella? Había conservado aquellas marsopas de vidrio durante ocho años, y por su actitud parecía haberle regalado un par de calcetines.


–Es una baratija del pasado. Nada más.


Se encogió de hombros con indiferencia y a Pedro lo asaltaron las primeras dudas.


–Me alegra que esta vez lo hayamos tenido claro desde el principio –dijo ella–. Sin desengaños ni expectativas de ningún tipo. Una simple aventura y nada más –se rió amargamente y entrelazó los dedos con los suyos–. Eso es lo que ha sido, Pedro Alfonso. Considéralo también un regalo de agradecimiento.


Anonadado, Pedro dejó que agarrase las marsopas y las pusiera en la mesita. A continuación se sentó en su regazo y le echó los brazos al cuello para besarlo con una pasión desesperada, como si intentara sofocar sus temores internos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario